Principales tipos
de éticas
Son numerosos los
sistemas éticos elaborados a lo largo de la historia. Cuando uno estudia ética en un manual o en la obra de algún
filósofo importante, lo que estudia es una ética, es decir, una determinada teoría
de la moralidad. Si decide ampliar
su estudio en otros filósofos, encontrará planteamientos diferentes, a veces
enfrentados, y terminará por comprender la ética como un polifacético abanico
de teorías sobre la moralidad.
Cada una de dichas
teorías encierra una parte de verdad.
La riqueza de aspectos implicados en la vivencia moral hace que
determinados pensadores y culturas privilegien uno sobre los demás, dando lugar
así a los diferentes métodos de éticas.
No existe, pues, una ética verdadera frente a numerosas, falsas o equivocadas,
como pretenden los espíritus dogmáticos o simplistas. Políticos, educadores, filósofos y dirigentes religiosos,
ansiosos por infundir sus ideales
en la humanidad con la mayor eficacia, olvidan con frecuencia que el ser humano
es un proyecto siempre abierto a nuevos ideales de perfección y declaran
subversivo, inhumano, irracional o impío cualquier ideal diferente al propio.
En los antípodas de
la actitud dogmática se encuentra la actitud relativista de tantos que creen
resolver el problema dando a todos los sistemas el mismo valor, como si se
tratase de simples opiniones sin otro fundamento que el gusto de cada
cual. El hecho de que no poseamos
la verdad total, no significa que no podamos acercarnos más o menos a la
verdad. Cada sistema se acerca en
aquellos elementos de la realidad moral que privilegia y cuyo dinamismo de
perfección es testimoniado por la historia. Son esos elementos los que un espíritu abierto debe
aprehender y tratar de integrar en orden al logro de una mayor amplitud de miras
para definir la estructura moral del hombre y el camino a la perfección.
Con este espíritu
vamos a intentar bosquejar, muy sintéticamente, los planteamientos centrales de
los principales sistemas éticos.
Existen diferentes formas de clasificarlos, pero cualquier clasificación
encierra el peligro de forzar a unos para resaltar su semejanza con otros. Al final presentaremos algunos modelos
de esquemas de diferentes autores.
Cada sistema de los
que vamos a exponer corresponde a una actitud moral que es destacada sobre las
demás. Son las actitudes
corrientes del hombre de la calle, unas personas se caracterizan por unas y
otras por otras. Hay quienes viven
pensando en el placer, otros luchando por le poder, otros consagrados a la
práctica de la virtud o a la lucha revolucionaria, otros obsesionados por el
cumplimiento estricto de sus deberes, etc. Más aún, tan diferentes actitudes brillan en cada uno de
nosotros en diferentes momentos y tratan de arrastrarnos por uno u otro camino,
llegando a crear a veces tensiones desgarradoras. Así vivimos momentos en que el apetito del placer nos domina
y otras en que optamos por la ascesis en busca de la perfección en momentos en que referimos renunciar a
nuestros intereses en aras del bien de otros.
Lo que pretendemos
con las páginas siguientes no es el conocimiento teórico de los sistemas, como
piezas de museo, sino conocer mejor a través de ellas las actitudes que luchan
por imponerse unas sobre otras en nuestro interior y en el seno de nuestra
sociedad.
Ética de
virtudes
El
hombre aspira a la felicidad mediante la práctica de virtudes. También se denomina eudemonismo. Aristóteles. Tomás de Aquino la
consagra en la teología cristiana.
En
nuestra sociedad, de tradición occidental y cristiana, está fuertemente
enraizado el modelo ético del hombre virtuoso. La máxima aspiración del hombre consiste en la felicidad,
que no puede encontrarse sino en Dios, fin último de la vida humana. Y esa felicidad se alcanza mediante el
ejercicio de las virtudes. El origen
de esta ética se encuentra en los griegos. Los grandes clásicos de la filosofía griega, Sócrates,
Platón y Aristóteles, con sus máximos representantes. Veamos como la presenta Aristóteles, cuya Ética a Nicómaco
es sin duda el libro de ética más importante de la antigüedad.
El
hombre está orientado por su naturaleza hacia la felicidad. La felicidad es el bien supremo y fin
último del hombre. La felicidad se
alcanza mediante la práctica de las virtudes, que son actitudes de equilibrio
en todos los ámbitos de la vida humana: justicia, fortaleza, templanza,
veracidad, liberalidad, etc. La
contemplación de la verdad e el ideal superior de la vida virtuosa. El bienestar de toda la sociedad es lo
que debe orientar las relaciones entre sus miembros.
La
gran síntesis teológica, elaborada al final de la Edad Media por Tomás de
Aquino, consagró definitivamente el esquema ético de Aristóteles como ideario
moral de la cristiandad. Dios es
el fin último del hombre y la fuente de la felicidad suprema. La vida del cristiano se norma por la
práctica de las virtudes, tanto teologales como naturales, cuyo estudio
desarrolla Tomás, de forma insuperable, en la Suma Teológica.
Epicureismo:
El
hombre encuentra la felicidad a través del placer equivalente. Hedonismo- Epicuro. El placer
constituye una aspiración generalizada entre los hombres de todos los
tiempos. Vivir rodeado de placeres
y satisfacciones es el ideal que la sociedad de consumo difunde a través de los
medios de comunicación en la actualidad.
La teoría que desarrolla esta tendencia como criterio último de
moralidad es denominada hedonismo (del griego hedoné: placer). La antigüedad tiene su máximo
representante en Epicuro, hombre de una gran personalidad, admirado y seguido
en su tiempo por numerosos discípulos.
Para
Epicuro, el principio de todo bien se halla en el placer. Algunas de sus afirmaciones se refieren
a un placer grosero, al placer del vientre que producen la comida y la bebida. Sin embargo, este placer corporal es
descartado en seguida por el malestar posterior que produce. El placer que hace verdaderamente
dichosos al hombre es un placer tranquilo, equilibrado. Los placeres corporales cuando no se saben
controlar llevan consigo el sufrimiento.
Más aún, todo placer corporal encierra inquietud y crea mayor
ansiedad. De ahí que los
verdaderos placeres sean más bien del espíritu. Epicuro, profundamente materialista, entiende por tales los
placeres físicos más elevados o refinados. El placer puro es el que no lleva mezcla de sufrimiento. Tal placer deja un recuerdo agradable
que hace desear la repetición.
De
este modo, la moral de Epicuro, que se ha presentado frecuentemente como un
sensualismo vulgar que busca el placer corporal inmediato y sin límite, es más
bien una ascesis del placer. El
placer calculado exige un gran control de sí mismo y una buena madurez
intelectual. Saber seleccionar los
placeres y saber calcular su medida, con el fin de eliminar lo más posible el
sufrimiento, sería la máxima de la actividad moral que brinda el epicureismo
para los hedonistas de todos los tiempos.
Estoicismo:
El
hombre debe vivir conforme a las leyes del universo. Debe practicar la indiferencia y la imperturbabilidad. Conciencia de la dignidad humana y
universal. Zenón, Séneca, Marco
Aurelio.
El
estoicismo es una escuela filosófica contemporánea y antagónica de la
anterior. Recibe su nombre de la
stoa o pórtico, donde Zenón reunía a sus primeros discípulos a comienzos del
siglo IV a. C. En sus comienzos,
esta corriente no tuvo mayor trascendencia, pero alcanzó un auge inusitado en
los primeros siglos de nuestra era, en Roma, donde vivieron sus principales
representantes: Epicteto, Séneca y Marco Aurelio.
En
los cimientos del estoicismo se halla la comprensión del mundo como un cosmos,
un orden universal, regido por leyes inmutables que gobiernan también la vida
humana. El ideal del hombre
consiste en vivir conforme a la naturaleza. De ese modo, se adapta al orden universal y consigue la
felicidad. El camino de la
perfección reside en la apatheia, una actitud de indiferencia positiva frente a
los acontecimientos. Para
alcanzarla el hombre debe comenzar por cultivar la ataraxia o
imperturbabilidad. El no dejarse
perturbar por nada, sea agradable o desagradable, nos garantiza la tranquilidad
de espíritu, en armonía total con la naturaleza. Todo lo que nos sucede: éxitos, alegrías, sufrimientos,
muerte, es lo que nos conviene.
Aceptarlo, sin apego ni resistencia, es alcanzar la perfección y la
felicidad.
A
esta actitud se una la conciencia de la dignidad humana, basada en que todo en
el universo es divino. Como seres
humanos todos los hombres somos iguales, tenemos la misma dignidad. Es tan respetable el esclavo como el
libre, el bárbaro como el romano: todos formamos parte del orden cósmico
divino. De este modo el estoicismo
culmina en un humanismo universalista.
La patria del hombre se amplía; ya no es ciudad, la polis de los
griegos, sino el mundo, la humanidad entera
Ética kantiana
o del deber:
La
bondad moral consiste en la voluntad
de cumplir porque es el deber.
Moral autónoma. Kant.
Desde
la antigüedad hasta la época moderna, la moral del hombre occidental estuvo
orientada por la teología moral cristiana, que articuló los ideales de vida del
Evangelio sobre los principales modelos éticos antiguos: aristotélico, estoico
y neoplatónico, asumidos en forma sincretista. Ya en pleno siglo XVIII Kant elabora un nuevo modelo ético,
que busca un fundamento diferente para la vida moral. Las éticas anteriores tenían un fundamento heterínimo, es
decir, fundamentaban sus exigencias o principios en realidades exteriores y
trascendentes al hombre mismo: Dios, la idea de bien, la naturaleza, la
felicidad. El interés de Kant consiste en darle a la moral un fundamento
autónomo: que la moralidad misma del hombre constituya el fundamento último y
la fuente original de todas las normas morales. Esto equivale a decir en un lenguaje sencillo: no importa si
el objetivo de mi acción es en sí mismo bueno o malo; lo importante es la
intención que me mueve a realizarla
Kant
llega así a determinar que el único fundamento de la norma moral es el
deber. El valor moral sólo puede
radicar en la voluntad del hombre, en “querer hacer el bien”, en la buena
voluntad. La voluntad de cumplir
el deber es el criterio máximo de bondad moral. “Obra siempre de tal manera que la máxima de tu voluntad
pueda valer como principio de legislación universal”. En esta fórmula el mismo Kant sintetiza el principio
práctico del obrar moral. El hombre encuentra la perfección moral en el
cumplimiento del deber por el deber mismo. No importan las consecuencias de las acciones, el beneficio
o perjuicio que de ellas se siga; lo importante es haber cumplido exactamente
con el deber, y el deber me lo indican las leyes de la sociedad. Cuando en la formación moral de los
niños y jóvenes se insiste tanto en el cumplimiento del deber, en la
observancia de los reglamentos, en el orden institucional ,se está poniendo en
práctica la ética kantiana, aunque uno crea que está dando una educación
cristiana.
Utilitarismo:
Se
consigue la felicidad buscando el placer y rechazando el dolor. Bueno es lo útil. Bentham, Stuart Mill.
El
utilitarismo es sin duda el modelo ético más seguido en al actualidad. Constituye un resurgimiento del
epicureismo en pleno siglo XVIII.
Su principio fundamental consiste en la felicidad, que se consigue
buscando el placer y rechazando el dolor.
Bueno es lo que produce placer, malo, lo que produce dolor. Esto se deduce del criterio de
utilidad, que constituye el móvil último de todas las acciones. Es útil lo que aumenta el placer y
disminuye el dolor.
Esta
corriente nace del carácter pragmático anglosajón y logra sus mejores ideólogos
y su máximo desarrollo en Inglaterra.
El primer utilitarista con renombre universal es Bentham, un filántropo
preocupado por la felicidad de la humanidad, a cuyo servicio elabora una
aritmética moral. La conducta debe
regirse sólo por el interés. Toda
la sabiduría moral consiste en un frío cálculo de intereses. El sacrificio, es ascetismo, el
desinterés son ideales falsos. La
virtud es el hábito de hacer bien las cuentas para lograr mayor placer. El altruismo predicado por él se basa
en la utilidad, por cuanto nada hay más útil y placentero que la simpatía y
concordia entre los hombres. La
mayor felicidad –entendida como placer- para el mayor número de hombres, es su
máxima de acción moral. Esto es lo
que él denomina maximización de la felicidad. De ahí que el interés público esté siempre por encima del
interés particular.
Su discípulo Stuart
Mill corrige esta doctrina dándola mayor importancia al calidad del placer que
a su santidad: “Vale más, llega a decir, ser un hombre descontento que un cerdo
satisfecho”. Los placeres intelectuales
o del espíritu son más valiosos que los placeres sensuales. Moralmente, las personas se clasifican
de acuerdo al tipo de placeres a que aspiran.
Hay
quienes desdeñan en los textos de ética el valor de esta corriente, por su
simplicidad y escasa sistematización teórica. Sin embargo, como decíamos antes, es el modelo ético
generalizado en nuestra sociedad.
El hombre tiende espontánea o instintivamente a buscar lo que le produce
placer; y a eso lo llama útil y bueno. El interés marca el estilo de nuestras
relaciones sociales y la jerarquía de nuestros valores. Incluso la moral cristiana que
practicamos es una moral utilitarista: busca las satisfacciones que hacen feliz
al hombre, si es posible en este mundo, y si no, al menos en el otro.
Ética del superhombre:
La
verdadera moral es la moral de los señores, que consiste en fomentar la
voluntad del poder. Se opone a la
moral judeo-cristiana de los esclavos.
Nietzsche.
En los últimos
siglos, el hombre occidental, a medida que se independiza de los esquemas de
pensamiento del mundo medieval, descubre que los valores morales y
tradicionales son puras máscaras que ocultan los intereses egoístas de unos y
las bajezas y miserias de otros.
En este contexto surge la obra de Nietzsche, cuya influencia ha sido
considerable en todo el pensamiento contemporáneo. La crisis de valores del siglo XX es en el fondo un vacío de
valores. Y Nietzsche es su máximo
testigo. Su mayor preocupación
consiste en el porvenir de la civilización occidental. El pesimismo y el insuceso de su propia
vida le llevan a tomar una actitud negativista frente a todos los valores de su
sociedad. De ahí que sea
considerado hoy como el profeta del nihilismo.
El mundo, según él,
es un caos de fuerzas animadas por voluntades de poder, cuya expresión es la
vida. Penetrado por estas mismas
fuerzas, el hombre se debate entre dos actitudes, la lucha por el poder y la
defensa de al debilidad. Estas
actitudes o tendencias contrapuestas dividen a la humanidad en dos tipos de
hombres: los poderosos y los débiles.
Estos últimos son hombre mediocres, de rebaño. Incapaces de vivir por sí mismos, necesitan vivir en
sociedad, con orden jurídico, una religión y una moral comunes, teniendo como
valores la igualdad, la humanidad, la caridad, el sacrificio. Estos hombres, que conforman la inmensa
mayoría de la humanidad, son despreciables, aunque resultan necesarios para
cumplir muchas funciones inferiores en beneficio de los poderosos.
Los
hombres poderosos, muy escasos y solitarios, constituyen una raza superior
caracterizada por valores opuestos a los de la raza inferior. Para ellos no existe otra regla moral
que el desarrollo de su propia personalidad en vistas al poder y la
grandeza. Él que realiza en su
vida el ideal del hombre poderoso se convierte en un superhombre, valor y meta
suprema de la humanidad. El
superhombre es duro, sin sentimientos y profundamente inmoral o amoral. Hace todo lo que sirve a sus fines, sin
necesidad de justificar nada, ya que está “más allá del bien y del mal”. La moral es conveniente, más aún
indispensable para los hombres inferiores, los esclavos, por eso llama a la
moral judeocristiana una “moral de esclavos”.
Esta filosofía del
poder, que lleva hasta sus últimas consecuencias el maquiavelismo político –“el
fin justifica los medio”- al campo del amoral, sirvió de base al nazismo para
justificar sus crímenes abominables.
En nuestros días ha sido bien acogida y sobradamente practicada por los
nuevos adoradores del poder que el capitalismo hace proliferar por doquier. Es la moral del “hombre de negocios” y
de todos aquellos cuya máxima aspiración s “triunfar en la vida” al precio que
sea.
El amoralismo que
el nihilismo existencialista ha tratado de difundir entre las generaciones
jóvenes es también hijo bastardo de esta filosofía. Y la tradicional inmoralidad que caracteriza el mundo de la
política se ha robustecido con ella.
Ética
marxista:
Para
acabar con la alineación social hay que comprometerse en las luchas de la
revolución socialista, que triunfará con la implantación de la sociedad perfecta:
el comunismo. Marx, Lenin.
Aunque el marxismo
no se preocupó por elaborar una ética en forma sistemática prácticamente hasta
las últimas décadas, sin embargo todo él es una filosofía de profundo carácter
moral. Sobra recordar la importancia
trascendental del pensamiento marxista en el mundo contemporáneo. Gran parte de la humanidad pertenece al
bloque de los países comunistas. Y
en los países del bloque capitalista las tesis marxistas sirven de apoyo
ideológico para la reivindicación de los derechos sociales del pueblo contra
las oligarquías nacionales, pensamientos en pro de la liberación, derechos
humanos, la conscientización popular, etc., son algunas muestras de la vigencia
que incluso en el mundo capitalista tienen los postulados marxistas.
Recordemos algunos
de los principios básicos de la antropología marxista, que definen un tipo de
ética diferente. Como criterio
último de verdad. Marx impone la
praxis. La acción, la producción,
el trabajo, la eficacia histórica, con los indicadores de la verdad y,
consiguientemente, de la bondad moral.
La alineación constituye la fuente y la máxima expresión a la vez de la
deshumanización. La alineación, de
carácter inicialmente económico en el trabajo, afecta en seguida los ámbitos de
la cultura, el derecho, la religión y la moral. El hombre está moralmente alienado cuando orienta sus
aspiraciones según falsos ideales creados por la clase burguesa para mantener
la explotación de los trabajadores.
Los ideales religiosos, en general con alienantes por cuanto predican al
trabajador explotado resignación en este mundo como medio para alcanzar la
felicidad eterna en la otra vida.
Frente al estado actual de alineación social, manifiesto en el
antagonismo de clases, Marx
propone el ideal del hombre nuevo, el verdadero hombre libre, que será fruto de
al sociedad comunista, sin clases.
Para construir esa sociedad es necesario
realizar la revolución socialista. Sólo mediante la revolución será posible
acabar con la explotación y la división de clases. La moral marxista es ante todo una moral
revolucionaria. Sus virtudes son
la lucha, la solidaridad, el sacrificio por la causa, el trabajo
colectivo. Quien asume en la vida
actitudes revolucionarias a favor del socialismo, obra el bien; quien entorpece
la revolución socialista o desentendimiento de ella, obra el mal.
La ética
axiológica:
El
bien está encarnado en el valor moral.
Los valores plasman ideales de perfección. Se ordenan jerárquicamente. De la percepción del valor surge el sentido del deber moral. M. Scheler y N.
Hartmann.
En
oposición a la ética kantiana, de carácter formal, se desarrolla en la primera
mitad del siglo XX una ética preocupada más por el “contenido” que por la
“forma” de la acción moral. Se
trata de una corriente axiológica en la que se destacan Max Scheler y Nicolai
Hartmann, entre muchos pensadores.
Algunos
consideran el valor como un ser ideal, otros lo consideran como una cualidad
objetiva que se da en los seres.
Los valores plasman ideales de perfección que el hombre capta
intuitivamente y frente a los cuales se siente atraído en orden a un
realización o práctica concreta de los mismo. De la percepción del valor surge el sentido del deber moral.
Los
valores poseen algunas propiedades: objetividad, valen por sí mismos
independientemente de la apreciación de cada individuo; subjetividad; cada
persona tiene su propia percepción estimativa de los valores; cualidad: se
distinguen diversas clases de valores: estéticos, morales, religiosos,
biológicos, etc.: polaridad: en todo valor se da una graduación de perfección
entre dos extremos, el positivo (máximo de valor) y el negativo (carencia o
negación de valor); jerarquía: entre los valores se da un orden de importancia,
unos se subordinan a otros; historicidad: están sometidos a los
condicionamientos y cambios históricos, lo que les confiere un carácter de
relatividad, aunque no de relativismo.
Ética de la
liberación:
Para
hacer posible la liberación de todas las formas de opresión que se dan en
nuestros pueblos, es necesario enfrentarse a la “Totalidad” del sistema con un
nuevo sentido del bien moral: el respeto y el amor a “el otro” a través de la
práctica de la justicia. E. Dussel.
Íntimamente
relacionada con la teología de la liberación, surge en los años 60 en América
Latina la denominada “filosofía de la liberación”. Dicha corriente filosófica posee una ética propia, cuyo
principal exponente ha sido Enrique Dussel.
La
ética de la liberación parte de la conciencia de la situación de opresión en
que se encuentra el pueblo latinoamericano, así como los demás pueblos del
Tercer Mundo. Esta situación, que
atenta contra la dignidad de la persona humana, impide tanto a los individuos
como a los pueblos ser sujetos de su propia historia.
La
conquista y colonización de América han sido prolongadas en un neocolonialismo
económico y cultural que mantiene las estructuras de dependencia y opresión por
parte de la “totalidad” que conforman las potencias como centros
internacionales de poder.
Este
sentido ético de “alteridad”, como perspectiva que ilumina la praxis de
liberación, penetra todos los ámbitos de la vida humana: la erótica, en la que
el rostro sexuado de la mujer se libera de la dominación del macho; la
pedagógica, que devuelve su palabra al Otro en cuanto al sujeto de la
educación: el hijo frente al padre, el alumno frente al maestro, el pueblo
frente al Estado; la política, donde se sustituyen las relaciones de
dependencia y opresión por relaciones de fraternidad y equidad entre naciones
ricas y pobres, a nivel internacional, y entre gobernados y gobernantes, a
nivel nacional; la arqueológica que, desde una comprensión de la religión como
aceptación del totalmente Otro, rechaza toda forma de fetichismo o divinización
de la Mismidad; y, finalmente, la económica, que replantea las relaciones del
hombre con la naturaleza, las relaciones de producción y todas las formas de
relación económica, a partir de la actitud de justicia con el Otro, el pobre y
explotado.
Ética
comunicativa:
Parte
de la autonomía de la persona y de la igualdad de todas las personas, que deben
establecer las normas morales universales a través del consenso, al que se
llega mediante el diálogo. Apel,
Habermas, Cortina.
La
ética comunicativa o dialéctica ha sido desarrollada en las últimas décadas del
siglo XX sobre todo por K. O. Apel y J. Habermas en Alemania. Es una ética formal, basada en el
diálogo y la comunicación, que hunde sus raíces en Kant. Estos autores, preocupados por la
justificación y la fundamentación de la ética en una sociedad pluralista y
democrática como la actual, colocan el énfasis en el procedimiento para llegar
entre todos a una normativa moral universal.
Según ellos,
descartados desde Kant las fuentes de legislaciones morales diferentes y
trascendentes al hombre mismo, el diálogo es el único medio que nos queda para
saber si los intereses subjetivos pueden convertirse en normas
universales. Esta ética se
fundamenta en la autonomía de la persona, que confiere al hombre el carácter de
autolegislador, y en la igualdad de todas las personas, que les da derecho a
buscar una normativa universal mediante el diálogo. Para hacer posible la ética dialógica, todos los miembros de
la comunidad se deben reconocer recíprocamente como interlocutores con los
mismos derechos y se deben obligar a seguir las normas básicas de la
argumentación. De este modo es
posible llegar a establecer unas normas mínimas por consenso, las cuales
regularán el comportamiento moral en la sociedad pluralista y democrática.
Este
modelo de ética, Adela Cortina en España lo ha presentado como una ética de la
“responsabilidad solidaria”. Con
estas categorías, responsabilidad y solidaridad, trata de evitar el peligro de
quedarse en la pura formalidad del diálogo. Orientando la dirección del diálogo está la preocupación por
el resultado práctico de las decisiones acordadas así como la búsqueda del bien
para todos los implicados en dichas decisiones (sentido social o comunitario)
LECTURAS
A
continuación se ofrecen algunas lecturas que corresponden a los diferentes
modelos éticos tratados en esta primera unidad. Lee con atención los textos seleccionados y desarrolla los
ejercicios correspondientes.
LECTURA No. 1
ARISTÓTELES: La virtud es la verdadera felicidad. (Ética a Nicómaco)
Volvamos a la primera cuestión, que hemos
sentado anteriormente; ella puede muy fácilmente contribuir a resolver la que
ahora nos proponemos.
Si es preciso siempre esperar y ver el fin, y
si sólo entonces se pueden tener por dichosos a los hombres, no porque lo sean
en aquel momento, sino porque lo fueron en otro tiempo; ¿no sería un absurdo,
cuando uno es actualmente dichoso, no reconocer, respecto de él, una verdad que
es incontestable? Es vano pretexto
decir que no se quiere proclamar a las personas que viven por temor a los
reveses que puedan sobrevenirles, y alegar, que la idea de la felicidad nos la
representamos como una cosa inmutable y que no cambia fácilmente; y, en fin,
que la fortuna causa muchas veces las perturbaciones más diversas en un mismo
individuo. Conforme a este razonamiento
es claro que si quisiéramos seguir todas las mudanzas de la fortuna de un
hombre, sucedería muchas veces que llamaríamos a un mismo individuo dichoso y
desgraciado, haciendo del hombre dichoso una especie de camaleón y de una
naturaleza medianamente mudable y pobre.
¡Pero qué!, ¿es prudente dar tanta importancia a los cambios de la
fortuna de los hombres? No es en
la fortuna donde se encuentra la felicidad o la desgracia, estando la vida
humana expuesta a estas vicisitudes inevitables, como ya hemos dicho; sino que
son los actos de virtud los únicos que deciden soberanamente de la felicidad,
como son los actos contrarios los que deciden del estado contrario. La cuestión misma que dilucidamos en
este momento es un testimonio más a favor de nuestra definición de
felicidad. No, no hay nada en las
cosas humanas que sea constante y seguro hasta el punto que lo son los actos y
la práctica de la virtud; estos actos nos aparecen más estables que la ciencia
misma. Además, entre todos los
hábitos virtuosos, los que hacen más honor al hombre son también más durables,
precisamente porque en vivir con ellos se complacen con más constancia las
personas verdaderamente afortunadas, y he aquí, evidentemente, la causa de que
no olviden jamás el practicarlos.
Así, pues, la perseverancia que buscamos es la
del hombre dichoso; él la conservará durante toda su vida, y sólo practicará y
tomará en cuenta lo que conforma con la virtud, o por lo menos, se sentirá
ligado a ello más que todas las demás cosas y soportará los azares de la
fortuna con admirable sangre fría.
El que dotado de una virtud sin tacha es, si así puede decirse, cuadrado
por su base, sabrá resignarse siempre con dignidad a todas las pruebas.
Siendo los accidentes de la fortuna muy
numerosos, y teniendo una importancia muy diversa, ya grande, ya pequeña, los
sucesos poco importantes, lo mismo que las ligeras desgracias, apenas ejercen
influjo en el curso de la vida.
Pero los acontecimientos grandes y repetidos, si son favorables, hacen
la vida más dichosa; porque contribuyen a embellecerla, y el uso que se hace de
ellos da un nuevo lustre a la virtud.
Si, por el contrario, no son favorables, interrumpen y empañan la
felicidad, porque nos traen consigo disgustos y, en muchos casos, sirven de
obstáculos a nuestra actividad.
Pero en medio de estas pruebas mismas la virtud brilla con todo su
esplendor cuando un hombre con ánimo sereno soporta grandes y numerosos
infortunios, no por insensibilidad, sino por generosidad y por grandeza de
alma. Si los actos virtuosos
deciden soberanamente de la vida del hombre, como acabamos de decir, jamás el
hombre de bien, que sólo reclama la felicidad de la virtud, puede hacerse
miserable, puesto que nunca cometerá acciones reprensibles y malas. A nuestro parecer, el hombre
verdaderamente sabio, el hombre verdaderamente virtuoso, sabe sufrir todos los
azares de la fortuna sin perder nada como un buen general sabe emplear de la
manera más conveniente para el combate el ejército que tiene a su órdenes; como
el zapatero sabe hacer el más precioso calzado con el cuero que se le da; como
hacen en su profesión todos los demás artistas. Si esto es cierto, el hombre dichoso, porque es hombre de
bien, nunca será desgraciado, aunque no será dichoso, lo confieso, si por acaso
caen sobre él desgracias iguales a las de Príamo. Pero, por lo menos, siempre resulta que no es un hombre de
mil colores, ni cambia de un instante a otro. No se le arrancará fácilmente su felicidad; no bastarán para
hacérsela perder infortunios ordinarios, sino que será preciso, para esto, que
caigan sobre él los más grandes y repetidos desastres. Recíprocamente, cuando salga de
semejantes pruebas, no recobrará su dicha en poco tiempo y de repente, después
de haberlas sufrido, sino que, si vuelve a ser dichoso, será después de un
largo y debido intervalo, durante el cual habrá podido gozar sucesivamente
grandes y brillantes prosperidades.
¿Por qué, pues, no hemos de declarar que le
hombre dichoso es el que obra siempre según lo exige la virtud perfecta,
estando, además, suficientemente provisto de bienes exteriores, no durante un
tiempo cualquiera, sino durante toda su vida? ¿O bien, habrá de añadirse como
condición precisa que deberá vivir constantemente en esta prosperidad y morir
en una situación no menos favorable, ya que el porvenir no es desconocido y que
la felicidad, tal como nosotros la comprenderemos es un bien y un cierto
perfeccionamiento definitivo en todos los conceptos? Si todas estas
consideraciones son exactas, llamaremos dichosos entre los vivos a los que
poseen o pueden poseer todos los bienes que acabamos de indicar.
Téngase entendido, por otra parte, que cuando
digo dichoso quiero decir hasta donde los hombres pueden serlo. Pero no insisto más sobre esta materia.
SANTO
TOMÁS DE AQUINO: En qué consiste la felicidad del
hombre. (Suma Teológica)
Artículo 1. Si la felicidad del hombre está en las riquezas.
Es necesario responder que es imposible que la
felicidad del hombre esté en las riquezas. Al decir del filósofo en la Política, hay dos clases de
riquezas, las naturales y las artificiales. Las naturales son aquellas que sirven al hombre para
satisfacer sus necesidades naturales, como el alimento, la bebida, los
vestidos, los vehículos y las habitaciones y otras cosas semejantes. Las artificiales son aquéllas con las
que de suyo no se ayuda a la naturaleza, como el dinero, pero que el arte
humano inventó para facilitar los cambios, a fin de que sean como una medida de
las cosas venales del comercio.
Pues bien, es evidente que la felicidad del
hombre no puede consistir en las riquezas naturales porque a éstas se las busca
con otra finalidad ulterior, es decir, para sometimiento de la naturaleza del
hombre y, por ello, no pueden ser fin último del hombre sino que ordenan al
hombre como a un fin. De ahí que
en el orden de la naturaleza todas ellas están por debajo del hombre y hechas
para el hombre…
Y las riquezas artificiales no se buscan sino
por las naturales, pues no se buscarían si con ellas no se compraran las cosas
necesarias para el uso o ejercicio de la vida; luego tienen mucho menos razón
de fin último. Es imposible, por
consiguiente, que le fin último del hombre esté en riquezas en las riquezas
(…).
Artículo 4. Si la felicidad del hombre está en el poder.
Es necesario responder que es imposible que la
felicidad del hombre consista en el poder. Primero, porque le poder es principio, afirma el libro V de
la Metafísica, y la felicidad es fin, y último. Segundo, porque el poder sirve para el bien y para el mal,
mientras que la felicidad es bien propio y perfecto del hombre; luego más bien
un cierto modo de felicidad podría consistir en el buen uso del poder mediante
la virtud más que en el poder mismo.
Finalmente, se pueden invocar cuatro razones
generales para mostrar que la felicidad no está en ninguno de los bienes
exteriores citados. Primera,
porque al ser la felicidad el bien sumo del hombre, no es compatible con ningún
mal, mientras que todos los bienes anteriormente señalados pueden encontrarse
en los hombres buenos y en los malos.
Segundo, porque, siendo esencial la felicidad al ser “suficiente por sí
misma”, como se dice en e Libro I de la Ética, una vez lograda la felicidad es
forzoso que al hombre no le falte ningún bien necesario y, sin embargo,
logrados todos y cada uno de los bienes citados, todavía pueden faltar muchos
bienes necesarios al hombre como la sabiduría, la salud corporal y otros. Tercera, porque al ser la felicidad el
bien perfecto, no puede provenir de ella ningún mal para nadie, lo cual no
ocurre con los bienes citados… Cuarta, porque el hombre se ordena a la
felicidad por los principios interiores puesto que por la misma naturaleza está
hecha para ella; ahora bien, los cuatro bienes señalados provienen más bien de
causas exteriores y en la mayoría de los casos de la suerte o fortuna y por eso
se llaman bienes de fortuna. Queda
manifiesto, por consiguiente, que la felicidad no consiste de ningún modo en
dichos bienes (…).
Artículo 5. Si la felicidad del hombre está en algún bien del cuerpo
Es necesario responder que es imposible la
felicidad del hombre esté en algún bien del cuerpo. Por dos razones.
Primera, porque es imposible que el fin último de una cosa que se ordena
a otra consista simplemente en que esa cosa se conserve en su ser. Por ejemplo, el piloto no intenta como
fin último la simple conservación de la nave puesta bajo su dirección, ya que
la nave se ordena como fin a otra cosa, a la navegación. Pues bien, así como se le encomienda al
piloto la nave para que la dirija, así el hombre es entregado a su propia razón
y voluntad, de acuerdo con aquello del Eclesiastés, 15, 14: “Dios creó al
hombre en el principio y lo dejó en manos de su libertad”. Ahora bien, es evidente que el hombre
está ordenado a algo como a fin pues él mismo no es el bien supremo. Luego es imposible que el fin último de
la razón y de la voluntad del hombre sea la simple conservación del ser humano.
Segundo, porque, aun suponiendo que el fin de
la razón y de la voluntad humana fuera la conservación del ser humano, no
podría afirmarse que el fin del hombre fuese algún bien corporal. El ser del hombre consiste en el alma y
en el cuerpo y, si bien del cuerpo depende el alma, el ser del alma humana no
depende el cuerpo, en el sentido que se expuso anteriormente; el cuerpo es por
el alma, como la materia por la forma y algo así como el instrumento por el
motor, para que por él realice sus acciones; luego todos los bienes del cuerpo
se ordenan a los bienes del alma como a su fin. En consecuencia, es imposible que la felicidad, que es el
fin último del hombre, consista en los bienes del cuerpo (…).
Artículo 6. Si la felicidad del hombre está en el placer.
Es necesario responder que, según Aristóteles
en el VII de la Ética, “como los deleites corporales son los más conocidos para
la mayoría recibieron el nombre de voluptuosidades o placeres voluptuosos”,
aunque existan otros mayores. Sin
embargo, la felicidad no consiste en ellos porque en cualquier realidad una
cosa es lo que constituye su esencia y otra lo que es su accidente propio como,
pro ejemplo, en el hombre el ser animal racional mortal es cosa distinta de ser
risible. Según esto hay que tener
en cuenta que todo placer o gozo es un cierto accidente propio que se sigue3 de
la felicidad o de ningún elemento parcial de la misma; alguien, en efecto, se
goza o deleita porque posee algún bien que conviene a la naturaleza, sea que lo
tenga realmente, sea en esperanza, sea al menos en la memoria. El es imperfecto, es cierta
participación próxima o remota o por lo menos aparente de ello. En consecuencia, es claro que ni el
gozo mismo que se sigue del bien perfecto es la esencia misma de la felicidad
sino una cierta consecuencia que se sigue de la misma a la manera de accidente
propio.
Pues bien, el placer corporal ni siquiera de
ese modo puede ser el resultado del bien perfecto ya que es una consecuencia
del bien que percibe el sentido y el sentido es una potencia o fuerza del alma
que usa del cuerpo. El bien que
pertenece al cuerpo y que es aprehendido por el sentido no puede ser el bien
perfecto del hombre: en efecto, como el alma racional excede la proporción de
la materia corporal, la dimensión o parte del alma está liberada de órgano
corporal posee cierta infinitud respecto del cuerpo mismo y de las partes o
dimensiones del alma sujetas al cuerpo; así como las realidades inmateriales
son en cierto modo infinitas respecto de las materias porque la forma de limita
y contrae por la materia y, por lo mismo, la forma independiente o absuelta la
materia, conoce lo universal, que es abstraído o abstracto de la metería y que
contiene en sí infinitos singulares.
Por lo tanto, es evidente que el bien conveniente y proporcionado al
cuerpo, el cual causa el deleite corporal por medio de la percepción sensorial,
no es bien perfecto del hombre sino mínimo en comparación con el bien del alma…
En consecuencia, el placer corporal ni es la felicidad misma, ni es siquiera un
accidente propio de ella.
LECTURA No. 3
EPICURO: El placer, principio y fin de la felicidad (Carta a Meneceo)
Y de manera parecida hay que pensar que de los
deseos, unos son naturales, otros vanos; y de los naturales, unos son
necesarios, otros sólo naturales y de los necesarios, unos son en orden a la
felicidad, otros para el bienestar del cuerpo, otros para la vida misma. De hecho, un conocimiento firme de
ellos sabe hacer referir toda elección y repulsa a la salud del cuerpo y a la
tranquilidad del alma, puesto que ése es término final de la vida feliz. En efecto, a eso tienden todas nuestras
acciones, a no tener sufrimiento ni turbación alguna. Cuando alcancemos eso, se calmará toda tempestad del alma,
al no tener el ser viviente nada que apetecer porque le falte, ni que buscar
otra cosa cuando complete el bien del alma y del cuerpo. Sólo tenemos necesidad de placer cuando
sufrimos por su ausencia; pero cuando lo sentimos, no tenemos necesidad de
placer.
Por eso decimos nosotros que el placer es el principio
y el fin de la vida feliz. Sabemos
que él es el bien primero y connatural, y de él toma comienzo todo acto nuestro
de elección y de repulsa, y a él retornamos juzgando todo bien, tomando como
norma la afección. Y porque esto
es el bien primero y connatural, por eso también no elegimos todo placer, sino
que hay ocasiones en que nos desentendemos de muchos, cuando de ellos se sigue
mayor molestia, y estimamos a muchos dolores preferibles a los placeres, cuando
se nos siguen mayores placeres por haber soportado durante mucho tiempo los
dolores. Todos los placeres, por
su condición de connaturales a nosotros, son, pues, bienes: pero no todos hay
que elegirlos, como todos lo dolores son malos, pero no de todos ellos hay que
huir.
En orden al cálculo y a la consideración de las
cosas útiles y perjudiciales, hay que hacer un discernimiento de todas esas
cosas. Pues en ocasiones
experimentamos el bien como un mal, y, a la inversa, el mal como un bien.
Consideraremos cono un gran bien la
independencia de los deseos, no porque en absoluto debamos tener tan sólo lo
poco, sino porque, sino tenemos lo mucho, sabemos contentarnos con lo poco,
sinceramente convencidos de que disfrutan con más placer de la abundancia los
que menos necesidad tienen de ella, y que todo lo que es natural, es fácil de
procurar, y lo vano, difícil de conseguir. Los manjares frugales proporcionan un placer igual que un
trato suntuoso, cuando ha desaparecido todo el dolor de la necesidad, y pan y
agua dan el placer más grande cuando se tienen a mano los alimentos que se
necesitan. El acostumbrarse a un
trato de vida sencillo y frugal, por una parte, ayuda a la salud y hace al
hombre más ágil para atender a las tareas necesarias de la vida, y por otra,
cuando a intervalos nos damos a la vida refinada, nos hace más dispuestos y más
intrépidos para afrontar los lances de la fortuna.
Por tanto, cuando decimos que el placer es el
bien supremo de la vida, no entendemos los placeres de los disolutos y los
placeres sensuales, como creen algunos que desconocen o no aceptan, o
interpretan mal nuestra doctrina, sino el no tener dolor en el cuerpo ni
turbación en el alma. Pues, ni
banquetes ni fiestas continuas, ni placeres de jóvenes y mujeres, ni peces ni
cuanto pueda ofrecer una mesa bien abastecida, causa la vida feliz, sino una
razón vigilante que investiga las causas de toda elección y repulsa, y que
aleja las falsas opiniones de las cuales las mas de la veces se origina la
turbación que se apodera de las almas.
De todas estas cosas el principio y el bien
supremo es la prudencia; por eso, la prudencia es más estimable que la
filosofía, y de ella proceden todas las demás virtudes, enseñándonos que puede
haber vida feliz sin la prudencia, la bondad y la justicia y que la prudencia,
la bondad y la justicia no pueden darse sin la felicidad. Pues las virtudes son connaturales a la
vida feliz, y ésta es inseparable de aquéllas.
LECTURA Nº 4
EPICTETO: Máximas para alcanzar la felicidad. (Manual o Máximas)
No desees nada con pasión: porque si deseas las
cosas que no dependen de ti es imposible que no te veas frustrado y si deseas
las que de ti dependen, advierte que no estás bastante instruido de lo que es
necesario para desearlas honestamente. Por lo cual, si quieres hacer bien acércate a ellas de
manera que puedas rebatirte cuando quieras. Pero todo esto se ha de hacer con medida y discreción (…).
Cuando se te ofrece algún objeto enojoso,
acostúmbrate a decir en ti mismo que no es lo que parece sino pura
imaginación. Luego que hayas hecho
reflexión, examina el objeto de la regla que tienes para ello. Considera si es cosa que depende de ti;
porque si no depende, dirá que no te toca (…). Por ejemplo: cuando manejas una olla de barro, piensa que es
una olla de tierra la que manejas, y que puede quebrarse fácilmente. Porque, habiendo hecho esta reflexión,
si acaso se quebrase, no te causará alteración. Asimismo, si amas a tu hijo o tu mujer, acuérdate que mortal
lo que amas, y por este medio te librarás del impensado sobresalto cuando la
muerte te los arrebate (…):
si te hallaras embarcado y el bajel viniese a tierra, te sería permitido desembarcar para buscar agua, y asimismo, nadie te impedirá el coger las conchelas que te hallares en tu camino; pero te convendría tener la vista siempre en el bajel, atendiendo a cuando el piloto te llamase, y entonces sería menester dejarlo todo de modo que no te hiciese embarcar atado de pies y manos como una bestia. Lo mismo sucede en la vida. Si Dios te da mujer e hijos, permitido te es amarlos y gozar de ellos. Pero si Dios te llama, conviene dejarlo sin más pensar, y correr ligeramente a la nave. Y si ya eres viejo, guárdate de alejarte y no estar prevenido cuando seas llamado (…).
si te hallaras embarcado y el bajel viniese a tierra, te sería permitido desembarcar para buscar agua, y asimismo, nadie te impedirá el coger las conchelas que te hallares en tu camino; pero te convendría tener la vista siempre en el bajel, atendiendo a cuando el piloto te llamase, y entonces sería menester dejarlo todo de modo que no te hiciese embarcar atado de pies y manos como una bestia. Lo mismo sucede en la vida. Si Dios te da mujer e hijos, permitido te es amarlos y gozar de ellos. Pero si Dios te llama, conviene dejarlo sin más pensar, y correr ligeramente a la nave. Y si ya eres viejo, guárdate de alejarte y no estar prevenido cuando seas llamado (…).
Nunca pidas que las cosas se hagan como
quieras; mas procura quererlas como ellas se hace. Por este medio todo te sucederá como lo deseas (…).
Acuérdate que conviene que representes la parte
que te ha querido dar el autor de la comedia. Si es corto tu papel, represéntate corto; si largo,
represéntate largo. Si te manda
hacer el papel de pobre, hazlo naturalmente lo mejor que pudieres. Y si te da el de príncipe, el de cojo o
el de un oficial mecánico, a ti te toca el representarlo y al autor el de
escogértelo (…).
Ten cada día delante de los ojos la muerte, el
destierro y las otras demás cosas que la mayor parte de los hombres ponen en el
número de males. Pero ten cuidado
particularmente de la muerte, porque por este medio no tendrás ningún
pensamiento bajo ni servil, ni desearás nunca nada con pasión (…).
Por opinión que tenemos de las cosas que nos
tocan podemos conocer lo que desea la Naturaleza. Cuando el criado de tu vecino rompe un vidrio decimos,
luego, que aquello sucede ordinariamente; conviene comportarse de la misma
manera cuando rompa el tuyo, y quedar tan mesurada como cuando se rompió el de
tu vecino. Aplica esto también a
las cosas mayores. Cuando el hijo
o la mujer de tu vecino se mueren, no hay quien no diga que eso es natural;
pero cuando nos sucede tal accidente nos desesperamos y gritamos diciendo:
“¡Ah, cuán desgraciado soy! ¡Ah, cuán miserable!”. Pero deberás recordar en este suceso lo que sientes cuando a
otro le acontece la misma cosa (…).
El aplicarse demasiado a las cosas corporales
es señal de un alma baja, como es ser continuo en ejercicio de comer y beber
mucho, el darse demasiado a las mujeres y gastar más tiempo del que es menester
en las demás funciones del cuerpo.
Todo esto se ha de hacer de prisa y como de paso. Al espíritu se han de dar todos
nuestros cuidados.
LECTURA Nº 5
PLOTINO: Sobre las virtudes y sobre el origen del
mal. (Enéada primera)
Habrá que inquirir ahora si la purificación es
lo mismo que la virtud de que hablamos, o si es en realidad su guía, en cuyo
caso la virtud irá tras sus pasos.
¿Diremos que la virtud es el acto de purificarse o el estado de
purificación que con ello se alcanza?
Indudablemente, la virtud que está en acto es más imperfecta que el
estado mismo, ya que éste es como el fin de aquél. Ahora bien, ese estado de purificación consiste en la
separación de todo lo que nos es extraño, en tanto el bien es cosa
distinta. Ciertamente, si el ser
era bueno antes de volverse impuro, parece notorio que la purificación sería
suficiente. Lo que quedaría tras
indagar; pero, ¿estaremos seguros de que es el bien la naturaleza
subsistente? En verdad, nos
inclinamos a excluir tal afirmación, porque entonces el bien existiría en el
ser malo. ¿Diremos, pues, que esa naturaleza es sólo buena en apariencia? Porque, por lo pronto, no es apta para
permanecer unida a lo realmente bueno, no es más que la convivencia con algo
afín, y el mal, la unión con sus contrarios. A dicha convivencia convendrá la purificación, y será de
hecho posible si se vuelve hacia el bien.
Mas esa conversión, ¿se da después de la
purificación? Sin duda, se afirma después de ella. Y un la virtud misma es otra cosa que lo que resulta de la
conversión hacia el bien. Pues,
¿qué? Ser trata de la contemplación y figuración de lo inteligible, que es puesta y actúa en el alma a la
manera como la visión ocular en referencia a su campo visual. Ciertamente, el alma poseía lo
inteligible, aunque sin recordarlo; y lo poseía, no en acto, sino como yacente
en una región oscura. Para
iluminar esta región y conocer que existe en ella misma, conviene que el alma
se dirija a algo que la ilumine.
Pues, verdaderamente, el alma no poseía objetos inteligibles, sino sus
huellas, y es necesario, por tanto, que acomode la huella a la propia realidad
de la que ella es indicio y señal.
Quizás por ello se diga que la inteligencia no le es extraña al alma y
no lo es, sobre todo, cuando el alma mira hacia aquélla; porque, si esto no
ocurre, entonces sí le es ajena aun estando presente. Lo mismo acontece a nuestros conocimientos: se nos hacen
extraños si nunca los actualizamos mentalmente.
Ahora toca preguntarse: “¿Cómo, si existe el
bien, existe también por necesidad el mal? ¿Es acaso por ello que deba existir
la materia en todo el universo?” Necesariamente, el universo se compone de
cosas contrarias y no existiría de no existir la materia. “Pues la naturaleza de este mundo
resulta de una mezcla de inteligencia y necesidad”; todo cuanto viene a él
precede de Dios, es bueno; el mal, es cambio, proviene de la “antigua
naturaleza”, o dicho con el lenguaje de (Platón), de la materia que aún no ha
sido ordenada.
Más, si ese universo se debe a Dios, ¿cómo ha de poseer una naturaleza mortal ¿ naturalmente damos por supuesto que al hablar de platón de “este lugar” se refiere al universo. Con sus palabras: “…ya que habéis nacido”, parece autorizarnos a decir, con toda razón, que el mal no será destruido. Pero entonces, ¿cómo hemos de huir de él? Indudablemente, “no por el cambio de lugar, sino por la adquisición de la virtud y la separación de la materia, ya que la coexistencia con el cuerpo es asimismo coexistencia con la materia. Platón mismo nos aclara en qué consiste ese estar separado: es un existir en la vecindad de los dioses y en su relación con lo inteligible morada de los seres inmortales.
La necesidad del mal podremos interpretarla así: puesto que el bien no existe solo, necesariamente deberá haber un término a la sucesión que surja de él o, si queremos precisarlo mejor, a todo lo que desciende y se aleja de él; este término será el último de la serie y no engendrará ningún otro ser; de ahí que se le considere justamente como el mal. Hay algo por necesidad después de lo que ocupa el primer lugar; ese algo es en último término, la materia, que nada tiene ya del Bien. Tal es precisamente esa necesidad del mal.
1.3.11.
Crítica a los diferentes
modelos éticos
Si
comenzamos por la ética de Aristóteles, centrada en la virtud, vemos que es
elitista y clasista. Elitista
porque su ideal está pensando para una aristocracia de hombres libres, entre
los cuales se encuentra el filósofo.
Clasista porque acepta y justifica como necesarias las diferencias de
clase de la época, la esclavitud.
Su ideal de perfección es un ideal apropiado para la vida tranquila de
los ciudadanos libres, pero resulta totalmente inadecuado para orientar la superación
de los conflictos sociales. Se
basa en la primacía de la teoría sobre la praxis, que desemboca en el desprecio
del trabajo físico y de quienes lo realizan. Reforzando así el egoísmo de clase, está reñida con una
ética de la alteridad, cuya máxima preocupación consiste en la posibilitación
concreta de una vida digna para el pobre, el explotado, el marginado.
No
otra cosa le sucede al epicureismo y al utilitarismo. Buscando el individuo su placer, su felicidad, no hay lugar
para el sacrificio por el bien de los demás, sobre todo cuando éstos son pobres
y no tienen forma de recompensar el sacrificio realizado por los
acomodados. El interés por los
demás, por ejemplo en la amistad, sólo se justifica en cuanto nos produce
satisfacción y felicidad. Esto
revela una actitud egoísta, de preocupación de cada uno por su propio bien, el
de su familia, de su clase, de su ciudad, de su nación. El bien del otro no cuenta. La misma ascética, el control razonable
de sí, como objetivo el logro de un placer más puro y refinado.
La
ética estoica, a pesar de su humanitarismo universal, en el fondo es
individualista. Su aspiración
máxima no consiste en el compromiso social, sino en la perfección individual. La obsesión por alcanzar el completo
autodominio de sí y el ajuste de la propia vida a las leyes del devenir
universal, propicia el que el individuo se cierre sobre sí mismo y se llene de
orgullo perfeccionista. La
perfección no se sitúa en el servicio al otro sino en el ordenamiento de la
propia vida. El estoico es un
atleta, en permanente entrenamiento moral par alcanzar la propia perfección.
La
ética platónica y neoplatónica es estrictamente individualista. Llama al individuo ala superación
mediante una rigurosa ascesis que lo llevará a la perfección espiritual. Su práctica moral es aristocrática,
reservada a algunos iniciados, y llena de desprecio hacia las miserias en que
se debate la masa de la humanidad.
Por su dualismo rechaza todo lo corpóreo y lo material. Su ideal está en la fuga del mundo, no
en el compromiso con sus miserias en cuantas limitaciones materiales que deben
ser superadas.
La ética kantiana se halla reforzadas
las tendencias a centrar al individuo sobre sí mismo. El yo, representado por la voluntad autónoma, se constituye
en árbitro y juez de la vida moral.
Se cae así en el voluntarismo y el formalismo moral: no importa el
resultado de la acción, sino la intención que “yo” tengo al hacerla; no importa
el contenido de la acción, sino su formalidad. Es el estilo moral de la burguesía: orden, ley, puntualidad,
reglamento, buenas
costumbres. El otro, el pobre, la
masa miserable, queda por fuera de esta moral, ya que nunca será capaz de cumplir
sus máximas estrictas, las angustias vitales de la miseria no dejan espacio
para la reflexión sobre las exigencias formales del deber.
Sin
duda, la máxima formulación de una ética contraria al sentido de la alteridad
se encuentra en la ética nietzscheana del superhombre. La voluntad del poder justifica
directamente la opresión del otro, en tanto en cuanto éste obstaculiza el logro
de mi propósito. Una moral de
alteridad resulta absurda para quién ve en los necesitados no unos hombres con
dignidad a quienes hay que ayudar, sino un rebaño de esclavos infelices a
quienes los hombres superiores deben explotar. Es ésta a moral clasista y racista por excelencia, que puede
llegar a justificar las mayores aberraciones, como lo demostró el nazismo.
El
marxismo nade un profundo sentido de la alteridad. Todo él se resuelve en un esfuerzo por liberar al otro, el
explotado y oprimido, de la alienación en que lo mantiene el sistema. Sin embargo, en la práctica, el
comunismo real se ha convertido en una nueva Totalidad, a veces más excluyente
y represiva que la Totalidad capitalista contra la que se levantó. Preocupado sobre todo por el bienestar
material de la colectividad, cuya vocería asume dictatorialmente la élite
dirigente, puede llegar a reducir el hombre a una pieza o elemento productivo
del todo social, el cual dispone de su vida a su antojo. La singularidad de la vida personal pasa
a un segundo plano y consiguientemente se distorsiona el verdadero sentido de
la alteridad, tanto inmanente como trascendente. La ética axiológica brinda la posibilidad de comprender con
mayor claridad el fenómeno social de la moral y las motivaciones del
comportamiento, tanto en los individuos como en los grupos. Por esa razón en la próxima unidad
analizaremos el concepto de valor, como uno de los elementos claves de la
actividad moral. Ahora bien, lo
importante no es la formalidad de los valores, sino su materialidad, el
contenido existencial o vivencial que encierra cada uno. Podemos estar todos a favor de valores
como la justicia, la libertad, la paz, etc., y, sin embargo, entender sus
exigencias en forma tan diferente que no podamos llegar a un acuerdo sobre
ellas. Ahí reside la deficiencia
que encontramos en la ética axiológica.
Algo similar sucede
con el aporte de las éticas dialógicas.
Por el hecho de destacar el valor del diálogo y el consenso como única
forma válida para hallar normas morales de valor universal respetando la
autonomía de las personas, han llamado positivamente la atención de las
sociedades contemporáneas tanto desarrolladas como subdesarrolladas, que tiene
un vivo sentido de la democracia.
Pero quienes vivimos en estas últimas somos más concientes de que es completamente utópico pensar
en la realización histórica de la comunidad ideal de comunicación. Las desigualdades sociales son tan
extremas y los intereses económicos que las generan están tan bien protegidos
por el sistema que resulta imposible por la vía del diálogo y el consenso
implantar normas de comportamiento basadas en la justicia exigida por los
sectores oprimidos. Por ello la
ética de la liberación parece no poder aceptar sus planteamientos tal como son
propuestos en Europa.