El
ser personal del hombre se manifiesta como una potencialidad de orden superior
al nivel orgánico animal, producida por un mayor desarrollo y complejidad del
cerebro. Cada uno de nosotros
percibimos esa potencialidad como un núcleo de conciencia profunda que se
autoposesiona y responsabiliza de todos nuestros actos. Dicho núcleo de conciencia, por
denominarlo de alguna forma, se prolongan en diversas direcciones que
constituyen las dimensiones de la vida personal.
Yo
soy incapaz de percibir mi persona como un objeto bien definido. Sin embargo, percibe con toda precisión
distintos actos de mi vida. Y
estos actos se organizan en campos de actividad, como el trabajo, el descanso,
la nutrición, la diversión, etc.
Estas actividades no son mi persona. Son más bien expresiones de mi vida personal. Yo me siento independiente de ellas,
puedo aprobarlas o rechazarlas, darles mayor intensidad a unas que a otras
permanentemente o en determinados momentos.
A
estas manifestaciones de ese núcleo de conciencia profunda, la persona, las
denominamos dimensiones de la vida personal. Nuestro propósito consiste en describirlas con toda su
potencialidad para poder identificar lo que sería la vida personal perfecta, la
plenitud de vida personal, tanto colectiva como individual.
2.3.1
Interioridad
No
somos cosas, objetos que están ahí, sin más, a merced de las fuerzas y
presiones de la naturaleza o la sociedad.
Somos sujetos, dotados de una vida interior que nos invita a recogernos
y renovar las fuerzas en la intimidad de nuestro ser.
Mientras
el hombre viva perdido entre las cosas, totalmente distraído, alienado, sin
vida interior, su existencia será inauténtica. La perfección de la vida personal crece a medida que el
hombre se diferencia del medio y se recoge sobre sí mismo para autoimprimirse
una vida de conciencia y de autodominio.
La meditación es el motor que impulsa el desarrollo de esta dimensión
profunda. Ella enriquece su mundo
interior de valores, ideales y consagraciones, que se convierten en fuente de
vitalidad hacia el exterior.
Este
movimiento de interiorización o conversión íntima implica un ejercicio
permanente de desapropiación. El
hombre en su vivir cotidiano se siente ansioso por tener cada vez más, por
ampliar el campo de sus posesiones, de sus dominios. Hasta tal punto es esto real que acostumbramos a juzgar el
valor de las personas por sus posesiones: riqueza, títulos, conocimientos,
etc. Sin embargo, la verdadera
riqueza de una vida personal crece a medida que se despoja de la necesidad de
tener cosas, hasta que puede presentarse a través de su propio ser y no de las
cosas que posee.
Para
alcanzar nuestra perfección humana debemos abandonar esa tendencia al
anonimato, esa pasividad, ese dejarnos llevar por los acontecimientos y las
presiones sociales que terminan por volvernos hombres masa, máquinas
automáticas de producción y consumo, objetos numerados sin rostro. Hemos de cultivar con todo esmero la
vida interior, donde cobran
sentido tanto los éxitos como los fracasos, donde diariamente se generan nuevas
fuerzas para el enfrentamiento a la vida y donde se aviva constantemente el
fuego de la esperanza en un futuro mejor.
Los
hombres y los pueblos son libres cuando se han identificado con una vocación
intransferible que les hace fuertes en su opción de ser sujeto, y no objetos,
de su propia historia. Y esta
lucha por la libertad se proclama y se defiende en las plazas, es cierto, pero
se engendra y se robustece en a conciencia lúcida de cada ser personal.
Cuando
las revoluciones sociales infravaloran o desconocen esta dimensión de todo
hombre, pueden alcanzar gran abundancia de bienes; pero la opresión del viejo
sistema al que estaban sometidas para personas no es cambiada sino por la
opresión de un nuevo sistema. Y un
cambio de sistema de opresión para los pueblos o un cambio de amo para los
individuos no es liberación. La
opresión cuanto más sutil y camuflada resulta más peligrosa.
2.3.2
Encarnación
El que hayamos
comenzado a presentar el ser personal por la dimensión de la interioridad,
obedece exclusivamente a que ella constituye la faceta más relevante de la vida
humana frente al mundo animal.
Seguidamente hablaremos de otra dimensión que actúa como contrapeso: la
corporeidad o exterioridad corporal.
Esta dimensión nos resulta más familiar por ser algo sensible y porque
la sociedad contemporánea ha centrado en ella el bienestar del hombre.
El hombre biológicamente
hablando es un animal. Gracias a
sus órganos de desarrollo, de reproducción, de movilidad, de comunicación,
etc., y a sus instintos, es capaz de mantener una vida autónoma frente al medio
natural. Pero también, debido a la
corporeidad, dedica buena parte de su existencia a satisfacer necesidades
fisiológicas: comer, dormir, descansar, trabajar, asearse, cuidar la familia,
etc. Por eso decíamos que esta
dimensión constituye una especie de contrapeso para la interioridad. A través de su cuerpo la persona se
encuentra expuesta a la naturaleza, a las demás personas y a sí misma.
Debemos evitar dos
deformaciones que trastornan frecuentemente el equilibrio que debe reinar en
toda vida personal entre interioridad y encarnación. La primera consiste en menospreciar nuestro cuerpo, con
todas sus tendencias y manifestaciones, como la parte degradante del compuesto
humano. Según ella, lo que
definitivamente tienen valor en el hombre en su alma, su espíritu, a cuyo
cuidado debe dirigir todos sus esfuerzos.
La segunda deformación consiste en despreciar todo lo que
tradicionalmente ha sido vinculado al alma, al espíritu, a la vida
interior. En este caso, se reduce
la existencia humana de la animalidad, desconociendo o negando cualquier asomo
de una realidad inmaterial constitutiva de su ser. Ambas posturas son insostenibles debido a su
reduccionismo. El hombre no es un
puro espíritu ni un puro cuerpo; es un ser vivo corpóreo animado por la razón,
que le confiere una nueva dimensión de vida consciente, transformadora de todo
ser corporal.
El
hombre alcanza su perfección apoyándose unas veces en todas las fuerzas y
provisiones que le brinda la naturaleza.
Y otras veces se perfecciona enfrentándose a las fuerzas con que la
misma naturaleza entorpece o amenaza el desarrollo de su vida personal. Si evolutivamente el perfeccionamiento
de la humanidad es una liberación lenta y penosa, como nos lo revela la
historia de las civilizaciones desde los tiempos más arcaicos, es también una
liberación difícil el perfeccionamiento de cada persona desde el seno
materno. Nuestra vida corporal,
con todos sus aspectos orgánicos, económicos, técnicos, productivos y
reproductivos, etc., hemos de impulsarla como un compromiso de encarnación
total en vistas al logro de mayor libertad y autodominio, tanto individual como
social.
2.3.3
Comunicación
La persona humana
no se realiza en el aislamiento.
Desde que nacemos vivimos vinculados a un grupo y en él desarrollamos
nuestras capacidades. La
comunicación constituye una dimensión clave de nuestra existencia. Casi podríamos decir que la totalidad
de nuestras actividades o son comunicación directa o se asientan sobre algún
hecho de comunicación. Ahora bien,
al hablar aquí de la comunicación, no la entendemos como simple fenómeno exterior
de intercambio o relación, sino como una capacidad y una actitud básica en el
ser del hombre.
Cada persona se
encuentra rodeada de un mundo de personas, en el que puede sentirse acogida o
rechazada. Desde los tiempos más
remotos los hombres vivían enfrentados unos a otros, ya sea individualmente,
por grupos o por pueblos. A pesar
de las doctrinas de amor desarrolladas en el seno de las grandes religiones, el
enfrentamiento y la violencia han proseguido su desarrollo dentro de la vida
social.
Cuando
se establecen relaciones de verdadero amor entre dos o más personas surge la
comunión, que consiste en el estado de unidad dinámica logrado por un amor
interpersonal permanente. La
comunión sólo se alcanza cuando se han adoptado una serie de actitudes que
ponen a una persona al servicio de otras.
Es necesario comenzar por salir de uno mismo y abrirse al otro. Luego se debe comprender al otro. Una vez comprendido se le debe aceptar
responsablemente, con todos sus valores y sus necesidades. Al mismo tiempo, uno se da, se entrega
su propio ser sin reservas al otro.
Y, finalmente, se busca que la relación sea duradera manteniendo
fidelidad al otro. Apertura, comprensión,
aceptación, donación, fidelidad constituyen los actos básicos que perfeccionan
el amor y sobre los que se edifica l comunión entre las personas.
Sólo
en el amor el hombre puede alcanzar su perfección individual y colectiva. El amor no destruye a los sujetos ni su
vitalidad, como suponen algunos.
Al contrario, los enriquece; porque el ser de cada uno, con todas sus
cualidades, acrecienta y desarrolla las cualidades del otro y corrige sus
deficiencias en un proceso de fecundación mutua. Odiando, explotando y matando al otro se le degrada o anula
y se degrada uno a sí mismo.
Amándole y ayudándole se le hace ser más y se acrecienta el ser de uno
mismo.
La
comunicación como potencialidad del hombre se desarrolla en el amor. El sentimiento de que todos somos
iguales y de que todos somos hermanos constituye una de las mayores conquistas
de la humanidad. Hacerlo real en
nuestras vidas y en las estructuras sociales es la mejor prueba de que cada
hombre y la humanidad se han cercado a su perfección. He aquí una tarea ardua pero necesaria si queremos
contrarrestar las deformaciones del egoísmo sobre la vida personal y social.
2.3.4
Afrontamiento
La vida personal
se caracteriza también por la capacidad de hacer frente, de afrontar. Tanto la naturaleza como la misma
sociedad ofrecen mil obstáculos a su desarrollo; hasta tal punto que con
frecuencia nos sentimos enfrentados a un mundo hostil. Cada uno debe hacer frente a todos los obstáculos que se le
presentan en su vida si quiere desarrollar todas sus capacidades. Sólo el hombre que da la cara, que no
vuelve la espalda a los acontecimientos, alcanza la singularidad de su vida
personal. Es el mismo esfuerzo por
superar las dificultades lo que hace de cada persona un ser singular, original
frente a los demás.
El
hombre vive expuesto frente al mundo.
Para alcanzar las metas que se propone necesita expresarse, responder a
las provocaciones del medio. Unas
veces sus respuestas son afirmativas: consisten en decir sí, en aceptar, en
adherir. Otras veces son
negativas: consisten en decir no, en protestar, en rechazar. Toda acción constituye una afirmación
del sujeto. En la base de una
acción se encuentra una elección, aunque sea inconsciente. La elección puede ser la adhesión o de
ruptura.
Una
fuerza de afrontamiento se revela como una pasión indomable propia del hombre
libre, por la cual él se levanta y ataca en cuanto huele la amenaza de
servidumbre o degradación. Gracias
a esta fuerza prefiere el hombre defender la dignidad de su vida antes que su
vida misma. Lamentablemente son
pocos los hombres que alcanzan
este nivel de perfección. La gran
mayoría prefiere una esclavitud segura y cómoda antes que una libertad con
riesgo y dificultades. Es más
fácil vegetar que enrolarse en la aventura de una vida humana con todas sus
consecuencias.
La
revuelta contra la domesticación, la resistencia a la opresión, al rechazo del
envilecimiento constituyen un privilegio inalienable de la persona humana. Es un privilegio que hay que conquistar
con esfuerzos y renuncias. Pero
sólo él asegura libertad de vida plenamente humana cuando ésta se encuentra atacada. Si vivimos oprimidos, económica,
política, culturalmente o de cualquier otra forma, es porque carecemos de la
fuerza interior suficiente para afrontar esa opresión y combatirla. Soñamos entonces con la fuerza material
de las armas que venga a suplir nuestra pobreza de coraje. No nos equivoquemos. Nuestra sociedad sólo verá reinar en
ella la justicia y la libertad cuando sea suficientemente rica en caracteres
indomables.
2.3.5
Libertad
Otra de las
dimensiones de la vida personal es la libertad. Durante los últimos siglos la libertad, que es ante todo una
cualidad interior del hombre, se ha materializado en una serie de derechos
objetivos de autodeterminación
social. Hoy luchamos por la
libertad de expresión, oír las libertades políticas, por la libertad religiosa,
etc. Olvidamos que es sujeto
individual la fuente de la libertad y la buscamos en las instituciones
sociales. No es extraño que
mientras se proclama la libertad a gritos; se caiga inconscientemente en las
más bajas alineaciones. Resulta,
pues, necesario redescubrir la verdadera función de la libertad en la vida de
la persona.
Al
concebir el ser de la libertad podemos caer en dos errores. Podemos imaginar como algo concreto y
palpable en el hombre, que se puede definir y describir con toda
exactitud. O podemos
entenderla como una pura cualidad
inapreciable, y por tanto indefinible, que explica la imprevisibilidad de
nuestros actos denominados “libres”.
Ambas posturas constituyen extremos inaceptables en la concepción de la
libertad.
La
libertad, primeramente, no es un simple concepto para designar una reacción
humana que todavía no comprendemos, pero que pronto la ciencia reducirá a los
mecanismos de determinación orgánica.
La libertad es algo vital y objetivo en el hombre, que nos permite
hablar de grados en su posesión y afirmar que una persona es más libre que otra
o es más libre hoy que ayer. Pero
la libertad, en segundo lugar, tampoco es un órgano o una facultad que se
desarrolla físicamente como cualquier parte del cuerpo humano. La libertad no crece espontáneamente,
sino que se conquista. No nacemos
libres, sino con capacidad de ser libres.
Nos hacemos libres a medida que luchamos constantemente por mantener la
autonomía de nuestras decisiones.
La
libertad del hombre se explica por su racionalidad. El hombre no sólo apetece las cosas para satisfacer
instintivamente sus necesidades inmediatas, como hacen los animales, sino que
puede valorarlas de acuerdo a determinadas categorías de orden inmaterial y de
interés remoto. Es así como escapa
a los determinismos biofísicos de la naturaleza y se abre al vasto campo de la
autodeterminación. Cuanto
mayor sea su capacidad crítica o lucidez de juicio, mayor y más eficaz será su
libertad.
Cada
etapa de este combate supone una opción.
Toda opción es lúcida, se impone a la fatalidad, a la probabilidad, a la
fuerza intimidante. Trastorna los
cálculos deterministas y se convierte en fuente de nuevas posibilidades. La opción es ruptura. Y al mismo tiempo adhesión. El hombre libre no es el que rechaza
todo vínculo que lo comprometa. El
verdadero hombre libre es aquel que responde, que se compromete. Sólo así la libertad fortalece la
unión, la responsabilidad y la consagración de las personas. De otro modo, se vuelve anárquica y aislacionista;
se convierte en libertinaje inútil y pernicioso.
2.3.6
Trascendencia
La
vida de la persona está abierta y dirigida hacia realidades que la
trascienden. El sujeto humano va
adquiriendo año tras año la identidad como persona, con todas las virtualidades
propias del ser personal, en un movimiento de autosuperación orientado por la
atracción de realidades que no forman parte de su ser actual. Lo que permite al hombre no estancarse
en un determinado modo de vida es su capacidad de descubrir realidades superiores,
por las que se siente atraída. Sin
estas realidades, que le proporcionan nuevos horizontes de vida, su necesidad
de superación se crisparía sobre sí misma en una actitud de rumia masoquista y
destructiva.
Cuál
sea el término de ese movimiento de trascendencia o la realidad trascendente
para el hombre, constituye otro tema de opción personal. Quienes pretenden negar su existencia,
por no ser una realidad material objetiva de fácil experiencia para todos,
olvidan que por definición no puede ser algo material, ya que será inferior al
hombre en cualidad de ser. Desde
el momento en que supera esencialmente la cualidad más sublime del hombre, su
subjetividad racional, el término de la trascendencia tiene que ser inmaterial
y únicamente puede ser valorado en relación con el grado de conciencia que cada
sujeto posea de la plenitud de vida personal.
Son
estas manifestaciones de perfección –en Dios o fuera de él- las que, al ser
apetecidas por el hombre, se convierten para él en valores. El bienestar, la ciencia, la verdad, el
amor, el arte, la comunidad, la vida sobrenatural, la libertad, etc., son
valores trascendentes para el hombre porque se le revelan como llamados hacia
la plenitud del ser personal. Podemos
decir que el hombre no posee una existencia personal auténtica hasta el momento
en que encarna en sí mismo un cuadro de valores o consagraciones que le dan
sentido a todos sus actos.
Cada
valor es una perfección determinada del ser. En este sentido es una perfección parcial. De ahí que la riqueza de una vida
personal sea proporcional a la amplitud y a la intensidad de su cuadro de
valores. El término de la
trascendencia será también más perfecto cuanto mayor sea su acumulación de
valores, por eso una religión como
el cristianismo ofrece al hombre la promesa de la máxima realización en su
dimensión de trascendencia; porque le permite consagrar su vida a un Dios que
se revela como la perfección absoluta, como el origen y el fin de toda
perfección.
2.3.7
Acción
La
persona humana se realiza, finalmente, en y por la acción. La acción entendida en su sentido más
amplio y comprensivo como la actividad integral del hombre o la fecundidad de
su ser, es la mejor expresión del desarrollo personal. En ese sentido podemos decir que la
existencia humana es acción y que el grado de su perfección es proporcional a
la perfección de su acción.
Ahora
bien, no cualquier acción contribuye al desarrollo del hombre. Hay acciones que resultan destructivas,
degradantes o despersonalizantes.
Para que una acción sea personalizadora debe promover la realización del
hombre en todas sus dimensiones.
La acción plenamente humana debe transformar la naturaleza, perfeccionar
al agente, enriquecer el universo de valores trascendentes, intensificar la
comunicación humana y facilitar la liberación. Estos constituyen aspectos o dimensiones de la acción
perfecta. Lo ideal sería que
apareciesen todos en cada acción humana.
Pero eso no es fácil. Unas
acciones acentúan más un aspecto que los otros, dando lugar a diferentes tipos
de acción.
La
acción debe ir dirigida también a perfeccionar al agente. Este desarrolla mediante la acción su
habilidad, sus virtudes, sus cualidades.
La acción instructiva, pedagógica o educativa cumple esta finalidad
primordial; busca la formación de la persona. Su criterio en este caso no es la eficacia exterior e
inmediata, sino la autenticidad.
Sus resultados se buscan en el hombre mismo a la luz de su vocación
personal, no en la eficacia visible de sus obras. Otro aspecto de la acción
consiste en al explotación de los valores y las ideas. La razón humana está capacitada para
descubrir nuevas formas de perfección del ser en cualquier campo y nuevas leyes
en combinación de fuerzas naturales.
Estos descubrimientos se estructuran y definen como ciencia, estética,
filosofía o teología, y abren nuevos horizontes tanto a la acción económica
como a la educativa. Podemos
denominar esta forma de acción, acción teórica o contemplativa. Su norma reside en al perfección y la
universalidad.
Finalmente
encontramos el aspecto socializante de la acción. Hay acciones que una orientadas a fomentar la comunicación y
la comunión interhumana.
Constituyen un tipo de actividad muy actual, cuyo auge va en aumento en
nuestra sociedad. La denominamos
acción social y tiene como norma el amor y la justicia. El hombre, a medida que ha tomado mayor
conciencia de su realidad comunitaria, ha ido descubriendo la repercusión
social que poseen todas sus acciones, aún las más íntimas.