El
hombre busca la felicidad. Todos
aspiramos a ser felices. Por eso
el tema de la felicidad constituye un tema fundamental en los sistemas éticos. Pero no todos entienden del mismo modo
la felicidad. Se podrían
clasificar los sistemas éticos en dos grandes grupos: los que cifran la
felicidad en bienes sensibles inmediatos y los que la colocan en la realización
total o última del hombre, de alguna forma ligada a la trascendencia. Los primeros tienden a identificar la
felicidad con el placer: somos felices cuando disfrutamos de la vida, cuando
satisfacemos las necesidades o los apetitos de cada momento. Esta satisfacción nunca es total; pero
la unión de muchas satisfacciones parciales produce en nosotros un estado de
bienestar, que es a lo más que podemos aspirar en la vida. Por su parte los segundos, que
entienden la felicidad como el estado de satisfacción por la realización plena
del hombre, viven en una continua aspiración a esa plenitud o perfección
última, que les hace menospreciar los placeres sensibles por su caducidad.
A
la felicidad se opone la desgracia, el placer, el sufrimiento o el
desagrado. Esto explica que el
hombre puede sentirse feliz a pesar de algunos sufrimientos, lo mismo que puede
sentirse desgraciado rodeado de placeres.
El placer y el dolor, repetimos, son estados parciales y pasajeros. La felicidad y la desgracia son estados
de plenitud. La felicidad consiste
en el estado de insatisfacción por una plenitud de vida lograda.
Bien
último y plenitud de vida se hallan inseparablemente unidos. Preguntarse por el bien último del
hombre equivale a preguntarse por su estado de plenitud. Ahora bien, dicha plenitud no es otra
cosa que la realización de su propio ser.
La plenitud del hombre consiste en su máxima perfección. La respuesta concreta a la pregunta por
el bien último nos da la concepción que cada uno tiene sobre la perfección del
hombre o, en último término, sobre su propio ser. Nosotros entendemos esta perfección como la realización de
la vida, con la dignidad que caracteriza al ser humano como persona. En ella residirá la felicidad.