Como
hemos establecido en el método, para descubrir los significados humanos de la
sexualidad leeremos estos fenómenos a la luz de la persona total y del hecho
fundamental de la existencia.
Hoy
los filósofos y los sicólogos insisten en que el hecho fundamental de la
existencia es la subjetividad, la relación interpersonal destinada a desembocar
en el amor-don. El más inteligente
de los hombre no alcanzar su plenitud hasta que ama.
El
amor es un hecho que se da entre persona.
Pero,
¿qué ocurre? Que cada persona es una conciencia encarnada y nada corpóreo es
ajeno a su condición existencial.
Pues
bien, lo primero que salta a la vista en el elemento corpóreo es la distinción
varón-mujer; y nadie puede negar que esta estructura nos condiciona. Somos seres personales, sí, pero
profundamente condicionados por nuestro sexo. La sexualidad lo invade todo: marca la sicología, colorea
las relaciones humanas, informa, impregna y configura nuestra
personalidad. No hay un solo
aspecto del hombre que escape a la impronta de la sexualidad.
La
sexualidad matiza el modo de entenderse a sí mismo y de entender la
realidad. Por lo tanto, para
realizarnos como personas hemos de tener en cuenta, además de otros factores,
el hecho de ser varón o mujer.
A
la luz de la persona total, de la intersubjetividad, varón y mujer se nos
presentan, no simplemente como dos cuerpos que se atraen, sino como dos
personas humanas llamadas a un diálogo muy peculiar, un diálogo que no es ni
puede ser idéntico al que uno mantiene con el propio sexo.
El
impulso ciego y el placer de la unión física, tienen como fin establecer una
relación íntima entre dos seres humanos.
Pero ¿qué sugieren estas relaciones? ¿A qué invita este diálogo? ¿Qué función tiene en la
realización de la persona? ¿Qué puesto ocupa dentro de una visión global del
hombre?
Ese
es el problema que nos toca resolver.
Para
eso analizaremos las dimensiones o significados humanos de la sexualidad.
El
diálogo entre los sexos está orientado hacia personalización. La sexualidad tiene una función
primaria de crecimiento personal, porque nos lleva al descubrimiento del otro,
al descubrimiento y la integración de los valores del otro, y es una
experiencia de comunión interpersonal.
Esta es su razón de ser y este es su destino.
- Descubrimiento del “otro”.
En
efecto, el hombre se realiza abriéndose al otro, descentrándose, promoviendo al
otro, aceptando al otro en su radical alteridad, como “otro yo”.
Hemos
de abrirnos a la novedad y a la originalidad que trae la irrupción del otro
como persona en nuestra totalidad personal, hemos de crear un espacio interior
para dejarnos invadir por la riqueza del otro.
Y
la sexualidad, precisamente, nos permite descubrir esta ley fundamental de la
existencia humana. Porque su
impulso es una orden de salida hacia el otro: “Sal de ti mismo, no te quedes en
tu egoísmo, abandona el castillo de tu individualismo. Es “como una fuerza centrífuga
formidable que nos empuja hacia afuera”.
¿Y a qué se debe
este impulso hacia afuera, esta tendencia a la donación recíproca? La razón es ésta: el “otro” por
excelencia, el de mayor originalidad para el varón, es la mujer y
viceversa. Hay plena igualdad de
naturaleza y una gran diferencia estructurada por el sexo. Y, encima, una fuerte atracción y una
urgente necesidad del “otro”.
La atracción
biológica de los sexos, a nivel humano se convierte en encuentro personal.
Así
pues, el primer beneficio del diálogo es el descubrimiento del otro y el
encuentro con él, que puede culminar en la construcción de un proyecto de vida
en común. La sexualidad, en el
ámbito de la corporalidad, es un punte privilegiado de la intersubjetividad; es
la puerta por la cual el hombre
realiza su apertura, en su doble dimensión de menesterosidad y de
oblatividad. La sexualidad es una
realidad dinámica, orientada al “nosotros”.
- Descubrimiento e integración de los valores del “otro”
En
segundo lugar, el cara a cara “varón –mujer” lleva al descubrimiento y a la
integración de los valores del otro sexo.
- Al descubrimiento de los valores del otro
Uno
y otro descubre la otra manera de ser hombre y, al mismo tiempo, descubre su propia
manera de serlo. Y con ello un
sinfín de posibilidades humanas.
¿Cuáles
son los valores de cada uno de los polos de la realidad humana?
Lo
típico y lo característico masculino es estar en el mundo como fuerza de
iniciativa y de conquista. A lo
masculino toca elaborar el mundo: es el artesano que se esfuerza por hacer
brotar las virtualidades y dinamismos que se esconden en el universo, y crear
con ellos nuevas y mejores realidades.
El varón busca el dominio técnico del mundo circundante. La ley del hombre es la ley del
trabajo.
Lo
propio de lo femenino, en cambio, es estar en el mundo como valor de ternura,
comprensión y cuidado protector.
La mujer es protectora y conservadora de la vida.
- Integración de valores
Ya
sabemos que el hombre, para realizarse, debe estar constantemente abierto a lo
diferente, a lo nuevo; debe estar dispuesto a desinstalarse, a
arriesgarse. No se realiza si se
cierra en su mundo doméstico y rechaza la diferencia. Pues bien, el encuentro entre los sexos hacer que el varón
se enriquezca con los valores femeninos y viceversa.
Los
valores, como las hormonas, no son algo exclusivo de cada sexo. En todo ser humano se da “lo masculino”
y “lo femenino”, aunque con diversa acentuación, determinada por la estructura
opcional y el influjo de la cultura.
El varón tiene un reducto inconsciente femenino y en el inconsciente de
la mujer duermen los elementos masculinos.
El varón estimula a
la mujer a descubrir y realizar, a partir de dentro, su dimensión masculina,
que es además enriquecida por el contacto y vivencia con él. Y viceversa. El encuentro de un dar y recibir enriquecedor.
Diríamos que “lo
femenino” está dentro del varón, pero la mujer lo corporifica en el mundo. Y, al revés, lo masculino. El diálogo, la convivencia, despierta
lo que hay de masculino en la mujer y lo que hay de femenino en el varón.
El varón, más rudo,
activo y solitario, incorpora valores femeninos: se vuelve delicado, acogedor,
comprensivo y tierno.
Y la mujer, en contacto con el varón, superando su tendencia más bien receptiva y pasiva, se vuelve más dinámica y creadora.
Los
valores de uno y otro sexo son esencialmente complementarios, socialmente
integrables, y mutuamente enriquecedores.
“La usurpación –por
así decirlo. De lo masculino por el varón, hizo que éste llegara a considerarse
el único detector de la racionalidad, del mando y de la presencia activa en la
sociedad, relegando al sector de lo privado y a las tareas de dependencia a la
mujer, no considerándola, a veces, más que como apéndice, objeto de adorno y de
satisfacción”. Es cuestión de
equilibrio, y de reciprocidad.
Este
enriquecimiento mutuo no se logra en un mundo “unisex”, sino en el diálogo
“varón – mujer”, que cobra matices distintos según el “proyecto de vida” de
cada uno.
- Experiencia de comunión interpersonal
Además, el
descubrimiento del carácter personalista de la sexualidad –desde Freud en
adelante- ha llevado la filosofía a interpretar la experiencia sexual como
experiencia de comunión interpersonal.
- La sexualidad es una forma expresiva privilegiada de la persona. Las diversas expresiones de la sexualidad (miradas, caricias, besos, etc.), son todas posibilidades de lenguaje, de reconocimiento del otro como otro. Los gestos, las miradas, las caricias..., quedan de repente iluminados, cuando se hacen lenguaje y palabra, para llevar el mensaje íntimo y profundo que el espíritu deposita en ellos. El abrazo sexual (en él matrimonio) es un gesto de entrega y de comunión: no es un juego armónico de órganos, sino diálogo de personas en marcha hacia una plenitud: es la máxima experiencia unitiva que puede hablar entre dos seres humanos.
La
necesidad fundamental del hombre, más que el sexo, la satisfacción de los
impulsos, el orgasmo sexual –como quisiera Reich –es el amor (amar y ser
amado), un amor que se tiñe de carne y espíritu, de sensualidad y de razón, que
se expresa naturalmente en el cuerpo y que, en la unidad profunda masculino
femenina, se viste de belleza y se inunda placer.
- Pero no hay que olvidar que la sexualidad es una realidad dinámica, evolutiva. Va creciendo, desarrollándose y madurando lentamente a lo largo de la vida.
Para que las
relaciones varón-mujer no queden abocadas al fracaso, debe darse un tránsito
progresivo del deseo al amor, del ser que sólo busca la satisfacción de una
necesidad, al amor-del-otro-por-él-mismo... más allá de los placeres que el
otro pueda brindar.
La sexualidad no es
simple experiencia de placer, sino aprendizaje del don de sí. No es un instrumento de satisfacción
autocrática, narcisista, sino de comunicación siempre más oblativa,
desinteresada, que busca “al uno por otro”, no por satisfacer una apetencia
propia, no por lo que representa “para mí”. Cada uno tiene que ser para el otro algo más que un espejo
que le devuelva su propia imagen.
Este es el sentido
que tiene la sexualidad: llevar al amor oblativo vértice de la maduración de la
persona. Si se la utiliza sólo
para la propia satisfacción, se bloquea su evolución, se traiciona su significado. Cada uno se convierte en “objeto” para
el otro.
En fin, la
sexualidad es un lenguaje. Pero
ante él, sobre todo en la adolescencia, nos encontramos en la situación del
niño que aprende a hablar, que emplea sonidos agradable, pero desprovistos de
toda significación.
- Tres niveles en el diálogo del amor
Sexo, eros y Ágape son tres aspectos
inseparables del comportamiento humano.
Por eso el diálogo de amor, en la vida conyugal, abarca tres niveles:
- Nivel de genitalidad
Se refiere directamente a los órganos de la
generación y a los actos que la acompañan. Este primer es atracción sexual biológica. Pero adviértase que lo que en el hombre
es función biológica, es también signo real y eficaz de lo personal. Lo genital tiene su gran valor como
“signo”. Y como tal es preciso que
“signifique” algo más total y profundo; la comunión interpersonal, la unión y
la entrega mutua. Si lo
convertimos en instrumento de placer o de compra-venta defraudamos su valor de
signo. Si reducimos el amor a su
aspecto físico y corporal, lo relegamos al dominio de la biología, de la
endocrionología...
- Nivel de afectividad, llamémoslo así, nivel del “eros”.
Ya es atracción sexual sicológica. Nos referimos a esa orientación
afectiva de un sexo al otro, ese “deseo sensible del otro sexo”, ese gusto
especial que el varón experimenta al estar con la mujer y viceversa; esa
proyección hacia el otro, no tanto para engendrar con él (pulsión genesfaca),
sino para “estar con él”, porque en esto se experimenta un placer especial.
En el “amor-deseo”
entran en juego los “valores de atracción” que ponen en marcha las riquezas
emocionales del individuo. El
“eros” es una llamada al espíritu del otro a través del cuerpo y, en general, a
través de la calidad de la persona total; la tonalidad de la voz, la riqueza
afectiva, la cultura, la belleza del gesto, el peinado, el vestido, la finura
de un perfume, etc.
Pero el “eros” tiene
que evolucionar hacia el “ágape”, hacia la entrega desinteresada, la
oblatividad, para llegar a la plenitud de la relación sexual: tiene que
evolucionar hacia la espiritualidad.
- Nivel de la espiritualidad
Es el nivel de la comunidad profunda, que incluye
el descubrimiento de la originalidad de la otra existencia, incluye el respeto
absoluto de la persona del otro, de su libertad, de su “proyecto de vida”;
incluye el deseo de promover al otro, ayudarlo a realizarse, e incluye la
auténtica ternura, que no es erotismo en sentido peyorativo (búsqueda de sí
mismo, del propio placer, a través del otro), sino deseo de que el otro sea,
por el amor, más plenamente él. Ya
no se le ama por lo que “tiene”, sino por lo que “es”.
La ternura no
elimina el deseo, el “eros”, pero –más allá del deseo- crea un vínculo íntimo,
durable, que sabe comprender, estimar el proyecto de vida de cada uno. Se pasa así el deseo de la verdadera
amistad.
Los tres niveles
que hemos señalado se hallan presente en la vida conyugal, y han de estar
armonizados y jerarquizados.
Porque existe una jerarquía de valores. En la relación de pareja, lo esencial no es lo genital, ni
la emotividad despertada por la belleza (por los “valores de atracción”; lo
esencial es el don de una persona a otra, significado, expresado y acrecentado
por la sexualidad. La realización
del acto sexual sin amor, viola el orden objetivo y su sentido intrínseco.
- La función del placer
El placer es una resonancia afectiva
agradable que acompaña la satisfacción de las tendencias. El que brinda afectividad sexual está
en el vértice del placer sensible y le confiere a la sexualidad un carácter
festivo. Los sicólogos hablan de un
verdadero éxtasis, en el sentido etimológico de la palabra; el individuo sale
de sí mismo para perderse en el otro.
El placer sexual tuvo, hasta hace
poco, muy mala prensa. Pero la
evolución de la “cultura sexual” permitió que se reconociera, entre otras
cosas, la inocencia radical del placer sexual, antes cuestionada por los que
consideraban lo sexual como algo meramente instintivo, opuesto a la dignidad y
excelencia de la razón. Hoy han
quedado atrás los tiempos en que sólo se “toleraba” el placer en vistas de la
procreación. Se ha comprendido que
así como la sexualidad no es una realidad negativa, tampoco el placer que la
acompaña debe estar envuelto en sentimientos de vergüenza o de desprecio: es
una realidad positiva que hay que asumir con los límites y las satisfacciones
que procura.
Una buena sinfonía erótica
“produce un intenso sentimiento de fusión, de plenitud vital”, “ayuda a
profundizar la relación amorosa, permite un clima de mayor optimismo y paz,
alivia las tensiones, favorece una fidelidad constructiva, facilita una actitud
de perdón y de olvido”.
El placer sexual
está llamado a ser un factor de comunión.
Evidentemente es una cosa buena.
Pero el hombre puede usar mal las cosas buenas. Ahí tenemos el hecho de la violación y
la prostitución... No basta que el placer sea bueno, interesa que la persona
que ama sexualmente sea buena, de lo contrario impregnará el placer de
violencia, de egoísmo, de culpabilidad morbosa, etc., falsificándolo.
Si la persona se
cierra en un gozo narcisista, si hace del placer un fin-en-sí, si busca el
placer por el placer, caerá
rápidamente, como sucede con las drogas, en el peligroso círculo de una
insaciable repetición, creyendo que así superará las frustraciones.
El placer es
incapaz de llenar las ansias sin fronteras de la felicidad. No hay modo de hacer coincidir el
placer con el deseo. No se
confunde con la felicidad. El
placer sexual sólo adquiere consistencia y sentido si se lo vive en una
atmósfera de auténtico amor. El
amor lo sostiene como una fuerza que lo trasciende y que permanecerá siempre
cercana, aunque el placer haya desaparecido. La felicidad tiene mucho más que ver con el amor que con el
sexo.
e.
Fecundidad e
intersubjetividad
Los componentes
de la pareja no deben permanecer replegado sobre sí mismos. El amor en el matrimonio es creador: se
proyecta hacia los otros. Sólo así
se enriquece la pareja.
Hasta hace poco
la creatividad de la pareja se
veía ante todo en función de la procreación. Esta función se veía justificada por el alto índice de
mortalidad infantil en general, hoy en vías de superación.
La procreación es verdad, responde a un
deseo profundo de la pareja, deseo inconsciente a veces y no siempre compartido
por los cónyuges en el mismo grado.
La esterilidad se sigue viviendo, en la mayoría de los casos, como una
pesada prueba, apenas superada por la adopción de niños.
Hoy se ha
relativizado el papel de la procreación.
Como se ha profundizado el amor personalista, se piensa que la
sexualidad genital tiende ante todo a fomentar el diálogo amoroso en la pareja,
a la creación de una “nosotros” entre él y ella. “Sólo cuando existe ese nosotros irradiante de vitalidad y
euforia, podrá desbordarse hacia ese vosotros, que son los hijos, con quienes
los padres deben hacer un supernosotros familiar”.
Por otra parte el
hijo, como persona, es mucho mas fruto del amor que de la biología
paterna. La procreación de este
modo, queda integrada en un marco de “sexualidad personalizada”. El hijo aparece siempre en el horizonte
psicológico de dos personas como la encarnación y prolongación del amor que se
profesan.
La aparición del hijo ayuda también a los padres a alcanzar su plena madurez afectiva. El interés por “el otro” (varón o mujer), con la aparición del hijo es ampliamente sobrepasado para convertirse en el interés por “los demás”, en apertura del amor a la sociedad y a la historia. En lugar de mirarse tanto el uno al otro, comienza a mirar juntos en la misma dirección.
- Como vemos, también la fecundidad reviste –a nivel humano- una dimensión interpersonal: establecer un nuevo diálogo con un nuevo ser; transmitir las verdades y los valores que confieren a la existencia una razón de ser; realizar juntos la maravillosa tarea de la educación en esa tierra virgen que los padres sienten íntimamente suya.
3.4.2. La sexualidad como factor de socialización
Ya
hemos descubierto que la sexualidad no tiene un carácter individualista sino
interpersonal: es un lenguaje de amor.
Pero es preciso añadir que no se agota en una relación entre dos
(“yo-tú”) y, menos aún, en un egoísmo entre dos, mediocre y empobrecedor.
La
relación sexual plena tiene que ver con la comunidad humana, con las
estructuras sociales en las que se inserta la pareja y de las cuales se
beneficia. El bien de la sociedad
se apoya sobre la base de la familia, con la cual nace un nuevo sujeto de
derechos y deberes. Los hijos, por
otra parte, entran también en el horizonte de la pareja y su posibilidad exige
un compromiso con la sociedad, por la historia que inauguran. La relación sexual exige, un proyecto
de vida en común, socialmente reconocido.
La
misma energía sexual impulsa a la socialización: el sexo despierta deseos
ilimitados que la realidad es incapaz de satisfacer. “El amor, en la pareja, es fuente de múltiples y profundas
satisfacciones; pero no hay que cargar sobre ella un peso excesivo, pues corre
el peligro de ceder, como un piso o un puente sobrecargado de peso”. El hecho de pedir a la relación de
pareja más de lo que puede dar, de acumular sobre ella demasiadas expectativas,
puede llevar a la frustración, o aun intimismo sexual estéril.
Todo esto insinúa que hay que romper el círculo. La apertura al hijo es ya un primer paso. Pero aún existe el peligro de encerarse en un familismo estrecho y hacer de la familia un quiste social.
Como
vemos, hay en el impulso sexual un excedente que se orienta hacia fines no
directamente sexuales, un excedente que desemboca normalmente en los cauces
sociales y es moldeado por la cultura.
La sexualidad es un
factor de socialización: tiene un dinamismo de apertura al tú y de edificación
de un “nosotros social”. La
familia resulta así el punto de articulación entre lo público y lo privado,
trampolín de lance para la vida política.
Uno
de los hechos que ha contribuido a romper el esquema cerrado y ha conducido a
una proyección social más dinámica es la promoción o emancipación de la mujer,
más allá de su tares de madre y esposa.
La presencia de la fascinación de la mujer y de su potencia afectiva en
todas partes, va transformando el impulso sexual en una fuerza de acercamiento
más extenso y polivalente, puesta al servicio de una socialización más profunda
entre las personas.
Marcuse
ha puesto de relieve que si se reprime la sexualidad difusa –esa que inviste la
persona e impulsa a la edificación del “nosotros social”- se llega ala
hipertrofia de la sexualidad genital.
Si, en cambio se la favorece, las relaciones públicas intersexuales
resultarán mucho más ricas que las que se dan en el ámbito unisexual. Están conectadas vitalmente con lo
genital, es cierto, perol o que predomina no es lo genital, por lo menos en
personas afectivamente maduras.
La
convivencia de los sexos debe llevar a la formación de un “supernosotros”
familiar que se va ampliando siempre más y sólo termina en la humanidad entera.
3.4.3.
Apertura a la Trascendencia
Por último hacen
notar muchos filósofos que la sexualidad implica una apertura existencia a la
trascendencia, a Dios.
En efecto, el deseo
sexual aspira a una plenitud infinita (como se refleja en los cantos del amor)
y arrastra a la persona en un acto que la absorbe totalmente y la envuelve en
la orgía existencia del vivir.
Pero
¿qué sucede?, que el placer inmediato y concreto en que aquella aspiración vez
por vez quiere saciarse, vez por vez desilusiona: lo deja al hombre con su
hambre y con su sed..., con toda experiencia humana, por otra parte. El matrimonio no es una realidad
última, sino penúltima. Ningún
cónyuge puede prometerse al otro el “cielo sobre la tierra”. El placer que brinda el sexo es incapaz
de llenar las ansias sin fronteras de la felicidad.
Todo
esto revela una indecible necesidad de trascendencia y remite a la única
comunión que saciará plenamente al hombre, la comunión con Dios. El está en el fondo de nuestras
aspiraciones de una manera inconsciente, quizás, pero real. En efecto, cuando uno ama a una
persona, en realidad ama algo más que una persona: ama el secreto que ella
oculta y revela, un secreto que la sobrepasa: “El sexo promete lo que no puede
dar, pero abre la puerta hacia una realidad misteriosa, más allá de él mismo, que
sí puede ofrecer el pleno y total goce al corazón hambriento”.
El amor sólo es
feliz cuando hace que dos que se aman caminen juntos en la misma
dirección. Dios, que es punto de
arranque como amor frontal, también es la meta suprema como amor total.
“Cuando el tú no
acaba en Dios –escribe Martín Buber- el amor termina mal”. El amor está conectado al todo y al
siempre, o sea, a lo infinito, a
lo eterno, a lo absoluto..., a Dios.
La
insatisfacción, entonces, es indicador de trascendencia. Pero aún cuando se superarán los
conflictos y se llegará a una gozosa comunicación: no por eso perdería su
significado de invitación a la trascendencia; esta vez hablándonos de “juego”,
de “belleza”, de “poesía”..., de una “presencia” a los demás que no tiene otra
razón que la presencia misma; de la encantadora belleza de la contemplación que
arrebata cuerpo, sensibilidad, espíritu... ¿No es esto un preludio de la
comunión amorosa y gratuita a que es llamado el hombre?
La sexualidad,
experiencia limitada y sin embargo profética y anticipadora de la condición
trascendente a que todos aspiramos.
Si
el sexo es DUALIDAD (macho y hembra),
El
amor es TRINIDAD (Hombre, Mujer y Dios).
3.4.4. La sexualidad una realidad creacional
Muchos
pueblos la divinizaron y la ensalzaron como una de las actividades de los
dioses. Pensemos en el Olimpo
griego.
En
Israel se nota un proceso de desacralización. El sexo es una realidad creada, no divina.
Yahvé
no es un dios sexuado; no crea las cosas uniéndose con una diosa, como en la
religión cananea; no dependen los ciclos de fertilidad para crear. Es creador y trascendente. Si se llama Padre esto solo indica el
modo de relacionarse con su pueblo.
Para la fe judía no existe la diosa madre, ni la diosa amante.
Los
profetas denunciaron incansablemente la simpatía del pueblo hebreo por la
prostitución sagrada y otros ritos sexuales con que los cananeos, por ejemplo,
indicaban los dioses de la fecundidad (Dt 23, 18-19).
La
sexualidad en el “Proyecto de Dios”, se nos revela como signo de una vocación
al amor. En los dos relatos del
Génesis sobre la pareja inaugural, tiene una dimensión relacional (Gn 2,
18-25). Dios no creó al varón y a
la mujer el uno junto al otro, sino el uno para el otro. El diálogo de amor lleva a la unión
monogámica e indisoluble, como lo interpretará Jesús, corrigiendo las
desviaciones que se dieron por la
”dureza de corazón” (Mt 19, 3-12)
”dureza de corazón” (Mt 19, 3-12)
También
se afirma en la Sagrada Escritura la igualdad de los sexos, aunque haya
resabios machistas que reflejan la cultura patriarca de aquellos tiempos. (Ex
20, 17; Eclo 25,24)
Ya
en el Génesis se dice que la mujer posee la misma naturaleza del varón, que es
“carne de su carne” (Gn 2, 23) y que, como él, fue creada “a imagen de
Dios”. A diferencia de los
animales que desfilan ante Adán, ella es “una ayuda adecuada” (Gn 2, 19), con
quien puede entrar en comunión.
Jesús,
en sus palabras y, aún más, en su comportamiento con las mujeres rompió con las
ambigüedades de corte semita presentes en la Biblia.
Es cierto que hay textos de San Pablo, condicionados
culturalmente que todavía dan al varón un papel preponderante (Cf. 1Co 11, 3
ss.). Sin embargo, el mismo Pablo,
en la Carta a los Gálatas – la Carta de la liberación cristiana- ya presenta
una nueva imagen, totalmente igualitaria, de la pareja humana (Ga 3, 28).
De todos modos, en la Biblia, la inferioridad social de
la mujer es un residuo cultural caduco, no un dato inspirado.
En el Antiguo
Testamento los profetas veían en el matrimonio ka imagen de las relaciones de
Dios con su pueblo.
En
el Nuevo Testamento San Pablo profundizará el mismo tema, al relacionar la
alianza de Cristo y de la Iglesia
con el misterio del amor que une al esposo con la esposa. Así como Cristo se entregó a su pueblo
dando la mayor prueba de amor, así el matrimonio cristiano, que sé hacer “en el
Señor” (1 Cor 7, 39) debe seguir este modelo; los esposos deben entregarse el
uno al otro plenamente.
La
alianza querida por Dios entre el hombre y la mujer es más que una imagen, es
la actualización de la alianza definitiva que Dios ha hecho con el ser humano
en Jesucristo: la hacer presente aquí y ahora. Por eso la comunión total de los esposos – inspirada por el
amor- que se actualiza en la unión carnal, es un sacramento, un signo eficaz de
salvación. En esa unión brota una
fuente de gracia que no cesará al manar durante toda la vida de los esposos,
dándoles la energía necesaria para perseverar en el amor y la fidelidad. El matrimonio es un “sacramento
permanente”, dicen los teólogos.
3.4.5. La sexualidad una realidad ambivalente
Como
toda realidad creada, la sexualidad, si bien puede ser factor de integración,
también puede ser factor de desintegración personal, familiar y social. La sexualidad es ambivalente.
La
irrupción del pecado afectó las relaciones “varón-mujer”, como ya podemos leer
en el Génesis (2-3). La ruptura
con Dios introdujo también la ruptura entre los miembros de la familia
humana. En adelante, el varón
fácilmente se vuelve tirano y la mujer tentadora. El placer sexual, que también es don de Dios y, de por sí,
constructivo, si se busca en sí mismo y en forma egoísta, acaba por esclavizar
y alienar a quien lo persigue como fin.
Frente
al hecho de la sexualidad hay que evitar tanto el optimismo ingenuo como el
pesimismo de fondo dualista.
Porque no podemos, olvidar que la herida existencia del pecado ha sido
cicatrizada, en principio, por Cristo, y la inclinación al mal ha dejado de ser
invencible. “Donde abundó el
delito, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20)
3.4.6. La
Virginidad
Por
último, la revelación cristiana sobre el amor aporta una novedad: el
descubrimiento de la virginidad, que es una forma enteramente nueva de vivir el
amor humano, desconocida en el Antiguo Testamento.
El Celibato es signo y esperanza de otra plenitud
En
la plenitud del Reino habrá nuevas formas de vida humana y comunitaria, en que
ya no se dará la procreación (Mt 22, 23-33). El celibato las anticipa y las trasparenta.
Lo
fundamental, en la vida sexual humana, no es el ejercicio de la sexualidad
genital, sino la realización de sí mismo en el encuentro con el otro.
El que renuncia al
sexo como expresión de amor no lo hace por miedo, por desprecio, represión, por
hacer méritos, por ganar el cielo, o por afán de perfección, sino como
consecuencia de un amor que no quiere circunscribirse a los estrechos límites
de una persona, sino que quiere permanecer más disponible y abierto a todos: no
se ata a ninguno para entregarse a todos u construir con ello el Reino de Dios,
la “civilización del amor”.
En fin, el
cristianismo puede vivir una vida sexual plenamente human y gozosa: “el genuino
mensaje cristiano tiene potencialidades suficientes para integrar las nuevas
orientaciones de la antropología sexual”.
Más aún, “muchas exigencias que hoy surgen en el campo de la sexualidad
humana se remontan al mensaje de la revelación cristiana”
3.4.7. ETICA Y
SEXUALIDAD ¿SE PUEDEN COMPAGINAR?
La
primera observación que hacemos al entrar en el campo de la moral aplicada a lo
que se quiera: a los negocios, a la política, a la docencia… y, por supuesto
también a la sexualidad, es que en cuestiones morales no basta decir: “Yo soy auténtico, yo soy sincero; yo soy
así; yo pienso así y obro de acuerdo con lo que pienso”. No basta, porque “auténtico” es un
adjetivo y hay que ver a qué sustantivo califica. Porque si uno es un criminal, un ladrón, un “puerco”…, no se
adelanta nada con que sea un “auténtico puerco”.
Abundan lo que
dicen: “Yo soy sincero, y eso basta”.
No basta ser “sincero”, hay que ser “verdadero”, adherirse a los
verdaderos valores.
“Yo sigo mi
conciencia”. Tampoco basta, a no
ser que usted se preocupe por iluminar esa conciencia; de lo contrario tenemos
a un ciego que pretende guiar a otro ciego: una inteligencia miope que pretende
guiar el instinto. “Mi intención es recta y eso es suficiente”. No lo es: la índole moral de una
conducta no depende solamente de la intención subjetiva…
Por estas y otras
razones trataremos de elaborar esta ETICA
SEXUAL, partiendo de criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos. El misterio de la persona tiene que
estar en la base de toda moral y, entre todas, de la moral sexual.
En otras palabras,
tenemos que partir de los datos que nos proporciona una Antropología de la
Sexualidad que nos muestra claramente los SIGNIFICADOS
HUMANOS DE LA SEXUALIDAD. Para
determinar lo que el hombre “debe ser” –en cualquiera de sus actividades
libres- es preciso partir de “lo que es”, de las exigencias de la persona
total, con todas sus dimensiones.
El “quehacer” del hombre, en su aspecto ético, está orientado por su
“ser”.
Ahí está la NORMA, la clave, el metro que nos
permite medir si un acto libre es bueno o malo.
Un comportamiento
sexual es bueno si “personaliza” o “tiende a personalizar” al hombre y a la
mujer. Un comportamiento que no
responde a las exigencias objetivas de la persona humana total, se vuelve “ipso
facto” negativo, deshumanizante.
La sexualidad es una cosa buena
Pero el hombre puede usar mal las cosas buenas…
No seguiremos una
ética hedonista y utilitaria, esa que suelen vender los medios de comunicación
social como artículos de consumo y de diversión, esa ética “Play boy”, hija de
la Revolución Sexual “permisivita”…
Tampoco volveremos
atrás, a una ética estética, con normas inmutables, rígidas, centradas en la
“procreación”, que fácilmente vinculaba sexualidad con pecado.
Partiremos de una
ética sexual personalista, que tiene en cuenta los datos de la biología, de la
psicología, de la filosofía y otras ciencias humanas auxiliares.
En nuestras
reflexiones suponemos que el lector admite la existencia de Dios; pero no
insistiremos en la dimensión teológica de la sexualidad. El que tiene una “cosmovisión
cristiana” sabrá integrar en ella lo que la razón va descubriendo. La voluntad de Dios, por otra parte,
está escrita en el hombre mismo, pensado y creado en Él.
No descenderemos a
temas particulares de moral sexual, que se prestan a largas discusiones, nos
limitaremos a señalar los principios, los criterios básicos que nos permitirán
distinguir el trigo de la cizaña.
Para esto hemos
escogido una lista de AFIRMACIONES FUNDAMENTALES que reaparecen constantemente
en los autores que abordan estos temas, porque pensamos que lo más importante
es entregar elementos de juicio que ayuden a discernir lo bueno de lo malo en
el comportamiento sexual.
Advertimos también
desde el principio que aquí nos limitamos a proponer un IDEAL, sin por eso
desconocer el hecho de que cada persona es única y es un “ser histórico” en
proceso permanente de maduración para alcanzar la plena posesión de sí
mismo. El hombre está llamado a
crecer hacia la madurez afectivo sexual en apertura y reciprocidad, integrando
la sexualidad en al pedagogía de la comprensión y de la gradualidad.
Advertimos también
desde el principio que aquí nos limitamos a proponer un IDEAL, sin por eso
desconocer el hecho de que cada persona es única y es un “ser histórico” en
proceso permanente de maduración para alcanzar la plena posesión de sí
mismo. El hombre está llamado a
crecer hacia la madurez afectivo-sexual en apertura y reciprocidad, integrando
la sexualidad en el conjunto armónico de la persona. Hay que aguantar las lentitudes y seguir la pedagogía de la
comprensión y de la gradualidad.
Tampoco olvidaremos
algunos condicionamientos culturales, que influyen decisivamente en el
ejercicio de una sana sexualidad.
Recordemos que no
se educa la sexualidad; solamente la persona leude se objeto de influjos
educativos…
Veremos más
adelante que hay que educar para el amor, a no ser que alguien considere a la
Pedagogía como “la ciencia que enseña a recuperar la animalidad originaria”.
3.4.8 CRITERIOS BÁSICOS PARA UNA
ÉTICA DE LA SEXUALIDAD
Se oye decir por
allí; El ejercicio de la sexualidad es lo más natural que existe”; pero se
olvida que hablar de naturaleza y de natural con respecto al animal y con
respecto al hombre, es hablar de
cosas diferentes.
El animal es
irracional y en él la sexualidad es un instinto que depende exclusivamente de
la acción de las hormonas sobre el sistema nervioso. En él es automático e inconsciente.
El hombre es
racional y, en realidad, no tiene instintos programados, estereotipados; siente
necesidades, pulsiones, pero no dispone de automatismos para satisfacerlas
correctamente. Para eso tiene la
corteza cerebral sede de la inteligencia y de la libertad, que le permiten imponer
a su sexualidad condiciones y límites humanos.
La sexualidad
humana es muy poco programada.
Corresponde al hombre estructurarla consciente y libremente, de acuerdo
con una imagen de sí mismo, modelada por el ámbito cultural que le rodea. La educación, en esto, es decisiva.
No podemos
identificar sexualidad animal y sexualidad humana, porque ésta, si quiere ser
humana, tiene que evolucionar no en forma ciega, sino lúcida y en un contexto
de libertad.
Lo espiritual, en
el hombre, tiene que hacerse cargo de lo erótico y de lo instintivo, porque se
trata de ser hombres y mujeres en un mundo humanizado y no machos y hembras de
un mundo animalizado.
No es malo
satisfacer “humanamente” los instintos, los impulsos sexuales, lo que es malo
es dejarse dominar por ellos, porque eso limita la libertad. Y hay veces en que uno debe dejar de
satisfacer los impulsos del sexo… sin que eso amenace la propia vida.
No
sucede lo mismo con las exigencias del hambre, la sed, la necesidad de
dormir. El instinto sexual es un
“instinto de lujo” decía Marc Oraison.
Decir que el sexo es “puro instinto” equivale a decir que es una
actividad que3 debe satisfacerse de manera inevitable, y que es imposible
controlar…, lo cual es un disparate.
Sin embargo eso es lo que
piensan muchos que es una necesidad biológica como cualquier otra…
a. El ejercicio genital del sexo no es una necesidad
El acto sexual no
es necesario para la sobrevivencia del individuo. No se muerte por falta de sexo, pero puede morirse por falta
de afecto. Pensar que es una
“necesidad” lleva a comportamientos caprichosos e inmaduros. Hay que repetirlo, porque algunos
identifican “virilidad” (personalidad) con “capacidad genital”.
Y no faltan padres
que impulsan a sus hijos (varones) a un ejercicio prematuro del sexo:
“Tienes que
demostrar tu “virilidad”, les dicen… y festejan sus conquistas sexuales o,
peor, los orientan a casas de prostitución. Esos hijos se convierten, a la larga, en máquinas
automáticas, irracionales y sin voluntad.
El acto sexual no
es una necesidad. Nuestra relación
con el otro sexo es siempre sexuada, pero no necesariamente “genital”. Varones y mujeres podemos abstenernos
voluntariamente de la actividad sexual por motivos superiores, sin comprometer
nuestra realización.
Algunas mujeres
creen que la maternidad física es un “destino fatal de la mujer”. Es un prejuicio malsano. Es inútil, incluso, que una mujer sea
materialmente “madre” si no lo es espiritualmente.
Los hijos, como personas, son más fruto del amor educativo que de la biología.
La actividad sexual
debe partir de la libertad, de la autonomía `personal y no de una obsesión
asfixiante, centrada en el sexo.
Volviendo al tema:
el sexo humano no es estereotípico como el sexo animal, que tiene metas fijas,
épocas de celo. El sexo humano no
es puramente instintivo: está sujeto al aprendizaje, es maleable, plástico, no
está programado como el del animal; puede ser puesto en función de un “proyecto
de vida” elegido libremente por cada uno.
Según sea el aprendizaje en el campo sexual, el hombre se realiza…, o no
se realiza absolutamente.
b. En el
acto sexual la ética exige que se acepten y se respeten los datos biológicos
(genéticos, fisiológicos, anatómico)
Expliquemos esta
afirmación abstracta.
La relación sexual
entre personas debe realizarse en la “diferencia sexual”, en la
heterosexualidad, no en la homosexualidad. Es cierto, puede existir amor y amor oblativo en otras
formas diferentes de amor interpersonal; varón con varón, mujer con mujer. Pero cuando se trata del acto sexual,
del ejercicio biológico, hay que tener en cuenta, las estructuras naturales de
la sexualidad y personalizarlas.
Si hay una perversión o desviación de la estructura sexual, se destruye
la sexualidad como lenguaje de amor oblativo. Es decir, hay que tener en cuenta la finalidad inscrita en
la misma naturaleza humana. La
facultad sexual exige alteridad, complementariedad de sexos, y se ordena por sí
misma a la generación. Hay que
respetar esa función importante –la generación-, sin afirmar que sea exclusiva.
Así, pues los datos
biológicos no hay que echarlos al olvido.
No hemos de centrarnos en este aspecto abstracto, fisicista, pero
tampoco dejarlo de lado a la hora de juzgar la masturbación, el control egoísta
de la natalidad, la homosexualidad… Esta no es una “variante normal” el lado de
la heterosexualidad. Es una
anomalía, una deficiencia estructural que incapacita al acoger al otro como
diferente y dificulta la planificación humana. ¿Qué sentido tiene un acoplamiento entre machos?
3.4.9. La sexualidad humana desborda
su significado procreador: apunta más allá de su función biológica.
a. Un signo de que no
es la procreación la única finalidad, es que en el hombre la sexualidad no
ejerce únicamente en los períodos de celo, sino que tanto la atracción como el
comportamiento sexual son continuados y dejan amplio margen a la creatividad.
Es cierto que los
primates subhumanos ya dan indicios de una actividad sexual no solamente
reproductora, pero esto, exigido por el proceso de la cría, no pasa de ser un
signo de que son un eslabón intermedio.
Para los animales el sexo es un dar y recibir puramente biológico.
Los animales se acoplan, las personas se encuentran.
b. Una pregunta se viene discutiendo desde hace 80
años: ¿es la procreación el fin primario?; ¿procreación ayuda mutua?
Los documentos
eclesiales, frenados por la discusión, han evitado la jerarquización de fines
en el matrimonio. Esos Documentos
colocan en el mismo plano el bien de los cónyuges, la comunión progresiva, el
amarse más (fines personales) t el bien de la especie: procreación y educación
de la prole.
Existe bastante
confusión. Pero ya Pío XI, hacia
el año 1930, consideraba el amor como ç”causa primera y razón de ser del
matrimonio” contemplado en su integridad.
Una unión huérfana de amor,
por muy fecunda que sea, es contraria al Plan de Dios. Hoy se ha pasado de la sexualidad
reproductora a la sexualidad relacional.
La sexualidad pertenece a una persona destinada a realizarse en una
relación interpersonal. La
relación se establece con alguna forma de lenguaje.
El
perfeccionamiento actual de los anticonceptivos ha llevado a una situación totalmente
nueva en la historia de la pareja.
Entre otras consecuencias llevó a una comprensión menos biológica y
procreacionista de la sexualidad
3.4.9.1.El Sexo es un lenguaje, una
forma privilegiada de expresar el amor
través del cuerpo.
Si es un lenguaje
tiene que atenerse a las reglas de juego del lenguaje.
Si no expresa el
amor se convierte en una mentira trágica.
Esto merece una
Fundamentación mayor.
a)
Sabemos por la Antropología
Filosófica que el hombre es una unidad bipolar. “La victoria más insigne de nuestro siglo es la superación
del dualismo”, decía Merleau Ponty.
Hay en el hombre una sola actividad psicoorgánica, psicosomática. Nada humano es puramente sensible,
corporal; nada humano es puramente espiritual. Todo lo corporal es “personal” el trabajo, el hambre, el
sexo, la misma muerte. Porque
organismo y psique son dos factores estructurales, dos raíces metafísicas del
“yo-uno”·, dos subsistemas de un único sistema total; el hombre (como diría X.
Zubiri).
Superando el dualismo
¿a que llamamos “cuerpo” en Filosofía?
El cuerpo es el
lugar de mi expresión y punto de partida de mi relación con el mundo y con los
demás, condicionado por el espacio-tiempo.
Es la psique que se
autoexpresa en lo orgánico.
De este modo todo
el cuerpo es lenguaje, interioridad que se manifiesta, epifanía del yo.
Mi alma puede ser vista en mis ojos, puede ser oída en mi voz
b)
De manera que lo biológico en el
hombre queda humanizado, espiritualizado: la alimentación se transforma en
banquete, el crecimiento en proceso de maduración humana, el instinto en deseo
consciente… ¿Y la sexualidad? Pasa
a ser encuentro personal, lenguaje.
Las palabras, los saludos, las miradas, los abrazos, las caricias… son
todas formas de lenguaje que revelan un mensaje íntimo y profundo que el
espíritu deposita en esos gestos.
El beso es algo más
que la yuxtaposición de dos músculos orbiculares inclinados en estado de
contracción.
El acto sexual, en
el matrimonio, no es un juego de órganos, un acoplamiento agradable a nivel de
piel y de glándulas, sino un diálogo entre dos personas, un gesto de entrega y
comunión. En ese momento varón y
mujer se están hablando, se están diciendo: “Tú eres la persona más importante
de mi vida, te quiero, te aprecio, tú significas mucho para mí”. El acto sexual puede ser un signo de
reconciliación, un modo de resolver conflictos, de aliviar tensiones, de
agradecer…
c)
En los casados hay una amplia gama
de contactos sexuales. Tratándose
de novios el lenguaje tiene sus límites, deben educar la sensibilidad y la
sensualidad. Si adoptan
sistemáticamente formas de contacto que normalmente conducen a una fuerte
excitación sexual (con orgasmo o sin él), comprometen el sano desarrollo de la
comunicación y por eso mismo es éticamente inaceptable. Porque en ese caso la sensualidad acaba
monopolizando la relación, empobreciéndola y desvirtuándola. Habría que preguntarse si se
manifiestan el amor o tratan de saciar la avidez sexual… De ahí que en los
enamorados tiene que haber un esfuerzo serio de autodominio y de respeto al
otro. La actitud interior es
decisiva.
También
se han de tener en cuenta las diferencias psicológicas entre varón y mujer,
Eustace Chesser, un médico inglés reconocido por su apertura y su larga
experiencia con la juventud, relata el caso de Juan joven que, después de mucha
resistencia, para no perder al muchacho, cedió en tener su primera relación
sexual: se entregó. Profundamente
chocada comenzó a llorar, mientras que él comenzó a fumar tranquilamente un
cigarrillo como si nada hubiera pasado…, y todavía le pareció mal que ella
llorara. Son muy distintas las
condiciones biopsicológicas.
3.4.9.2. La sexualidad humana afecta
profundamente las relaciones interpersonales
a)
El animal se acopla sexualmente a
nivel genital, pero, carente de autoconciencia, forma bloque con el entorno,
ignora al compañero “en cuanto otro”, en cuando distinto de su “yo”, de ese yo
que no tiene. El hombre, en
cambio, es una estructura abierta en su doble aspecto de indigencia y de
oblatividad.
En el hombre la
sexualidad trasciende lo puramente genital, colorea el psiquismo y las
relaciones interpersonales con un matiz masculino o femenino, favorece la
apertura al mundo de tú, hace que la persona tome conciencia de su esencial
referencia “los otros”.
Además tiende
naturalmente a la construcción de un “proyecto de vida en común”.
La sexualidad no
pervertida permite que se descubra el carácter personal de todo individuo
humano, que es “otro yo”, un sujeto, un fin-en-sí, que nunca puede ser tratado
como objeto. La sexualidad es un
factor de personalización. Esto no es pura especulación abstracta. Un estudio tan cientificista como el
“informe Hit” llega a la conclusión de que el aspecto más positivo y más
valioso del comportamiento sexual humano, es lo que significa este gesto como
expresión de amor, de entrega, de ternura.
b)
Dentro de la Antropología del
Antiguo Testamento, el bíblico “hacerse una sola carne” significaba no sólo la
simple unión física, sino la entrega total de dos personas.
c)
En la relación de pareja lo
principal no es lo biológico, lo genital y sus actos; tampoco la emotividad
despertada por los valores de atracción sino el rol de una persona a otra,
significado, expresado y acrecentado por la sexualidad.
d)
La ética cristiana está indiscutiblemente
centrada en el amor: “toda la ley” se resume en esta sola palabra. El cristiano tiene que potenciar todo
lo que significa altruismo, generosidad y entrega, y debe oponerse a todo lo
que signifique cerrazón y egoísmo.