1.3. Principales tipos de éticas

Principales tipos de éticas

Son numerosos los sistemas éticos elaborados a lo largo de la historia.  Cuando uno estudia ética en un manual o en la obra de algún filósofo importante, lo que estudia es una ética, es decir, una determinada teoría de la moralidad.  Si decide ampliar su estudio en otros filósofos, encontrará planteamientos diferentes, a veces enfrentados, y terminará por comprender la ética como un polifacético abanico de teorías sobre la moralidad.

Cada una de dichas teorías encierra una parte de verdad.  La riqueza de aspectos implicados en la vivencia moral hace que determinados pensadores y culturas privilegien uno sobre los demás, dando lugar así a los diferentes métodos de éticas.  No existe, pues, una ética verdadera frente a numerosas, falsas o equivocadas, como pretenden los espíritus dogmáticos o simplistas.  Políticos, educadores, filósofos y dirigentes religiosos, ansiosos por infundir  sus ideales en la humanidad con la mayor eficacia, olvidan con frecuencia que el ser humano es un proyecto siempre abierto a nuevos ideales de perfección y declaran subversivo, inhumano, irracional o impío cualquier ideal diferente al propio.

En los antípodas de la actitud dogmática se encuentra la actitud relativista de tantos que creen resolver el problema dando a todos los sistemas el mismo valor, como si se tratase de simples opiniones sin otro fundamento que el gusto de cada cual.  El hecho de que no poseamos la verdad total, no significa que no podamos acercarnos más o menos a la verdad.  Cada sistema se acerca en aquellos elementos de la realidad moral que privilegia y cuyo dinamismo de perfección es testimoniado por la historia.  Son esos elementos los que un espíritu abierto debe aprehender y tratar de integrar en orden al logro de una mayor amplitud de miras para definir la estructura moral del hombre y el camino a la perfección.

Con este espíritu vamos a intentar bosquejar, muy sintéticamente, los planteamientos centrales de los principales sistemas éticos.  Existen diferentes formas de clasificarlos, pero cualquier clasificación encierra el peligro de forzar a unos para resaltar su semejanza con otros.  Al final presentaremos algunos modelos de esquemas de diferentes autores.

Cada sistema de los que vamos a exponer corresponde a una actitud moral que es destacada sobre las demás.  Son las actitudes corrientes del hombre de la calle, unas personas se caracterizan por unas y otras por otras.  Hay quienes viven pensando en el placer, otros luchando por le poder, otros consagrados a la práctica de la virtud o a la lucha revolucionaria, otros obsesionados por el cumplimiento estricto de sus deberes, etc.  Más aún, tan diferentes actitudes brillan en cada uno de nosotros en diferentes momentos y tratan de arrastrarnos por uno u otro camino, llegando a crear a veces tensiones desgarradoras.  Así vivimos momentos en que el apetito del placer nos domina y otras en que optamos por la ascesis en busca de la perfección en  momentos en que referimos renunciar a nuestros intereses en aras del bien de otros. 
Lo que pretendemos con las páginas siguientes no es el conocimiento teórico de los sistemas, como piezas de museo, sino conocer mejor a través de ellas las actitudes que luchan por imponerse unas sobre otras en nuestro interior y en el seno de nuestra sociedad.

Ética de virtudes

El hombre aspira a la felicidad mediante la práctica de virtudes.  También se denomina eudemonismo.  Aristóteles. Tomás de Aquino la consagra  en la teología cristiana.

En nuestra sociedad, de tradición occidental y cristiana, está fuertemente enraizado el modelo ético del hombre virtuoso.  La máxima aspiración del hombre consiste en la felicidad, que no puede encontrarse sino en Dios, fin último de la vida humana.  Y esa felicidad se alcanza mediante el ejercicio de las virtudes.  El origen de esta ética se encuentra en los griegos.  Los grandes clásicos de la filosofía griega, Sócrates, Platón y Aristóteles, con sus máximos representantes.  Veamos como la presenta Aristóteles, cuya Ética a Nicómaco es sin duda el libro de ética más importante de la antigüedad.

El hombre está orientado por su naturaleza hacia la felicidad.  La felicidad es el bien supremo y fin último del hombre.  La felicidad se alcanza mediante la práctica de las virtudes, que son actitudes de equilibrio en todos los ámbitos de la vida humana: justicia, fortaleza, templanza, veracidad, liberalidad, etc.  La contemplación de la verdad e el ideal superior de la vida virtuosa.  El bienestar de toda la sociedad es lo que debe orientar las relaciones entre sus miembros.

La gran síntesis teológica, elaborada al final de la Edad Media por Tomás de Aquino, consagró definitivamente el esquema ético de Aristóteles como ideario moral de la cristiandad.  Dios es el fin último del hombre y la fuente de la felicidad suprema.  La vida del cristiano se norma por la práctica de las virtudes, tanto teologales como naturales, cuyo estudio desarrolla Tomás, de forma insuperable, en la Suma Teológica.

Epicureismo:

El hombre encuentra la felicidad a través del placer equivalente.  Hedonismo- Epicuro. El placer constituye una aspiración generalizada entre los hombres de todos los tiempos.  Vivir rodeado de placeres y satisfacciones es el ideal que la sociedad de consumo difunde a través de los medios de comunicación en la actualidad.  La teoría que desarrolla esta tendencia como criterio último de moralidad es denominada hedonismo (del griego hedoné: placer).  La antigüedad tiene su máximo representante en Epicuro, hombre de una gran personalidad, admirado y seguido en su tiempo por numerosos discípulos.

Para Epicuro, el principio de todo bien se halla en el placer.  Algunas de sus afirmaciones se refieren a un placer grosero, al placer del vientre que producen la comida y la bebida.  Sin embargo, este placer corporal es descartado en seguida por el malestar posterior que produce.  El placer que hace verdaderamente dichosos al hombre es un placer tranquilo, equilibrado.  Los placeres corporales cuando no se saben controlar llevan consigo el sufrimiento.  Más aún, todo placer corporal encierra inquietud y crea mayor ansiedad.  De ahí que los verdaderos placeres sean más bien del espíritu.  Epicuro, profundamente materialista, entiende por tales los placeres físicos más elevados o refinados.  El placer puro es el que no lleva mezcla de sufrimiento.  Tal placer deja un recuerdo agradable que hace desear la repetición.

De este modo, la moral de Epicuro, que se ha presentado frecuentemente como un sensualismo vulgar que busca el placer corporal inmediato y sin límite, es más bien una ascesis del placer.  El placer calculado exige un gran control de sí mismo y una buena madurez intelectual.  Saber seleccionar los placeres y saber calcular su medida, con el fin de eliminar lo más posible el sufrimiento, sería la máxima de la actividad moral que brinda el epicureismo para los hedonistas de todos los tiempos.

Estoicismo:

El hombre debe vivir conforme a las leyes del universo.  Debe practicar la indiferencia y la imperturbabilidad.  Conciencia de la dignidad humana y universal.  Zenón, Séneca, Marco Aurelio.

El estoicismo es una escuela filosófica contemporánea y antagónica de la anterior.  Recibe su nombre de la stoa o pórtico, donde Zenón reunía a sus primeros discípulos a comienzos del siglo IV a. C.  En sus comienzos, esta corriente no tuvo mayor trascendencia, pero alcanzó un auge inusitado en los primeros siglos de nuestra era, en Roma, donde vivieron sus principales representantes: Epicteto, Séneca y Marco Aurelio.

En los cimientos del estoicismo se halla la comprensión del mundo como un cosmos, un orden universal, regido por leyes inmutables que gobiernan también la vida humana.  El ideal del hombre consiste en vivir conforme a la naturaleza.  De ese modo, se adapta al orden universal y consigue la felicidad.  El camino de la perfección reside en la apatheia, una actitud de indiferencia positiva frente a los acontecimientos.  Para alcanzarla el hombre debe comenzar por cultivar la ataraxia o imperturbabilidad.  El no dejarse perturbar por nada, sea agradable o desagradable, nos garantiza la tranquilidad de espíritu, en armonía total con la naturaleza.  Todo lo que nos sucede: éxitos, alegrías, sufrimientos, muerte, es lo que nos conviene.  Aceptarlo, sin apego ni resistencia, es alcanzar la perfección y la felicidad.

A esta actitud se una la conciencia de la dignidad humana, basada en que todo en el universo es divino.  Como seres humanos todos los hombres somos iguales, tenemos la misma dignidad.  Es tan respetable el esclavo como el libre, el bárbaro como el romano: todos formamos parte del orden cósmico divino.  De este modo el estoicismo culmina en un humanismo universalista.  La patria del hombre se amplía; ya no es ciudad, la polis de los griegos, sino el mundo, la humanidad entera

Ética kantiana o del deber:

La bondad moral consiste  en la voluntad de cumplir porque es el deber.  Moral autónoma.  Kant.

Desde la antigüedad hasta la época moderna, la moral del hombre occidental estuvo orientada por la teología moral cristiana, que articuló los ideales de vida del Evangelio sobre los principales modelos éticos antiguos: aristotélico, estoico y neoplatónico, asumidos en forma sincretista.  Ya en pleno siglo XVIII Kant elabora un nuevo modelo ético, que busca un fundamento diferente para la vida moral.  Las éticas anteriores tenían un fundamento heterínimo, es decir, fundamentaban sus exigencias o principios en realidades exteriores y trascendentes al hombre mismo: Dios, la idea de bien, la naturaleza, la felicidad. El interés de Kant consiste en darle a la moral un fundamento autónomo: que la moralidad misma del hombre constituya el fundamento último y la fuente original de todas las normas morales.  Esto equivale a decir en un lenguaje sencillo: no importa si el objetivo de mi acción es en sí mismo bueno o malo; lo importante es la intención que me mueve a realizarla

Kant llega así a determinar que el único fundamento de la norma moral es el deber.  El valor moral sólo puede radicar en la voluntad del hombre, en “querer hacer el bien”, en la buena voluntad.  La voluntad de cumplir el deber es el criterio máximo de bondad moral.  “Obra siempre de tal manera que la máxima de tu voluntad pueda valer como principio de legislación universal”.  En esta fórmula el mismo Kant sintetiza el principio práctico del obrar moral. El hombre encuentra la perfección moral en el cumplimiento del deber por el deber mismo.  No importan las consecuencias de las acciones, el beneficio o perjuicio que de ellas se siga; lo importante es haber cumplido exactamente con el deber, y el deber me lo indican las leyes de la sociedad.  Cuando en la formación moral de los niños y jóvenes se insiste tanto en el cumplimiento del deber, en la observancia de los reglamentos, en el orden institucional ,se está poniendo en práctica la ética kantiana, aunque uno crea que está dando una educación cristiana.

Utilitarismo:

Se consigue la felicidad buscando el placer y rechazando el dolor.  Bueno es lo útil. Bentham, Stuart Mill.

El utilitarismo es sin duda el modelo ético más seguido en al actualidad.  Constituye un resurgimiento del epicureismo en pleno siglo XVIII.  Su principio fundamental consiste en la felicidad, que se consigue buscando el placer y rechazando el dolor.  Bueno es lo que produce placer, malo, lo que produce dolor.  Esto se deduce del criterio de utilidad, que constituye el móvil último de todas las acciones.  Es útil lo que aumenta el placer y disminuye el dolor.

Esta corriente nace del carácter pragmático anglosajón y logra sus mejores ideólogos y su máximo desarrollo en Inglaterra.  El primer utilitarista con renombre universal es Bentham, un filántropo preocupado por la felicidad de la humanidad, a cuyo servicio elabora una aritmética moral.  La conducta debe regirse sólo por el interés.  Toda la sabiduría moral consiste en un frío cálculo de intereses.  El sacrificio, es ascetismo, el desinterés son ideales falsos.  La virtud es el hábito de hacer bien las cuentas para lograr mayor placer.  El altruismo predicado por él se basa en la utilidad, por cuanto nada hay más útil y placentero que la simpatía y concordia entre los hombres.  La mayor felicidad –entendida como placer- para el mayor número de hombres, es su máxima de acción moral.  Esto es lo que él denomina maximización de la felicidad.  De ahí que el interés público esté siempre por encima del interés particular.

Su discípulo Stuart Mill corrige esta doctrina dándola mayor importancia al calidad del placer que a su santidad: “Vale más, llega a decir, ser un hombre descontento que un cerdo satisfecho”.  Los placeres intelectuales o del espíritu son más valiosos que los placeres sensuales.  Moralmente, las personas se clasifican de acuerdo al tipo de placeres a que aspiran.

Hay quienes desdeñan en los textos de ética el valor de esta corriente, por su simplicidad y escasa sistematización teórica.  Sin embargo, como decíamos antes, es el modelo ético generalizado en nuestra sociedad.  El hombre tiende espontánea o instintivamente a buscar lo que le produce placer; y a eso lo llama útil y bueno. El interés marca el estilo de nuestras relaciones sociales y la jerarquía de nuestros valores.  Incluso la moral cristiana que practicamos es una moral utilitarista: busca las satisfacciones que hacen feliz al hombre, si es posible en este mundo, y si no, al menos en el otro.

Ética del superhombre:

La verdadera moral es la moral de los señores, que consiste en fomentar la voluntad del poder.  Se opone a la moral judeo-cristiana de los esclavos.  Nietzsche.

En los últimos siglos, el hombre occidental, a medida que se independiza de los esquemas de pensamiento del mundo medieval, descubre que los valores morales y tradicionales son puras máscaras que ocultan los intereses egoístas de unos y las bajezas y miserias de otros.  En este contexto surge la obra de Nietzsche, cuya influencia ha sido considerable en todo el pensamiento contemporáneo.  La crisis de valores del siglo XX es en el fondo un vacío de valores.  Y Nietzsche es su máximo testigo.  Su mayor preocupación consiste en el porvenir de la civilización occidental.  El pesimismo y el insuceso de su propia vida le llevan a tomar una actitud negativista frente a todos los valores de su sociedad.  De ahí que sea considerado hoy como el profeta del nihilismo.

El mundo, según él, es un caos de fuerzas animadas por voluntades de poder, cuya expresión es la vida.  Penetrado por estas mismas fuerzas, el hombre se debate entre dos actitudes, la lucha por el poder y la defensa de al debilidad.  Estas actitudes o tendencias contrapuestas dividen a la humanidad en dos tipos de hombres: los poderosos y los débiles.  Estos últimos son hombre mediocres, de rebaño.  Incapaces de vivir por sí mismos, necesitan vivir en sociedad, con orden jurídico, una religión y una moral comunes, teniendo como valores la igualdad, la humanidad, la caridad, el sacrificio.  Estos hombres, que conforman la inmensa mayoría de la humanidad, son despreciables, aunque resultan necesarios para cumplir muchas funciones inferiores en beneficio de los poderosos.

Los hombres poderosos, muy escasos y solitarios, constituyen una raza superior caracterizada por valores opuestos a los de la raza inferior.  Para ellos no existe otra regla moral que el desarrollo de su propia personalidad en vistas al poder y la grandeza.  Él que realiza en su vida el ideal del hombre poderoso se convierte en un superhombre, valor y meta suprema de la humanidad.  El superhombre es duro, sin sentimientos y profundamente inmoral o amoral.  Hace todo lo que sirve a sus fines, sin necesidad de justificar nada, ya que está “más allá del bien y del mal”.  La moral es conveniente, más aún indispensable para los hombres inferiores, los esclavos, por eso llama a la moral judeocristiana una “moral de esclavos”.

Esta filosofía del poder, que lleva hasta sus últimas consecuencias el maquiavelismo político –“el fin justifica los medio”- al campo del amoral, sirvió de base al nazismo para justificar sus crímenes abominables.  En nuestros días ha sido bien acogida y sobradamente practicada por los nuevos adoradores del poder que el capitalismo hace proliferar por doquier.  Es la moral del “hombre de negocios” y de todos aquellos cuya máxima aspiración s “triunfar en la vida” al precio que sea. 

El amoralismo que el nihilismo existencialista ha tratado de difundir entre las generaciones jóvenes es también hijo bastardo de esta filosofía.  Y la tradicional inmoralidad que caracteriza el mundo de la política se ha robustecido con ella.




Ética marxista:

Para acabar con la alineación social hay que comprometerse en las luchas de la revolución socialista, que triunfará con la implantación de la sociedad perfecta: el comunismo.  Marx, Lenin.

Aunque el marxismo no se preocupó por elaborar una ética en forma sistemática prácticamente hasta las últimas décadas, sin embargo todo él es una filosofía de profundo carácter moral.  Sobra recordar la importancia trascendental del pensamiento marxista en el mundo contemporáneo.  Gran parte de la humanidad pertenece al bloque de los países comunistas.  Y en los países del bloque capitalista las tesis marxistas sirven de apoyo ideológico para la reivindicación de los derechos sociales del pueblo contra las oligarquías nacionales, pensamientos en pro de la liberación, derechos humanos, la conscientización popular, etc., son algunas muestras de la vigencia que incluso en el mundo capitalista tienen los postulados marxistas.

Recordemos algunos de los principios básicos de la antropología marxista, que definen un tipo de ética diferente.  Como criterio último de verdad.  Marx impone la praxis.  La acción, la producción, el trabajo, la eficacia histórica, con los indicadores de la verdad y, consiguientemente, de la bondad moral.  La alineación constituye la fuente y la máxima expresión a la vez de la deshumanización.  La alineación, de carácter inicialmente económico en el trabajo, afecta en seguida los ámbitos de la cultura, el derecho, la religión y la moral.  El hombre está moralmente alienado cuando orienta sus aspiraciones según falsos ideales creados por la clase burguesa para mantener la explotación de los trabajadores.  Los ideales religiosos, en general con alienantes por cuanto predican al trabajador explotado resignación en este mundo como medio para alcanzar la felicidad eterna en la otra vida.  Frente al estado actual de alineación social, manifiesto en el antagonismo de clases,  Marx propone el ideal del hombre nuevo, el verdadero hombre libre, que será fruto de al sociedad comunista, sin clases.

 Para construir esa sociedad es necesario realizar la revolución socialista. Sólo mediante la revolución será posible acabar con la explotación y la división de clases.  La moral marxista es ante todo una moral revolucionaria.  Sus virtudes son la lucha, la solidaridad, el sacrificio por la causa, el trabajo colectivo.  Quien asume en la vida actitudes revolucionarias a favor del socialismo, obra el bien; quien entorpece la revolución socialista o desentendimiento de ella, obra el mal.

La ética axiológica: 

El bien está encarnado en el valor moral.  Los valores plasman ideales de perfección.  Se ordenan jerárquicamente.  De la percepción del valor surge el sentido del deber moral.  M.  Scheler y N.  Hartmann.

En oposición a la ética kantiana, de carácter formal, se desarrolla en la primera mitad del siglo XX una ética preocupada más por el “contenido” que por la “forma” de la acción moral.  Se trata de una corriente axiológica en la que se destacan Max Scheler y Nicolai Hartmann, entre muchos pensadores. 

Algunos consideran el valor como un ser ideal, otros lo consideran como una cualidad objetiva que se da en los seres.  Los valores plasman ideales de perfección que el hombre capta intuitivamente y frente a los cuales se siente atraído en orden a un realización o práctica concreta de los mismo.  De la percepción del valor surge el sentido del deber moral.

Los valores poseen algunas propiedades: objetividad, valen por sí mismos independientemente de la apreciación de cada individuo; subjetividad; cada persona tiene su propia percepción estimativa de los valores; cualidad: se distinguen diversas clases de valores: estéticos, morales, religiosos, biológicos, etc.: polaridad: en todo valor se da una graduación de perfección entre dos extremos, el positivo (máximo de valor) y el negativo (carencia o negación de valor); jerarquía: entre los valores se da un orden de importancia, unos se subordinan a otros; historicidad: están sometidos a los condicionamientos y cambios históricos, lo que les confiere un carácter de relatividad, aunque no de relativismo.

Ética de la liberación:

Para hacer posible la liberación de todas las formas de opresión que se dan en nuestros pueblos, es necesario enfrentarse a la “Totalidad” del sistema con un nuevo sentido del bien moral: el respeto y el amor a “el otro” a través de la práctica de la justicia.  E.  Dussel.

Íntimamente relacionada con la teología de la liberación, surge en los años 60 en América Latina la denominada “filosofía de la liberación”.  Dicha corriente filosófica posee una ética propia, cuyo principal exponente ha sido Enrique Dussel.

La ética de la liberación parte de la conciencia de la situación de opresión en que se encuentra el pueblo latinoamericano, así como los demás pueblos del Tercer Mundo.  Esta situación, que atenta contra la dignidad de la persona humana, impide tanto a los individuos como a los pueblos ser sujetos de su propia historia. 

La conquista y colonización de América han sido prolongadas en un neocolonialismo económico y cultural que mantiene las estructuras de dependencia y opresión por parte de la “totalidad” que conforman las potencias como centros internacionales de poder.

Este sentido ético de “alteridad”, como perspectiva que ilumina la praxis de liberación, penetra todos los ámbitos de la vida humana: la erótica, en la que el rostro sexuado de la mujer se libera de la dominación del macho; la pedagógica, que devuelve su palabra al Otro en cuanto al sujeto de la educación: el hijo frente al padre, el alumno frente al maestro, el pueblo frente al Estado; la política, donde se sustituyen las relaciones de dependencia y opresión por relaciones de fraternidad y equidad entre naciones ricas y pobres, a nivel internacional, y entre gobernados y gobernantes, a nivel nacional; la arqueológica que, desde una comprensión de la religión como aceptación del totalmente Otro, rechaza toda forma de fetichismo o divinización de la Mismidad; y, finalmente, la económica, que replantea las relaciones del hombre con la naturaleza, las relaciones de producción y todas las formas de relación económica, a partir de la actitud de justicia con el Otro, el pobre y explotado.



Ética comunicativa:

Parte de la autonomía de la persona y de la igualdad de todas las personas, que deben establecer las normas morales universales a través del consenso, al que se llega mediante el diálogo.  Apel, Habermas, Cortina.
La ética comunicativa o dialéctica ha sido desarrollada en las últimas décadas del siglo XX sobre todo por K. O. Apel y J. Habermas en Alemania.  Es una ética formal, basada en el diálogo y la comunicación, que hunde sus raíces en Kant.  Estos autores, preocupados por la justificación y la fundamentación de la ética en una sociedad pluralista y democrática como la actual, colocan el énfasis en el procedimiento para llegar entre todos a una normativa moral universal.

Según ellos, descartados desde Kant las fuentes de legislaciones morales diferentes y trascendentes al hombre mismo, el diálogo es el único medio que nos queda para saber si los intereses subjetivos pueden convertirse en normas universales.  Esta ética se fundamenta en la autonomía de la persona, que confiere al hombre el carácter de autolegislador, y en la igualdad de todas las personas, que les da derecho a buscar una normativa universal mediante el diálogo.  Para hacer posible la ética dialógica, todos los miembros de la comunidad se deben reconocer recíprocamente como interlocutores con los mismos derechos y se deben obligar a seguir las normas básicas de la argumentación.  De este modo es posible llegar a establecer unas normas mínimas por consenso, las cuales regularán el comportamiento moral en la sociedad pluralista y democrática.

Este modelo de ética, Adela Cortina en España lo ha presentado como una ética de la “responsabilidad solidaria”.  Con estas categorías, responsabilidad y solidaridad, trata de evitar el peligro de quedarse en la pura formalidad del diálogo.  Orientando la dirección del diálogo está la preocupación por el resultado práctico de las decisiones acordadas así como la búsqueda del bien para todos los implicados en dichas decisiones (sentido social o comunitario)






LECTURAS

A continuación se ofrecen algunas lecturas que corresponden a los diferentes modelos éticos tratados en esta primera unidad.  Lee con atención los textos seleccionados y desarrolla los ejercicios correspondientes.


LECTURA No. 1

ARISTÓTELES: La virtud es la verdadera felicidad. (Ética a Nicómaco)

Volvamos a la primera cuestión, que hemos sentado anteriormente; ella puede muy fácilmente contribuir a resolver la que ahora nos proponemos.

Si es preciso siempre esperar y ver el fin, y si sólo entonces se pueden tener por dichosos a los hombres, no porque lo sean en aquel momento, sino porque lo fueron en otro tiempo; ¿no sería un absurdo, cuando uno es actualmente dichoso, no reconocer, respecto de él, una verdad que es incontestable?  Es vano pretexto decir que no se quiere proclamar a las personas que viven por temor a los reveses que puedan sobrevenirles, y alegar, que la idea de la felicidad nos la representamos como una cosa inmutable y que no cambia fácilmente; y, en fin, que la fortuna causa muchas veces las perturbaciones más diversas en un mismo individuo.  Conforme a este razonamiento es claro que si quisiéramos seguir todas las mudanzas de la fortuna de un hombre, sucedería muchas veces que llamaríamos a un mismo individuo dichoso y desgraciado, haciendo del hombre dichoso una especie de camaleón y de una naturaleza medianamente mudable y pobre.  ¡Pero qué!, ¿es prudente dar tanta importancia a los cambios de la fortuna de los hombres?  No es en la fortuna donde se encuentra la felicidad o la desgracia, estando la vida humana expuesta a estas vicisitudes inevitables, como ya hemos dicho; sino que son los actos de virtud los únicos que deciden soberanamente de la felicidad, como son los actos contrarios los que deciden del estado contrario.  La cuestión misma que dilucidamos en este momento es un testimonio más a favor de nuestra definición de felicidad.  No, no hay nada en las cosas humanas que sea constante y seguro hasta el punto que lo son los actos y la práctica de la virtud; estos actos nos aparecen más estables que la ciencia misma.  Además, entre todos los hábitos virtuosos, los que hacen más honor al hombre son también más durables, precisamente porque en vivir con ellos se complacen con más constancia las personas verdaderamente afortunadas, y he aquí, evidentemente, la causa de que no olviden jamás el practicarlos.

Así, pues, la perseverancia que buscamos es la del hombre dichoso; él la conservará durante toda su vida, y sólo practicará y tomará en cuenta lo que conforma con la virtud, o por lo menos, se sentirá ligado a ello más que todas las demás cosas y soportará los azares de la fortuna con admirable sangre fría.  El que dotado de una virtud sin tacha es, si así puede decirse, cuadrado por su base, sabrá resignarse siempre con dignidad a todas las pruebas.

Siendo los accidentes de la fortuna muy numerosos, y teniendo una importancia muy diversa, ya grande, ya pequeña, los sucesos poco importantes, lo mismo que las ligeras desgracias, apenas ejercen influjo en el curso de la vida.  Pero los acontecimientos grandes y repetidos, si son favorables, hacen la vida más dichosa; porque contribuyen a embellecerla, y el uso que se hace de ellos da un nuevo lustre a la virtud.  Si, por el contrario, no son favorables, interrumpen y empañan la felicidad, porque nos traen consigo disgustos y, en muchos casos, sirven de obstáculos a nuestra actividad.  Pero en medio de estas pruebas mismas la virtud brilla con todo su esplendor cuando un hombre con ánimo sereno soporta grandes y numerosos infortunios, no por insensibilidad, sino por generosidad y por grandeza de alma.  Si los actos virtuosos deciden soberanamente de la vida del hombre, como acabamos de decir, jamás el hombre de bien, que sólo reclama la felicidad de la virtud, puede hacerse miserable, puesto que nunca cometerá acciones reprensibles y malas.  A nuestro parecer, el hombre verdaderamente sabio, el hombre verdaderamente virtuoso, sabe sufrir todos los azares de la fortuna sin perder nada como un buen general sabe emplear de la manera más conveniente para el combate el ejército que tiene a su órdenes; como el zapatero sabe hacer el más precioso calzado con el cuero que se le da; como hacen en su profesión todos los demás artistas.  Si esto es cierto, el hombre dichoso, porque es hombre de bien, nunca será desgraciado, aunque no será dichoso, lo confieso, si por acaso caen sobre él desgracias iguales a las de Príamo.  Pero, por lo menos, siempre resulta que no es un hombre de mil colores, ni cambia de un instante a otro.  No se le arrancará fácilmente su felicidad; no bastarán para hacérsela perder infortunios ordinarios, sino que será preciso, para esto, que caigan sobre él los más grandes y repetidos desastres.  Recíprocamente, cuando salga de semejantes pruebas, no recobrará su dicha en poco tiempo y de repente, después de haberlas sufrido, sino que, si vuelve a ser dichoso, será después de un largo y debido intervalo, durante el cual habrá podido gozar sucesivamente grandes y brillantes prosperidades.

¿Por qué, pues, no hemos de declarar que le hombre dichoso es el que obra siempre según lo exige la virtud perfecta, estando, además, suficientemente provisto de bienes exteriores, no durante un tiempo cualquiera, sino durante toda su vida? ¿O bien, habrá de añadirse como condición precisa que deberá vivir constantemente en esta prosperidad y morir en una situación no menos favorable, ya que el porvenir no es desconocido y que la felicidad, tal como nosotros la comprenderemos es un bien y un cierto perfeccionamiento definitivo en todos los conceptos? Si todas estas consideraciones son exactas, llamaremos dichosos entre los vivos a los que poseen o pueden poseer todos los bienes que acabamos de indicar.

Téngase entendido, por otra parte, que cuando digo dichoso quiero decir hasta donde los hombres pueden serlo.  Pero no insisto más sobre esta materia.




EJERCICIO Nº 4




LECTURA No. 2

SANTO TOMÁS DE AQUINO: En qué consiste la felicidad del hombre. (Suma Teológica)

Artículo 1.  Si la felicidad del hombre está en las riquezas.

Es necesario responder que es imposible que la felicidad del hombre esté en las riquezas.  Al decir del filósofo en la Política, hay dos clases de riquezas, las naturales y las artificiales.  Las naturales son aquellas que sirven al hombre para satisfacer sus necesidades naturales, como el alimento, la bebida, los vestidos, los vehículos y las habitaciones y otras cosas semejantes.  Las artificiales son aquéllas con las que de suyo no se ayuda a la naturaleza, como el dinero, pero que el arte humano inventó para facilitar los cambios, a fin de que sean como una medida de las cosas venales del comercio.

Pues bien, es evidente que la felicidad del hombre no puede consistir en las riquezas naturales porque a éstas se las busca con otra finalidad ulterior, es decir, para sometimiento de la naturaleza del hombre y, por ello, no pueden ser fin último del hombre sino que ordenan al hombre como a un fin.  De ahí que en el orden de la naturaleza todas ellas están por debajo del hombre y hechas para el hombre…

Y las riquezas artificiales no se buscan sino por las naturales, pues no se buscarían si con ellas no se compraran las cosas necesarias para el uso o ejercicio de la vida; luego tienen mucho menos razón de fin último.  Es imposible, por consiguiente, que le fin último del hombre esté en riquezas en las riquezas (…).

Artículo 4.  Si la felicidad del hombre está en el poder.

Es necesario responder que es imposible que la felicidad del hombre consista en el poder.  Primero, porque le poder es principio, afirma el libro V de la Metafísica, y la felicidad es fin, y último.  Segundo, porque el poder sirve para el bien y para el mal, mientras que la felicidad es bien propio y perfecto del hombre; luego más bien un cierto modo de felicidad podría consistir en el buen uso del poder mediante la virtud más que en el poder mismo.

Finalmente, se pueden invocar cuatro razones generales para mostrar que la felicidad no está en ninguno de los bienes exteriores citados.  Primera, porque al ser la felicidad el bien sumo del hombre, no es compatible con ningún mal, mientras que todos los bienes anteriormente señalados pueden encontrarse en los hombres buenos y en los malos.  Segundo, porque, siendo esencial la felicidad al ser “suficiente por sí misma”, como se dice en e Libro I de la Ética, una vez lograda la felicidad es forzoso que al hombre no le falte ningún bien necesario y, sin embargo, logrados todos y cada uno de los bienes citados, todavía pueden faltar muchos bienes necesarios al hombre como la sabiduría, la salud corporal y otros.  Tercera, porque al ser la felicidad el bien perfecto, no puede provenir de ella ningún mal para nadie, lo cual no ocurre con los bienes citados… Cuarta, porque el hombre se ordena a la felicidad por los principios interiores puesto que por la misma naturaleza está hecha para ella; ahora bien, los cuatro bienes señalados provienen más bien de causas exteriores y en la mayoría de los casos de la suerte o fortuna y por eso se llaman bienes de fortuna.  Queda manifiesto, por consiguiente, que la felicidad no consiste de ningún modo en dichos bienes (…).

Artículo 5.  Si la felicidad del hombre está en algún bien del cuerpo

Es necesario responder que es imposible la felicidad del hombre esté en algún bien del cuerpo.  Por dos razones.  Primera, porque es imposible que el fin último de una cosa que se ordena a otra consista simplemente en que esa cosa se conserve en su ser.  Por ejemplo, el piloto no intenta como fin último la simple conservación de la nave puesta bajo su dirección, ya que la nave se ordena como fin a otra cosa, a la navegación.  Pues bien, así como se le encomienda al piloto la nave para que la dirija, así el hombre es entregado a su propia razón y voluntad, de acuerdo con aquello del Eclesiastés, 15, 14: “Dios creó al hombre en el principio y lo dejó en manos de su libertad”.  Ahora bien, es evidente que el hombre está ordenado a algo como a fin pues él mismo no es el bien supremo.  Luego es imposible que el fin último de la razón y de la voluntad del hombre sea la simple conservación del ser humano.

Segundo, porque, aun suponiendo que el fin de la razón y de la voluntad humana fuera la conservación del ser humano, no podría afirmarse que el fin del hombre fuese algún bien corporal.  El ser del hombre consiste en el alma y en el cuerpo y, si bien del cuerpo depende el alma, el ser del alma humana no depende el cuerpo, en el sentido que se expuso anteriormente; el cuerpo es por el alma, como la materia por la forma y algo así como el instrumento por el motor, para que por él realice sus acciones; luego todos los bienes del cuerpo se ordenan a los bienes del alma como a su fin.  En consecuencia, es imposible que la felicidad, que es el fin último del hombre, consista en los bienes del cuerpo (…).

Artículo 6.  Si la felicidad del hombre está en el placer.

Es necesario responder que, según Aristóteles en el VII de la Ética, “como los deleites corporales son los más conocidos para la mayoría recibieron el nombre de voluptuosidades o placeres voluptuosos”, aunque existan otros mayores.  Sin embargo, la felicidad no consiste en ellos porque en cualquier realidad una cosa es lo que constituye su esencia y otra lo que es su accidente propio como, pro ejemplo, en el hombre el ser animal racional mortal es cosa distinta de ser risible.  Según esto hay que tener en cuenta que todo placer o gozo es un cierto accidente propio que se sigue3 de la felicidad o de ningún elemento parcial de la misma; alguien, en efecto, se goza o deleita porque posee algún bien que conviene a la naturaleza, sea que lo tenga realmente, sea en esperanza, sea al menos en la memoria.  El es imperfecto, es cierta participación próxima o remota o por lo menos aparente de ello.  En consecuencia, es claro que ni el gozo mismo que se sigue del bien perfecto es la esencia misma de la felicidad sino una cierta consecuencia que se sigue de la misma a la manera de accidente propio.

Pues bien, el placer corporal ni siquiera de ese modo puede ser el resultado del bien perfecto ya que es una consecuencia del bien que percibe el sentido y el sentido es una potencia o fuerza del alma que usa del cuerpo.  El bien que pertenece al cuerpo y que es aprehendido por el sentido no puede ser el bien perfecto del hombre: en efecto, como el alma racional excede la proporción de la materia corporal, la dimensión o parte del alma está liberada de órgano corporal posee cierta infinitud respecto del cuerpo mismo y de las partes o dimensiones del alma sujetas al cuerpo; así como las realidades inmateriales son en cierto modo infinitas respecto de las materias porque la forma de limita y contrae por la materia y, por lo mismo, la forma independiente o absuelta la materia, conoce lo universal, que es abstraído o abstracto de la metería y que contiene en sí infinitos singulares.  Por lo tanto, es evidente que el bien conveniente y proporcionado al cuerpo, el cual causa el deleite corporal por medio de la percepción sensorial, no es bien perfecto del hombre sino mínimo en comparación con el bien del alma… En consecuencia, el placer corporal ni es la felicidad misma, ni es siquiera un accidente propio de ella.





LECTURA No. 3

EPICURO: El placer, principio y fin de la felicidad (Carta a Meneceo)

Y de manera parecida hay que pensar que de los deseos, unos son naturales, otros vanos; y de los naturales, unos son necesarios, otros sólo naturales y de los necesarios, unos son en orden a la felicidad, otros para el bienestar del cuerpo, otros para la vida misma.  De hecho, un conocimiento firme de ellos sabe hacer referir toda elección y repulsa a la salud del cuerpo y a la tranquilidad del alma, puesto que ése es término final de la vida feliz.  En efecto, a eso tienden todas nuestras acciones, a no tener sufrimiento ni turbación alguna.  Cuando alcancemos eso, se calmará toda tempestad del alma, al no tener el ser viviente nada que apetecer porque le falte, ni que buscar otra cosa cuando complete el bien del alma y del cuerpo.  Sólo tenemos necesidad de placer cuando sufrimos por su ausencia; pero cuando lo sentimos, no tenemos necesidad de placer.

Por eso decimos nosotros que el placer es el principio y el fin de la vida feliz.  Sabemos que él es el bien primero y connatural, y de él toma comienzo todo acto nuestro de elección y de repulsa, y a él retornamos juzgando todo bien, tomando como norma la afección.  Y porque esto es el bien primero y connatural, por eso también no elegimos todo placer, sino que hay ocasiones en que nos desentendemos de muchos, cuando de ellos se sigue mayor molestia, y estimamos a muchos dolores preferibles a los placeres, cuando se nos siguen mayores placeres por haber soportado durante mucho tiempo los dolores.  Todos los placeres, por su condición de connaturales a nosotros, son, pues, bienes: pero no todos hay que elegirlos, como todos lo dolores son malos, pero no de todos ellos hay que huir.

En orden al cálculo y a la consideración de las cosas útiles y perjudiciales, hay que hacer un discernimiento de todas esas cosas.  Pues en ocasiones experimentamos el bien como un mal, y, a la inversa, el mal como un bien.

Consideraremos cono un gran bien la independencia de los deseos, no porque en absoluto debamos tener tan sólo lo poco, sino porque, sino tenemos lo mucho, sabemos contentarnos con lo poco, sinceramente convencidos de que disfrutan con más placer de la abundancia los que menos necesidad tienen de ella, y que todo lo que es natural, es fácil de procurar, y lo vano, difícil de conseguir.  Los manjares frugales proporcionan un placer igual que un trato suntuoso, cuando ha desaparecido todo el dolor de la necesidad, y pan y agua dan el placer más grande cuando se tienen a mano los alimentos que se necesitan.  El acostumbrarse a un trato de vida sencillo y frugal, por una parte, ayuda a la salud y hace al hombre más ágil para atender a las tareas necesarias de la vida, y por otra, cuando a intervalos nos damos a la vida refinada, nos hace más dispuestos y más intrépidos para afrontar los lances de la fortuna.

Por tanto, cuando decimos que el placer es el bien supremo de la vida, no entendemos los placeres de los disolutos y los placeres sensuales, como creen algunos que desconocen o no aceptan, o interpretan mal nuestra doctrina, sino el no tener dolor en el cuerpo ni turbación en el alma.  Pues, ni banquetes ni fiestas continuas, ni placeres de jóvenes y mujeres, ni peces ni cuanto pueda ofrecer una mesa bien abastecida, causa la vida feliz, sino una razón vigilante que investiga las causas de toda elección y repulsa, y que aleja las falsas opiniones de las cuales las mas de la veces se origina la turbación que se apodera de las almas.

De todas estas cosas el principio y el bien supremo es la prudencia; por eso, la prudencia es más estimable que la filosofía, y de ella proceden todas las demás virtudes, enseñándonos que puede haber vida feliz sin la prudencia, la bondad y la justicia y que la prudencia, la bondad y la justicia no pueden darse sin la felicidad.  Pues las virtudes son connaturales a la vida feliz, y ésta es inseparable de aquéllas.



LECTURA Nº 4

EPICTETO: Máximas para alcanzar la felicidad. (Manual o Máximas)

No desees nada con pasión: porque si deseas las cosas que no dependen de ti es imposible que no te veas frustrado y si deseas las que de ti dependen, advierte que no estás bastante instruido de lo que es necesario para desearlas honestamente.   Por lo cual, si quieres hacer bien acércate a ellas de manera que puedas rebatirte cuando quieras.  Pero todo esto se ha de hacer con medida y discreción (…).

Cuando se te ofrece algún objeto enojoso, acostúmbrate a decir en ti mismo que no es lo que parece sino pura imaginación.  Luego que hayas hecho reflexión, examina el objeto de la regla que tienes para ello.  Considera si es cosa que depende de ti; porque si no depende, dirá que no te toca (…).  Por ejemplo: cuando manejas una olla de barro, piensa que es una olla de tierra la que manejas, y que puede quebrarse fácilmente.  Porque, habiendo hecho esta reflexión, si acaso se quebrase, no te causará alteración.  Asimismo, si amas a tu hijo o tu mujer, acuérdate que mortal lo que amas, y por este medio te librarás del impensado sobresalto cuando la muerte te los arrebate (…):
si te hallaras embarcado y el bajel viniese a tierra, te sería permitido desembarcar para buscar agua, y asimismo, nadie te impedirá el coger las conchelas que te hallares en tu camino; pero te convendría tener la vista siempre en el bajel, atendiendo a cuando el piloto te llamase, y entonces sería menester dejarlo todo de modo que no te hiciese embarcar atado de pies y manos como una bestia.  Lo mismo sucede en la vida.  Si Dios te da mujer e hijos, permitido te es amarlos y gozar de ellos.  Pero si Dios te llama, conviene dejarlo sin más pensar, y correr ligeramente a la nave.  Y si ya eres viejo, guárdate de alejarte y no estar prevenido cuando seas llamado (…).

Nunca pidas que las cosas se hagan como quieras; mas procura quererlas como ellas se hace.  Por este medio todo te sucederá como lo deseas (…).

Acuérdate que conviene que representes la parte que te ha querido dar el autor de la comedia.  Si es corto tu papel, represéntate corto; si largo, represéntate largo.  Si te manda hacer el papel de pobre, hazlo naturalmente lo mejor que pudieres.  Y si te da el de príncipe, el de cojo o el de un oficial mecánico, a ti te toca el representarlo y al autor el de escogértelo (…).

Ten cada día delante de los ojos la muerte, el destierro y las otras demás cosas que la mayor parte de los hombres ponen en el número de males.  Pero ten cuidado particularmente de la muerte, porque por este medio no tendrás ningún pensamiento bajo ni servil, ni desearás nunca nada con pasión (…).

Por opinión que tenemos de las cosas que nos tocan podemos conocer lo que desea la Naturaleza.  Cuando el criado de tu vecino rompe un vidrio decimos, luego, que aquello sucede ordinariamente; conviene comportarse de la misma manera cuando rompa el tuyo, y quedar tan mesurada como cuando se rompió el de tu vecino.  Aplica esto también a las cosas mayores.  Cuando el hijo o la mujer de tu vecino se mueren, no hay quien no diga que eso es natural; pero cuando nos sucede tal accidente nos desesperamos y gritamos diciendo: “¡Ah, cuán desgraciado soy! ¡Ah, cuán miserable!”.  Pero deberás recordar en este suceso lo que sientes cuando a otro le acontece la misma cosa (…).
El aplicarse demasiado a las cosas corporales es señal de un alma baja, como es ser continuo en ejercicio de comer y beber mucho, el darse demasiado a las mujeres y gastar más tiempo del que es menester en las demás funciones del cuerpo.  Todo esto se ha de hacer de prisa y como de paso.  Al espíritu se han de dar todos nuestros cuidados.











LECTURA Nº 5

PLOTINO: Sobre las virtudes y sobre el origen del mal.  (Enéada primera)

Habrá que inquirir ahora si la purificación es lo mismo que la virtud de que hablamos, o si es en realidad su guía, en cuyo caso la virtud irá tras sus pasos.  ¿Diremos que la virtud es el acto de purificarse o el estado de purificación que con ello se alcanza?  Indudablemente, la virtud que está en acto es más imperfecta que el estado mismo, ya que éste es como el fin de aquél.  Ahora bien, ese estado de purificación consiste en la separación de todo lo que nos es extraño, en tanto el bien es cosa distinta.  Ciertamente, si el ser era bueno antes de volverse impuro, parece notorio que la purificación sería suficiente.  Lo que quedaría tras indagar; pero, ¿estaremos seguros de que es el bien la naturaleza subsistente?  En verdad, nos inclinamos a excluir tal afirmación, porque entonces el bien existiría en el ser malo. ¿Diremos, pues, que esa naturaleza es sólo buena en apariencia?  Porque, por lo pronto, no es apta para permanecer unida a lo realmente bueno, no es más que la convivencia con algo afín, y el mal, la unión con sus contrarios.  A dicha convivencia convendrá la purificación, y será de hecho posible si se vuelve hacia el bien.

Mas esa conversión, ¿se da después de la purificación? Sin duda, se afirma después de ella.  Y un la virtud misma es otra cosa que lo que resulta de la conversión hacia el bien.  Pues, ¿qué? Ser trata de la contemplación y figuración de lo inteligible,  que es puesta y actúa en el alma a la manera como la visión ocular en referencia a su campo visual.  Ciertamente, el alma poseía lo inteligible, aunque sin recordarlo; y lo poseía, no en acto, sino como yacente en una región oscura.  Para iluminar esta región y conocer que existe en ella misma, conviene que el alma se dirija a algo que la ilumine.  Pues, verdaderamente, el alma no poseía objetos inteligibles, sino sus huellas, y es necesario, por tanto, que acomode la huella a la propia realidad de la que ella es indicio y señal.  Quizás por ello se diga que la inteligencia no le es extraña al alma y no lo es, sobre todo, cuando el alma mira hacia aquélla; porque, si esto no ocurre, entonces sí le es ajena aun estando presente.  Lo mismo acontece a nuestros conocimientos: se nos hacen extraños si nunca los actualizamos mentalmente.

Ahora toca preguntarse: “¿Cómo, si existe el bien, existe también por necesidad el mal? ¿Es acaso por ello que deba existir la materia en todo el universo?” Necesariamente, el universo se compone de cosas contrarias y no existiría de no existir la materia.  “Pues la naturaleza de este mundo resulta de una mezcla de inteligencia y necesidad”; todo cuanto viene a él precede de Dios, es bueno; el mal, es cambio, proviene de la “antigua naturaleza”, o dicho con el lenguaje de (Platón), de la materia que aún no ha sido ordenada.

Más, si ese universo se debe a Dios, ¿cómo ha de poseer una naturaleza mortal ¿  naturalmente damos por supuesto que al hablar de platón de “este lugar” se refiere al universo.  Con sus palabras: “…ya que habéis nacido”, parece autorizarnos a decir, con toda razón, que el mal no será destruido.  Pero entonces, ¿cómo hemos de huir de él?  Indudablemente, “no por el cambio de lugar, sino por la adquisición de la virtud y la separación de la materia, ya que la coexistencia con el cuerpo es asimismo coexistencia con la materia.  Platón mismo nos aclara en qué consiste ese estar separado: es un existir en la vecindad de los dioses y en su relación con lo inteligible morada de los seres inmortales.

La necesidad del mal podremos interpretarla así: puesto que el bien no existe solo, necesariamente deberá haber un término a la sucesión que surja de él o, si queremos precisarlo mejor, a todo lo que desciende y se aleja de él; este término será el último de la serie y no engendrará ningún otro ser; de ahí que se le considere justamente como el mal.  Hay algo por necesidad después de lo que ocupa el primer lugar; ese algo es en último término, la materia, que nada tiene ya del Bien.  Tal es precisamente esa necesidad del mal.



1.3.11.  Crítica a los diferentes modelos éticos

Si comenzamos por la ética de Aristóteles, centrada en la virtud, vemos que es elitista y clasista.  Elitista porque su ideal está pensando para una aristocracia de hombres libres, entre los cuales se encuentra el filósofo.  Clasista porque acepta y justifica como necesarias las diferencias de clase de la época, la esclavitud.  Su ideal de perfección es un ideal apropiado para la vida tranquila de los ciudadanos libres, pero resulta totalmente inadecuado para orientar la superación de los conflictos sociales.  Se basa en la primacía de la teoría sobre la praxis, que desemboca en el desprecio del trabajo físico y de quienes lo realizan.  Reforzando así el egoísmo de clase, está reñida con una ética de la alteridad, cuya máxima preocupación consiste en la posibilitación concreta de una vida digna para el pobre, el explotado, el marginado.

No otra cosa le sucede al epicureismo y al utilitarismo.  Buscando el individuo su placer, su felicidad, no hay lugar para el sacrificio por el bien de los demás, sobre todo cuando éstos son pobres y no tienen forma de recompensar el sacrificio realizado por los acomodados.  El interés por los demás, por ejemplo en la amistad, sólo se justifica en cuanto nos produce satisfacción y felicidad.  Esto revela una actitud egoísta, de preocupación de cada uno por su propio bien, el de su familia, de su clase, de su ciudad, de su nación.  El bien del otro no cuenta.  La misma ascética, el control razonable de sí, como objetivo el logro de un placer más puro y refinado.

La ética estoica, a pesar de su humanitarismo universal, en el fondo es individualista.  Su aspiración máxima no consiste en el compromiso social, sino en la perfección individual.  La obsesión por alcanzar el completo autodominio de sí y el ajuste de la propia vida a las leyes del devenir universal, propicia el que el individuo se cierre sobre sí mismo y se llene de orgullo perfeccionista.  La perfección no se sitúa en el servicio al otro sino en el ordenamiento de la propia vida.  El estoico es un atleta, en permanente entrenamiento moral par alcanzar la propia perfección.

La ética platónica y neoplatónica es estrictamente individualista.  Llama al individuo ala superación mediante una rigurosa ascesis que lo llevará a la perfección espiritual.  Su práctica moral es aristocrática, reservada a algunos iniciados, y llena de desprecio hacia las miserias en que se debate la masa de la humanidad.  Por su dualismo rechaza todo lo corpóreo y lo material.  Su ideal está en la fuga del mundo, no en el compromiso con sus miserias en cuantas limitaciones materiales que deben ser superadas.

 La ética kantiana se halla reforzadas las tendencias a centrar al individuo sobre sí mismo.  El yo, representado por la voluntad autónoma, se constituye en árbitro y juez de la vida moral.  Se cae así en el voluntarismo y el formalismo moral: no importa el resultado de la acción, sino la intención que “yo” tengo al hacerla; no importa el contenido de la acción, sino su formalidad.  Es el estilo moral de la burguesía: orden, ley, puntualidad, reglamento,  buenas costumbres.  El otro, el pobre, la masa miserable, queda por fuera de esta moral, ya que nunca será capaz de cumplir sus máximas estrictas, las angustias vitales de la miseria no dejan espacio para la reflexión sobre las exigencias formales del deber.

Sin duda, la máxima formulación de una ética contraria al sentido de la alteridad se encuentra en la ética nietzscheana del superhombre.  La voluntad del poder justifica directamente la opresión del otro, en tanto en cuanto éste obstaculiza el logro de mi propósito.  Una moral de alteridad resulta absurda para quién ve en los necesitados no unos hombres con dignidad a quienes hay que ayudar, sino un rebaño de esclavos infelices a quienes los hombres superiores deben explotar.  Es ésta a moral clasista y racista por excelencia, que puede llegar a justificar las mayores aberraciones, como lo demostró el nazismo.

El marxismo nade un profundo sentido de la alteridad.  Todo él se resuelve en un esfuerzo por liberar al otro, el explotado y oprimido, de la alienación en que lo mantiene el sistema.  Sin embargo, en la práctica, el comunismo real se ha convertido en una nueva Totalidad, a veces más excluyente y represiva que la Totalidad capitalista contra la que se levantó.  Preocupado sobre todo por el bienestar material de la colectividad, cuya vocería asume dictatorialmente la élite dirigente, puede llegar a reducir el hombre a una pieza o elemento productivo del todo social, el cual dispone de su vida a su antojo.  La singularidad de la vida personal pasa a un segundo plano y consiguientemente se distorsiona el verdadero sentido de la alteridad, tanto inmanente como trascendente.  La ética axiológica brinda la posibilidad de comprender con mayor claridad el fenómeno social de la moral y las motivaciones del comportamiento, tanto en los individuos como en los grupos.  Por esa razón en la próxima unidad analizaremos el concepto de valor, como uno de los elementos claves de la actividad moral.  Ahora bien, lo importante no es la formalidad de los valores, sino su materialidad, el contenido existencial o vivencial que encierra cada uno.  Podemos estar todos a favor de valores como la justicia, la libertad, la paz, etc., y, sin embargo, entender sus exigencias en forma tan diferente que no podamos llegar a un acuerdo sobre ellas.  Ahí reside la deficiencia que encontramos en la ética axiológica.

Algo similar sucede con el aporte de las éticas dialógicas.  Por el hecho de destacar el valor del diálogo y el consenso como única forma válida para hallar normas morales de valor universal respetando la autonomía de las personas, han llamado positivamente la atención de las sociedades contemporáneas tanto desarrolladas como subdesarrolladas, que tiene un vivo sentido de la democracia.  Pero quienes vivimos en estas últimas  somos más concientes de que es completamente utópico pensar en la realización histórica de la comunidad ideal de comunicación.  Las desigualdades sociales son tan extremas y los intereses económicos que las generan están tan bien protegidos por el sistema que resulta imposible por la vía del diálogo y el consenso implantar normas de comportamiento basadas en la justicia exigida por los sectores oprimidos.  Por ello la ética de la liberación parece no poder aceptar sus planteamientos tal como son propuestos en Europa.




 1.2  Definición de moral y ética                                      Tema  2.  EL SER HUMANO Y LA DIMENSIÓN ÉTICA