3.4. Pautas para una solución al problema


Como hemos establecido en el método, para descubrir los significados humanos de la sexualidad leeremos estos fenómenos a la luz de la persona total y del hecho fundamental de la existencia.
Hoy los filósofos y los sicólogos insisten en que el hecho fundamental de la existencia es la subjetividad, la relación interpersonal destinada a desembocar en el amor-don.  El más inteligente de los hombre no alcanzar su plenitud hasta que ama.

El amor es un hecho que se da entre persona.

Pero, ¿qué ocurre? Que cada persona es una conciencia encarnada y nada corpóreo es ajeno a su condición existencial.
Pues bien, lo primero que salta a la vista en el elemento corpóreo es la distinción varón-mujer; y nadie puede negar que esta estructura nos condiciona.  Somos seres personales, sí, pero profundamente condicionados por nuestro sexo.  La sexualidad lo invade todo: marca la sicología, colorea las relaciones humanas, informa, impregna y configura nuestra personalidad.  No hay un solo aspecto del hombre que escape a la impronta de la sexualidad.
La sexualidad matiza el modo de entenderse a sí mismo y de entender la realidad.  Por lo tanto, para realizarnos como personas hemos de tener en cuenta, además de otros factores, el hecho de ser varón o mujer.
A la luz de la persona total, de la intersubjetividad, varón y mujer se nos presentan, no simplemente como dos cuerpos que se atraen, sino como dos personas humanas llamadas a un diálogo muy peculiar, un diálogo que no es ni puede ser idéntico al que uno mantiene con el propio sexo.
El impulso ciego y el placer de la unión física, tienen como fin establecer una relación íntima entre dos seres humanos.  Pero ¿qué sugieren estas relaciones?  ¿A qué invita este diálogo? ¿Qué función tiene en la realización de la persona? ¿Qué puesto ocupa dentro de una visión global del hombre?
Ese es el problema que nos toca resolver.
Para eso analizaremos las dimensiones o significados humanos de la sexualidad.




3.4.1.  Dimensión personalizante

El diálogo entre los sexos está orientado hacia personalización.  La sexualidad tiene una función primaria de crecimiento personal, porque nos lleva al descubrimiento del otro, al descubrimiento y la integración de los valores del otro, y es una experiencia de comunión interpersonal.  Esta es su razón de ser y este es su destino.


  1. Descubrimiento del “otro”.
En efecto, el hombre se realiza abriéndose al otro, descentrándose, promoviendo al otro, aceptando al otro en su radical alteridad, como “otro yo”.

Hemos de abrirnos a la novedad y a la originalidad que trae la irrupción del otro como persona en nuestra totalidad personal, hemos de crear un espacio interior para dejarnos invadir por la riqueza del otro.
Y la sexualidad, precisamente, nos permite descubrir esta ley fundamental de la existencia humana.  Porque su impulso es una orden de salida hacia el otro: “Sal de ti mismo, no te quedes en tu egoísmo, abandona el castillo de tu individualismo.  Es “como una fuerza centrífuga formidable que nos empuja hacia afuera”.

¿Y a qué se debe este impulso hacia afuera, esta tendencia a la donación recíproca?  La razón es ésta: el “otro” por excelencia, el de mayor originalidad para el varón, es la mujer y viceversa.  Hay plena igualdad de naturaleza y una gran diferencia estructurada por el sexo.  Y, encima, una fuerte atracción y una urgente necesidad del “otro”.
La atracción biológica de los sexos, a nivel humano se convierte en encuentro personal.

Así pues, el primer beneficio del diálogo es el descubrimiento del otro y el encuentro con él, que puede culminar en la construcción de un proyecto de vida en común.  La sexualidad, en el ámbito de la corporalidad, es un punte privilegiado de la intersubjetividad; es la puerta por la cual  el hombre realiza su apertura, en su doble dimensión de menesterosidad y de oblatividad.  La sexualidad es una realidad dinámica, orientada al “nosotros”.


  1. Descubrimiento e integración de los valores del “otro”
En segundo lugar, el cara a cara “varón –mujer” lleva al descubrimiento y a la integración de los valores del otro sexo.


    • Al descubrimiento de los valores del otro
Uno y otro descubre la otra manera de ser hombre y, al mismo tiempo, descubre su propia manera de serlo.  Y con ello un sinfín de posibilidades humanas.
¿Cuáles son los valores de cada uno de los polos de la realidad humana?
Lo típico y lo característico masculino es estar en el mundo como fuerza de iniciativa y de conquista.  A lo masculino toca elaborar el mundo: es el artesano que se esfuerza por hacer brotar las virtualidades y dinamismos que se esconden en el universo, y crear con ellos nuevas y mejores realidades.  El varón busca el dominio técnico del mundo circundante.  La ley del hombre es la ley del trabajo.

Lo propio de lo femenino, en cambio, es estar en el mundo como valor de ternura, comprensión y cuidado protector.  La mujer es protectora y conservadora de la vida.


    • Integración de valores
Ya sabemos que el hombre, para realizarse, debe estar constantemente abierto a lo diferente, a lo nuevo; debe estar dispuesto a desinstalarse, a arriesgarse.  No se realiza si se cierra en su mundo doméstico y rechaza la diferencia.  Pues bien, el encuentro entre los sexos hacer que el varón se enriquezca con los valores femeninos y viceversa.
Los valores, como las hormonas, no son algo exclusivo de cada sexo.  En todo ser humano se da “lo masculino” y “lo femenino”, aunque con diversa acentuación, determinada por la estructura opcional y el influjo de la cultura.  El varón tiene un reducto inconsciente femenino y en el inconsciente de la mujer duermen los elementos masculinos.


El varón estimula a la mujer a descubrir y realizar, a partir de dentro, su dimensión masculina, que es además enriquecida por el contacto y vivencia con él.  Y viceversa.  El encuentro de un dar y recibir enriquecedor.
Diríamos que “lo femenino” está dentro del varón, pero la mujer lo corporifica en el mundo.  Y, al revés, lo masculino.  El diálogo, la convivencia, despierta lo que hay de masculino en la mujer y lo que hay de femenino en el varón.

El varón, más rudo, activo y solitario, incorpora valores femeninos: se vuelve delicado, acogedor, comprensivo y tierno.

Y la mujer, en contacto con el varón, superando su tendencia más bien receptiva y pasiva, se vuelve más dinámica y creadora.


Los valores de uno y otro sexo son esencialmente complementarios, socialmente integrables, y mutuamente enriquecedores.


“La usurpación –por así decirlo. De lo masculino por el varón, hizo que éste llegara a considerarse el único detector de la racionalidad, del mando y de la presencia activa en la sociedad, relegando al sector de lo privado y a las tareas de dependencia a la mujer, no considerándola, a veces, más que como apéndice, objeto de adorno y de satisfacción”.  Es cuestión de equilibrio, y de reciprocidad.

Este enriquecimiento mutuo no se logra en un mundo “unisex”, sino en el diálogo “varón – mujer”, que cobra matices distintos según el “proyecto de vida” de cada uno.


  1. Experiencia de comunión interpersonal
Además, el descubrimiento del carácter personalista de la sexualidad –desde Freud en adelante- ha llevado la filosofía a interpretar la experiencia sexual como experiencia de comunión interpersonal.

    • La sexualidad es una forma expresiva privilegiada de la persona.  Las diversas expresiones de la sexualidad (miradas, caricias, besos, etc.), son todas posibilidades de lenguaje, de reconocimiento del otro como otro.  Los gestos, las miradas, las caricias..., quedan de repente iluminados, cuando se hacen lenguaje y palabra, para llevar el mensaje íntimo y profundo que el espíritu deposita en ellos.  El abrazo sexual (en él matrimonio) es un gesto de entrega y de comunión: no es un juego armónico de órganos, sino diálogo de personas en marcha hacia una plenitud: es la máxima experiencia unitiva que puede hablar entre dos seres humanos.

La necesidad fundamental del hombre, más que el sexo, la satisfacción de los impulsos, el orgasmo sexual –como quisiera Reich –es el amor (amar y ser amado), un amor que se tiñe de carne y espíritu, de sensualidad y de razón, que se expresa naturalmente en el cuerpo y que, en la unidad profunda masculino femenina, se viste de belleza y se inunda placer.

    • Pero no hay que olvidar que la sexualidad es una realidad dinámica, evolutiva.  Va creciendo, desarrollándose y madurando lentamente a lo largo de la vida.

Para que las relaciones varón-mujer no queden abocadas al fracaso, debe darse un tránsito progresivo del deseo al amor, del ser que sólo busca la satisfacción de una necesidad, al amor-del-otro-por-él-mismo... más allá de los placeres que el otro pueda brindar.

La sexualidad no es simple experiencia de placer, sino aprendizaje del don de sí.  No es un instrumento de satisfacción autocrática, narcisista, sino de comunicación siempre más oblativa, desinteresada, que busca “al uno por otro”, no por satisfacer una apetencia propia, no por lo que representa “para mí”.  Cada uno tiene que ser para el otro algo más que un espejo que le devuelva su propia imagen.

Este es el sentido que tiene la sexualidad: llevar al amor oblativo vértice de la maduración de la persona.  Si se la utiliza sólo para la propia satisfacción, se bloquea su evolución, se traiciona su significado.  Cada uno se convierte en “objeto” para el otro.

En fin, la sexualidad es un lenguaje.  Pero ante él, sobre todo en la adolescencia, nos encontramos en la situación del niño que aprende a hablar, que emplea sonidos agradable, pero desprovistos de toda significación.


  1. Tres niveles en el diálogo del amor
Sexo, eros y Ágape son tres aspectos inseparables del comportamiento humano.  Por eso el diálogo de amor, en la vida conyugal, abarca tres niveles:


    • Nivel de genitalidad
Se refiere directamente a los órganos de la generación y a los actos que la acompañan.  Este primer es atracción sexual biológica.  Pero adviértase que lo que en el hombre es función biológica, es también signo real y eficaz de lo personal.  Lo genital tiene su gran valor como “signo”.  Y como tal es preciso que “signifique” algo más total y profundo; la comunión interpersonal, la unión y la entrega mutua.  Si lo convertimos en instrumento de placer o de compra-venta defraudamos su valor de signo.  Si reducimos el amor a su aspecto físico y corporal, lo relegamos al dominio de la biología, de la endocrionología...


    • Nivel de afectividad, llamémoslo así, nivel del “eros”.
Ya es atracción sexual sicológica.  Nos referimos a esa orientación afectiva de un sexo al otro, ese “deseo sensible del otro sexo”, ese gusto especial que el varón experimenta al estar con la mujer y viceversa; esa proyección hacia el otro, no tanto para engendrar con él (pulsión genesfaca), sino para “estar con él”, porque en esto se experimenta un placer especial.
En el “amor-deseo” entran en juego los “valores de atracción” que ponen en marcha las riquezas emocionales del individuo.  El “eros” es una llamada al espíritu del otro a través del cuerpo y, en general, a través de la calidad de la persona total; la tonalidad de la voz, la riqueza afectiva, la cultura, la belleza del gesto, el peinado, el vestido, la finura de un perfume, etc.

Pero el “eros” tiene que evolucionar hacia el “ágape”, hacia la entrega desinteresada, la oblatividad, para llegar a la plenitud de la relación sexual: tiene que evolucionar hacia la espiritualidad.


    • Nivel de la espiritualidad
Es el nivel de la comunidad profunda, que incluye el descubrimiento de la originalidad de la otra existencia, incluye el respeto absoluto de la persona del otro, de su libertad, de su “proyecto de vida”; incluye el deseo de promover al otro, ayudarlo a realizarse, e incluye la auténtica ternura, que no es erotismo en sentido peyorativo (búsqueda de sí mismo, del propio placer, a través del otro), sino deseo de que el otro sea, por el amor, más plenamente él.  Ya no se le ama por lo que “tiene”, sino por lo que “es”.

La ternura no elimina el deseo, el “eros”, pero –más allá del deseo- crea un vínculo íntimo, durable, que sabe comprender, estimar el proyecto de vida de cada uno.  Se pasa así el deseo de la verdadera amistad.

Los tres niveles que hemos señalado se hallan presente en la vida conyugal, y han de estar armonizados y jerarquizados.  Porque existe una jerarquía de valores.  En la relación de pareja, lo esencial no es lo genital, ni la emotividad despertada por la belleza (por los “valores de atracción”; lo esencial es el don de una persona a otra, significado, expresado y acrecentado por la sexualidad.  La realización del acto sexual sin amor, viola el orden objetivo y su sentido intrínseco.


  1. La función del placer
El placer es una resonancia afectiva agradable que acompaña la satisfacción de las tendencias.  El que brinda afectividad sexual está en el vértice del placer sensible y le confiere a la sexualidad un carácter festivo.  Los sicólogos hablan de un verdadero éxtasis, en el sentido etimológico de la palabra; el individuo sale de sí mismo para perderse en el otro.

El placer sexual tuvo, hasta hace poco, muy mala prensa.  Pero la evolución de la “cultura sexual” permitió que se reconociera, entre otras cosas, la inocencia radical del placer sexual, antes cuestionada por los que consideraban lo sexual como algo meramente instintivo, opuesto a la dignidad y excelencia de la razón.  Hoy han quedado atrás los tiempos en que sólo se “toleraba” el placer en vistas de la procreación.  Se ha comprendido que así como la sexualidad no es una realidad negativa, tampoco el placer que la acompaña debe estar envuelto en sentimientos de vergüenza o de desprecio: es una realidad positiva que hay que asumir con los límites y las satisfacciones que procura.
Una buena sinfonía erótica “produce un intenso sentimiento de fusión, de plenitud vital”, “ayuda a profundizar la relación amorosa, permite un clima de mayor optimismo y paz, alivia las tensiones, favorece una fidelidad constructiva, facilita una actitud de perdón y de olvido”.

El placer sexual está llamado a ser un factor de comunión.  Evidentemente es una cosa buena.  Pero el hombre puede usar mal las cosas buenas.  Ahí tenemos el hecho de la violación y la prostitución... No basta que el placer sea bueno, interesa que la persona que ama sexualmente sea buena, de lo contrario impregnará el placer de violencia, de egoísmo, de culpabilidad morbosa, etc., falsificándolo.

Si la persona se cierra en un gozo narcisista, si hace del placer un fin-en-sí, si busca el placer por el placer, caerá  rápidamente, como sucede con las drogas, en el peligroso círculo de una insaciable repetición, creyendo que así superará las frustraciones.

El placer es incapaz de llenar las ansias sin fronteras de la felicidad.  No hay modo de hacer coincidir el placer con el deseo.  No se confunde con la felicidad.  El placer sexual sólo adquiere consistencia y sentido si se lo vive en una atmósfera de auténtico amor.  El amor lo sostiene como una fuerza que lo trasciende y que permanecerá siempre cercana, aunque el placer haya desaparecido.  La felicidad tiene mucho más que ver con el amor que con el sexo.


e.     Fecundidad e intersubjetividad

Los componentes de la pareja no deben permanecer replegado sobre sí mismos.  El amor en el matrimonio es creador: se proyecta hacia los otros.  Sólo así se enriquece la pareja.
Hasta hace poco la creatividad de la pareja  se veía ante todo en función de la procreación.  Esta función se veía justificada por el alto índice de mortalidad infantil en general, hoy en vías de superación.
La procreación es verdad, responde a un deseo profundo de la pareja, deseo inconsciente a veces y no siempre compartido por los cónyuges en el mismo grado.  La esterilidad se sigue viviendo, en la mayoría de los casos, como una pesada prueba, apenas superada por la adopción de niños.

Hoy se ha relativizado el papel de la procreación.  Como se ha profundizado el amor personalista, se piensa que la sexualidad genital tiende ante todo a fomentar el diálogo amoroso en la pareja, a la creación de una “nosotros” entre él y ella.  “Sólo cuando existe ese nosotros irradiante de vitalidad y euforia, podrá desbordarse hacia ese vosotros, que son los hijos, con quienes los padres deben hacer un supernosotros familiar”.
Por otra parte el hijo, como persona, es mucho mas fruto del amor que de la biología paterna.  La procreación de este modo, queda integrada en un marco de “sexualidad personalizada”.  El hijo aparece siempre en el horizonte psicológico de dos personas como la encarnación y prolongación del amor que se profesan.

La aparición del hijo ayuda también a los padres a alcanzar su plena madurez afectiva.  El interés por “el otro” (varón o mujer), con la aparición del hijo es ampliamente sobrepasado para convertirse en el interés por “los demás”, en apertura del amor a la sociedad y a la historia.  En lugar de mirarse tanto el uno al otro, comienza a mirar juntos en la misma dirección.

  • Como vemos, también la fecundidad reviste –a nivel humano- una dimensión interpersonal: establecer un nuevo diálogo con un nuevo ser; transmitir las verdades y los valores que confieren a la existencia una razón de ser; realizar juntos la maravillosa tarea de la educación en esa tierra virgen que los padres sienten íntimamente suya.


3.4.2.  La sexualidad como factor de socialización

Ya hemos descubierto que la sexualidad no tiene un carácter individualista sino interpersonal: es un lenguaje de amor.  Pero es preciso añadir que no se agota en una relación entre dos (“yo-tú”) y, menos aún, en un egoísmo entre dos, mediocre y empobrecedor.

La relación sexual plena tiene que ver con la comunidad humana, con las estructuras sociales en las que se inserta la pareja y de las cuales se beneficia.  El bien de la sociedad se apoya sobre la base de la familia, con la cual nace un nuevo sujeto de derechos y deberes.  Los hijos, por otra parte, entran también en el horizonte de la pareja y su posibilidad exige un compromiso con la sociedad, por la historia que inauguran.  La relación sexual exige, un proyecto de vida en común, socialmente reconocido.
La misma energía sexual impulsa a la socialización: el sexo despierta deseos ilimitados que la realidad es incapaz de satisfacer.  “El amor, en la pareja, es fuente de múltiples y profundas satisfacciones; pero no hay que cargar sobre ella un peso excesivo, pues corre el peligro de ceder, como un piso o un puente sobrecargado de peso”.  El hecho de pedir a la relación de pareja más de lo que puede dar, de acumular sobre ella demasiadas expectativas, puede llevar a la frustración, o aun intimismo sexual estéril.


Todo esto insinúa que hay que romper el círculo.  La apertura al hijo es ya un primer paso.  Pero aún existe el peligro de encerarse en un familismo estrecho y hacer de la familia un quiste social.


La familia se construye abriéndose 


Como vemos, hay en el impulso sexual un excedente que se orienta hacia fines no directamente sexuales, un excedente que desemboca normalmente en los cauces sociales y es moldeado por la cultura.
La sexualidad es un factor de socialización: tiene un dinamismo de apertura al tú y de edificación de un “nosotros social”.  La familia resulta así el punto de articulación entre lo público y lo privado, trampolín de lance para la vida política.

Uno de los hechos que ha contribuido a romper el esquema cerrado y ha conducido a una proyección social más dinámica es la promoción o emancipación de la mujer, más allá de su tares de madre y esposa.  La presencia de la fascinación de la mujer y de su potencia afectiva en todas partes, va transformando el impulso sexual en una fuerza de acercamiento más extenso y polivalente, puesta al servicio de una socialización más profunda entre las personas.

Marcuse ha puesto de relieve que si se reprime la sexualidad difusa –esa que inviste la persona e impulsa a la edificación del “nosotros social”- se llega ala hipertrofia de la sexualidad genital.  Si, en cambio se la favorece, las relaciones públicas intersexuales resultarán mucho más ricas que las que se dan en el ámbito unisexual.  Están conectadas vitalmente con lo genital, es cierto, perol o que predomina no es lo genital, por lo menos en personas afectivamente maduras.

La convivencia de los sexos debe llevar a la formación de un “supernosotros” familiar que se va ampliando siempre más y sólo termina en la humanidad entera.


3.4.3.     Apertura a la Trascendencia

Por último hacen notar muchos filósofos que la sexualidad implica una apertura existencia a la trascendencia, a Dios.
En efecto, el deseo sexual aspira a una plenitud infinita (como se refleja en los cantos del amor) y arrastra a la persona en un acto que la absorbe totalmente y la envuelve en la orgía existencia del vivir.

Pero ¿qué sucede?, que el placer inmediato y concreto en que aquella aspiración vez por vez quiere saciarse, vez por vez desilusiona: lo deja al hombre con su hambre y con su sed..., con toda experiencia humana, por otra parte.  El matrimonio no es una realidad última, sino penúltima.  Ningún cónyuge puede prometerse al otro el “cielo sobre la tierra”.  El placer que brinda el sexo es incapaz de llenar las ansias sin fronteras de la felicidad.
  Todo esto revela una indecible necesidad de trascendencia y remite a la única comunión que saciará plenamente al hombre, la comunión con Dios.  El está en el fondo de nuestras aspiraciones de una manera inconsciente, quizás, pero real.  En efecto, cuando uno ama a una persona, en realidad ama algo más que una persona: ama el secreto que ella oculta y revela, un secreto que la sobrepasa: “El sexo promete lo que no puede dar, pero abre la puerta hacia una realidad misteriosa, más allá de él mismo, que sí puede ofrecer el pleno y total goce al corazón hambriento”.
El amor sólo es feliz cuando hace que dos que se aman caminen juntos en la misma dirección.  Dios, que es punto de arranque como amor frontal, también es la meta suprema como amor total.
“Cuando el tú no acaba en Dios –escribe Martín Buber- el amor termina mal”.  El amor está conectado al todo y al siempre, o sea, a lo infinito,  a lo eterno, a lo absoluto..., a Dios.

La insatisfacción, entonces, es indicador de trascendencia.  Pero aún cuando se superarán los conflictos y se llegará a una gozosa comunicación: no por eso perdería su significado de invitación a la trascendencia; esta vez hablándonos de “juego”, de “belleza”, de “poesía”..., de una “presencia” a los demás que no tiene otra razón que la presencia misma; de la encantadora belleza de la contemplación que arrebata cuerpo, sensibilidad, espíritu... ¿No es esto un preludio de la comunión amorosa y gratuita a que es llamado el hombre?

La sexualidad, experiencia limitada y sin embargo profética y anticipadora de la condición trascendente a que todos aspiramos.


Si el sexo es DUALIDAD (macho y hembra),

El amor es TRINIDAD (Hombre, Mujer y Dios).


3.4.4.  La sexualidad una realidad creacional

Muchos pueblos la divinizaron y la ensalzaron como una de las actividades de los dioses.  Pensemos en el Olimpo griego.

En Israel se nota un proceso de desacralización.  El sexo es una realidad creada, no divina.

Yahvé no es un dios sexuado; no crea las cosas uniéndose con una diosa, como en la religión cananea; no dependen los ciclos de fertilidad para crear.  Es creador y trascendente.  Si se llama Padre esto solo indica el modo de relacionarse con su pueblo.  Para la fe judía no existe la diosa madre, ni la diosa amante.

Los profetas denunciaron incansablemente la simpatía del pueblo hebreo por la prostitución sagrada y otros ritos sexuales con que los cananeos, por ejemplo, indicaban los dioses de la fecundidad (Dt 23, 18-19).

La sexualidad en el “Proyecto de Dios”, se nos revela como signo de una vocación al amor.  En los dos relatos del Génesis sobre la pareja inaugural, tiene una dimensión relacional (Gn 2, 18-25).  Dios no creó al varón y a la mujer el uno junto al otro, sino el uno para el otro.  El diálogo de amor lleva a la unión monogámica e indisoluble, como lo interpretará Jesús, corrigiendo las desviaciones que se dieron por la
”dureza de corazón” (Mt 19, 3-12)

También se afirma en la Sagrada Escritura la igualdad de los sexos, aunque haya resabios machistas que reflejan la cultura patriarca de aquellos tiempos. (Ex 20, 17; Eclo 25,24)
Ya en el Génesis se dice que la mujer posee la misma naturaleza del varón, que es “carne de su carne” (Gn 2, 23) y que, como él, fue creada “a imagen de Dios”.  A diferencia de los animales que desfilan ante Adán, ella es “una ayuda adecuada” (Gn 2, 19), con quien puede entrar en comunión.
Jesús, en sus palabras y, aún más, en su comportamiento con las mujeres rompió con las ambigüedades de corte semita presentes en la Biblia.

Es cierto que hay textos de San Pablo, condicionados culturalmente que todavía dan al varón un papel preponderante (Cf. 1Co 11, 3 ss.).  Sin embargo, el mismo Pablo, en la Carta a los Gálatas – la Carta de la liberación cristiana- ya presenta una nueva imagen, totalmente igualitaria, de la pareja humana (Ga 3, 28).
De todos modos, en la Biblia, la inferioridad social de la mujer es un residuo cultural caduco, no un dato inspirado.

En el Antiguo Testamento los profetas veían en el matrimonio ka imagen de las relaciones de Dios con su pueblo.

En el Nuevo Testamento San Pablo profundizará el mismo tema, al relacionar la alianza de Cristo  y de la Iglesia con el misterio del amor que une al esposo con la esposa.  Así como Cristo se entregó a su pueblo dando la mayor prueba de amor, así el matrimonio cristiano, que sé hacer “en el Señor” (1 Cor 7, 39) debe seguir este modelo; los esposos deben entregarse el uno al otro plenamente.
La alianza querida por Dios entre el hombre y la mujer es más que una imagen, es la actualización de la alianza definitiva que Dios ha hecho con el ser humano en Jesucristo: la hacer presente aquí y ahora.  Por eso la comunión total de los esposos – inspirada por el amor- que se actualiza en la unión carnal, es un sacramento, un signo eficaz de salvación.  En esa unión brota una fuente de gracia que no cesará al manar durante toda la vida de los esposos, dándoles la energía necesaria para perseverar en el amor y la fidelidad.  El matrimonio es un “sacramento permanente”, dicen los teólogos.

3.4.5.  La sexualidad una realidad ambivalente

Como toda realidad creada, la sexualidad, si bien puede ser factor de integración, también puede ser factor de desintegración personal, familiar y social.  La sexualidad es ambivalente.

La irrupción del pecado afectó las relaciones “varón-mujer”, como ya podemos leer en el Génesis (2-3).  La ruptura con Dios introdujo también la ruptura entre los miembros de la familia humana.  En adelante, el varón fácilmente se vuelve tirano y la mujer tentadora.  El placer sexual, que también es don de Dios y, de por sí, constructivo, si se busca en sí mismo y en forma egoísta, acaba por esclavizar y alienar a quien lo persigue como fin.
Frente al hecho de la sexualidad hay que evitar tanto el optimismo ingenuo como el pesimismo de fondo dualista.  Porque no podemos, olvidar que la herida existencia del pecado ha sido cicatrizada, en principio, por Cristo, y la inclinación al mal ha dejado de ser invencible.  “Donde abundó el delito, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20)

3.4.6. La Virginidad

Por último, la revelación cristiana sobre el amor aporta una novedad: el descubrimiento de la virginidad, que es una forma enteramente nueva de vivir el amor humano, desconocida en el Antiguo Testamento.

El “celibato por el Reino” es un carisma, un don de Dios, antes que proyecto humano, y sólo puede vivirse en un clima de fe.  Abrazado por Cristo y por los llamados a seguirle por ese camino, quiere ser un signo de cómo será el Reino de Dios en su etapa definitiva (escatológica), y un signo de que los cristianos estamos esperando “la vuelta del señor”.  El matrimonio es una situación provisoria, propia de un mundo que está pasando.


El Celibato es signo y esperanza de otra plenitud 


En la plenitud del Reino habrá nuevas formas de vida humana y comunitaria, en que ya no se dará la procreación (Mt 22, 23-33).  El celibato las anticipa y las trasparenta.

Lo fundamental, en la vida sexual humana, no es el ejercicio de la sexualidad genital, sino la realización de sí mismo en el encuentro con el otro.
El que renuncia al sexo como expresión de amor no lo hace por miedo, por desprecio, represión, por hacer méritos, por ganar el cielo, o por afán de perfección, sino como consecuencia de un amor que no quiere circunscribirse a los estrechos límites de una persona, sino que quiere permanecer más disponible y abierto a todos: no se ata a ninguno para entregarse a todos u construir con ello el Reino de Dios, la “civilización del amor”.

En fin, el cristianismo puede vivir una vida sexual plenamente human y gozosa: “el genuino mensaje cristiano tiene potencialidades suficientes para integrar las nuevas orientaciones de la antropología sexual”.  Más aún, “muchas exigencias que hoy surgen en el campo de la sexualidad humana se remontan al mensaje de la revelación cristiana”




3.4.7. ETICA Y SEXUALIDAD ¿SE PUEDEN COMPAGINAR?

La primera observación que hacemos al entrar en el campo de la moral aplicada a lo que se quiera: a los negocios, a la política, a la docencia… y, por supuesto también a la sexualidad, es que en cuestiones morales no basta decir: “Yo soy auténtico, yo soy sincero; yo soy así; yo pienso así y obro de acuerdo con lo que pienso”.  No basta, porque “auténtico” es un adjetivo y hay que ver a qué sustantivo califica.  Porque si uno es un criminal, un ladrón, un “puerco”…, no se adelanta nada con que sea un “auténtico puerco”.

Abundan lo que dicen: “Yo soy sincero, y eso basta”.  No basta ser “sincero”, hay que ser “verdadero”, adherirse a los verdaderos valores.


Hay muchas personas sinceras, pero están “sinceramente equivocadas”


“Yo sigo mi conciencia”.  Tampoco basta, a no ser que usted se preocupe por iluminar esa conciencia; de lo contrario tenemos a un ciego que pretende guiar a otro ciego: una inteligencia miope que pretende guiar el instinto. “Mi intención es recta y eso es suficiente”.  No lo es: la índole moral de una conducta no depende solamente de la intención subjetiva…

Por estas y otras razones trataremos de elaborar esta ETICA SEXUAL, partiendo de criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos.  El misterio de la persona tiene que estar en la base de toda moral y, entre todas, de la moral sexual.

En otras palabras, tenemos que partir de los datos que nos proporciona una Antropología de la Sexualidad que nos muestra claramente los SIGNIFICADOS HUMANOS DE LA SEXUALIDAD.  Para determinar lo que el hombre “debe ser” –en cualquiera de sus actividades libres- es preciso partir de “lo que es”, de las exigencias de la persona total, con todas sus dimensiones.  El “quehacer” del hombre, en su aspecto ético, está orientado por su “ser”.

Ahí está la NORMA, la clave, el metro que nos permite medir si un acto libre es bueno o malo.

Un comportamiento sexual es bueno si “personaliza” o “tiende a personalizar” al hombre y a la mujer.  Un comportamiento que no responde a las exigencias objetivas de la persona humana total, se vuelve “ipso facto” negativo, deshumanizante.


La sexualidad es una cosa buena
Pero el hombre puede usar mal las cosas buenas…


No seguiremos una ética hedonista y utilitaria, esa que suelen vender los medios de comunicación social como artículos de consumo y de diversión, esa ética “Play boy”, hija de la Revolución Sexual “permisivita”…

Tampoco volveremos atrás, a una ética estética, con normas inmutables, rígidas, centradas en la “procreación”, que fácilmente vinculaba sexualidad con pecado.

Partiremos de una ética sexual personalista, que tiene en cuenta los datos de la biología, de la psicología, de la filosofía y otras ciencias humanas auxiliares.

En nuestras reflexiones suponemos que el lector admite la existencia de Dios; pero no insistiremos en la dimensión teológica de la sexualidad.  El que tiene una “cosmovisión cristiana” sabrá integrar en ella lo que la razón va descubriendo.  La voluntad de Dios, por otra parte, está escrita en el hombre mismo, pensado y creado en Él.

No descenderemos a temas particulares de moral sexual, que se prestan a largas discusiones, nos limitaremos a señalar los principios, los criterios básicos que nos permitirán distinguir el trigo de la cizaña.

Para esto hemos escogido una lista de AFIRMACIONES FUNDAMENTALES que reaparecen constantemente en los autores que abordan estos temas, porque pensamos que lo más importante es entregar elementos de juicio que ayuden a discernir lo bueno de lo malo en el comportamiento sexual.

Advertimos también desde el principio que aquí nos limitamos a proponer un IDEAL, sin por eso desconocer el hecho de que cada persona es única y es un “ser histórico” en proceso permanente de maduración para alcanzar la plena posesión de sí mismo.  El hombre está llamado a crecer hacia la madurez afectivo sexual en apertura y reciprocidad, integrando la sexualidad en al pedagogía de la comprensión y de la gradualidad.

Advertimos también desde el principio que aquí nos limitamos a proponer un IDEAL, sin por eso desconocer el hecho de que cada persona es única y es un “ser histórico” en proceso permanente de maduración para alcanzar la plena posesión de sí mismo.  El hombre está llamado a crecer hacia la madurez afectivo-sexual en apertura y reciprocidad, integrando la sexualidad en el conjunto armónico de la persona.  Hay que aguantar las lentitudes y seguir la pedagogía de la comprensión y de la gradualidad.

Tampoco olvidaremos algunos condicionamientos culturales, que influyen decisivamente en el ejercicio de una sana sexualidad.

Recordemos que no se educa la sexualidad; solamente la persona leude se objeto de influjos educativos…

Veremos más adelante que hay que educar para el amor, a no ser que alguien considere a la Pedagogía como “la ciencia que enseña a recuperar la animalidad originaria”.


3.4.8 CRITERIOS BÁSICOS PARA UNA ÉTICA DE LA SEXUALIDAD

Se oye decir por allí; El ejercicio de la sexualidad es lo más natural que existe”; pero se olvida que hablar de naturaleza y de natural con respecto al animal y con respecto al hombre,  es hablar de cosas diferentes.

El animal es irracional y en él la sexualidad es un instinto que depende exclusivamente de la acción de las hormonas sobre el sistema nervioso.  En él es automático e inconsciente.

El hombre es racional y, en realidad, no tiene instintos programados, estereotipados; siente necesidades, pulsiones, pero no dispone de automatismos para satisfacerlas correctamente.  Para eso tiene la corteza cerebral sede de la inteligencia y de la libertad, que le permiten imponer a su sexualidad condiciones y límites humanos.

La sexualidad humana es muy poco programada.  Corresponde al hombre estructurarla consciente y libremente, de acuerdo con una imagen de sí mismo, modelada por el ámbito cultural que le rodea.  La educación, en esto, es decisiva.
No podemos identificar sexualidad animal y sexualidad humana, porque ésta, si quiere ser humana, tiene que evolucionar no en forma ciega, sino lúcida y en un contexto de libertad.

Lo espiritual, en el hombre, tiene que hacerse cargo de lo erótico y de lo instintivo, porque se trata de ser hombres y mujeres en un mundo humanizado y no machos y hembras de un mundo animalizado.

No es malo satisfacer “humanamente” los instintos, los impulsos sexuales, lo que es malo es dejarse dominar por ellos, porque eso limita la libertad.  Y hay veces en que uno debe dejar de satisfacer los impulsos del sexo… sin que eso amenace la propia vida.

No sucede lo mismo con las exigencias del hambre, la sed, la necesidad de dormir.  El instinto sexual es un “instinto de lujo” decía Marc Oraison.  Decir que el sexo es “puro instinto” equivale a decir que es una actividad que3 debe satisfacerse de manera inevitable, y que es imposible controlar…, lo cual es un disparate.  Sin  embargo eso es lo que piensan muchos que es una necesidad biológica como cualquier otra…

a. El ejercicio genital del sexo no es una necesidad

El acto sexual no es necesario para la sobrevivencia del individuo.  No se muerte por falta de sexo, pero puede morirse por falta de afecto.  Pensar que es una “necesidad” lleva a comportamientos caprichosos e inmaduros.  Hay que repetirlo, porque algunos identifican “virilidad” (personalidad) con “capacidad genital”.

Y no faltan padres que impulsan a sus hijos (varones) a un ejercicio prematuro del sexo:
“Tienes que demostrar tu “virilidad”, les dicen… y festejan sus conquistas sexuales o, peor, los orientan a casas de prostitución.  Esos hijos se convierten, a la larga, en máquinas automáticas, irracionales y sin voluntad.

El acto sexual no es una necesidad.  Nuestra relación con el otro sexo es siempre sexuada, pero no necesariamente “genital”.  Varones y mujeres podemos abstenernos voluntariamente de la actividad sexual por motivos superiores, sin comprometer nuestra realización.

Algunas mujeres creen que la maternidad física es un “destino fatal de la mujer”.  Es un prejuicio malsano.  Es inútil, incluso, que una mujer sea materialmente “madre” si no lo es espiritualmente.


Los hijos, como personas, son más fruto del amor educativo que de la biología.

La actividad sexual debe partir de la libertad, de la autonomía `personal y no de una obsesión asfixiante, centrada en el sexo.

Volviendo al tema: el sexo humano no es estereotípico como el sexo animal, que tiene metas fijas, épocas de celo.  El sexo humano no es puramente instintivo: está sujeto al aprendizaje, es maleable, plástico, no está programado como el del animal; puede ser puesto en función de un “proyecto de vida” elegido libremente por cada uno.  Según sea el aprendizaje en el campo sexual, el hombre se realiza…, o no se realiza absolutamente.

b. En el acto sexual la ética exige que se acepten y se respeten los datos biológicos (genéticos, fisiológicos, anatómico)

Expliquemos esta afirmación abstracta.
La relación sexual entre personas debe realizarse en la “diferencia sexual”, en la heterosexualidad, no en la homosexualidad.  Es cierto, puede existir amor y amor oblativo en otras formas diferentes de amor interpersonal; varón con varón, mujer con mujer.  Pero cuando se trata del acto sexual, del ejercicio biológico, hay que tener en cuenta, las estructuras naturales de la sexualidad y personalizarlas.  Si hay una perversión o desviación de la estructura sexual, se destruye la sexualidad como lenguaje de amor oblativo.  Es decir, hay que tener en cuenta la finalidad inscrita en la misma naturaleza humana.  La facultad sexual exige alteridad, complementariedad de sexos, y se ordena por sí misma a la generación.  Hay que respetar esa función importante –la generación-, sin afirmar que sea exclusiva.

Así, pues los datos biológicos no hay que echarlos al olvido.  No hemos de centrarnos en este aspecto abstracto, fisicista, pero tampoco dejarlo de lado a la hora de juzgar la masturbación, el control egoísta de la natalidad, la homosexualidad… Esta no es una “variante normal” el lado de la heterosexualidad.  Es una anomalía, una deficiencia estructural que incapacita al acoger al otro como diferente y dificulta la planificación humana.  ¿Qué sentido tiene un acoplamiento entre machos?

3.4.9.     La sexualidad humana desborda su significado procreador: apunta más allá de su función biológica.


a. Un signo de que no es la procreación la única finalidad, es que en el hombre la sexualidad no ejerce únicamente en los períodos de celo, sino que tanto la atracción como el comportamiento sexual son continuados y dejan amplio margen a la creatividad.
   Es cierto que los primates subhumanos ya dan indicios de una actividad sexual no solamente reproductora, pero esto, exigido por el proceso de la cría, no pasa de ser un signo de que son un eslabón intermedio.

Para los animales el sexo es un dar y recibir puramente biológico.

Los animales se acoplan, las personas se encuentran.

b. Una pregunta se viene discutiendo desde hace 80 años: ¿es la procreación el fin primario?; ¿procreación  ayuda mutua?

Los documentos eclesiales, frenados por la discusión, han evitado la jerarquización de fines en el matrimonio.  Esos Documentos colocan en el mismo plano el bien de los cónyuges, la comunión progresiva, el amarse más (fines personales) t el bien de la especie: procreación y educación de la prole.

Existe bastante confusión.  Pero ya Pío XI, hacia el año 1930, consideraba el amor como ç”causa primera y razón de ser del matrimonio” contemplado en su integridad.  Una unión huérfana de amor,  por muy fecunda que sea, es contraria al Plan de Dios.  Hoy se ha pasado de la sexualidad reproductora a la sexualidad relacional.  La sexualidad pertenece a una persona destinada a realizarse en una relación interpersonal.  La relación se establece con alguna forma de lenguaje.

El perfeccionamiento actual de los anticonceptivos ha llevado a una situación totalmente nueva en la historia de la pareja.  Entre otras consecuencias llevó a una comprensión menos biológica y procreacionista de la sexualidad

3.4.9.1.El Sexo es un lenguaje, una forma privilegiada de expresar el amor  través del cuerpo.

Si es un lenguaje tiene que atenerse a las reglas de juego del lenguaje. 
Si no expresa el amor se convierte en una mentira trágica. 
Esto merece una Fundamentación mayor.

a)     Sabemos por la Antropología Filosófica que el hombre es una unidad bipolar.  “La victoria más insigne de nuestro siglo es la superación del dualismo”, decía Merleau Ponty.  Hay en el hombre una sola actividad psicoorgánica, psicosomática.  Nada humano es puramente sensible, corporal; nada humano es puramente espiritual.  Todo lo corporal es “personal” el trabajo, el hambre, el sexo, la misma muerte.  Porque organismo y psique son dos factores estructurales, dos raíces metafísicas del “yo-uno”·, dos subsistemas de un único sistema total; el hombre (como diría X. Zubiri).

Superando el dualismo ¿a que llamamos “cuerpo” en Filosofía?
El cuerpo es el lugar de mi expresión y punto de partida de mi relación con el mundo y con los demás, condicionado por el espacio-tiempo.
Es la psique que se autoexpresa en lo orgánico.
De este modo todo el cuerpo es lenguaje, interioridad que se manifiesta, epifanía del yo.


Mi alma puede ser vista en mis ojos, puede ser oída en mi voz

b)    De manera que lo biológico en el hombre queda humanizado, espiritualizado: la alimentación se transforma en banquete, el crecimiento en proceso de maduración humana, el instinto en deseo consciente… ¿Y la sexualidad?  Pasa a ser encuentro personal, lenguaje.  Las palabras, los saludos, las miradas, los abrazos, las caricias… son todas formas de lenguaje que revelan un mensaje íntimo y profundo que el espíritu deposita en esos gestos.

El beso es algo más que la yuxtaposición de dos músculos orbiculares inclinados en estado de contracción.

El acto sexual, en el matrimonio, no es un juego de órganos, un acoplamiento agradable a nivel de piel y de glándulas, sino un diálogo entre dos personas, un gesto de entrega y comunión.  En ese momento varón y mujer se están hablando, se están diciendo: “Tú eres la persona más importante de mi vida, te quiero, te aprecio, tú significas mucho para mí”.  El acto sexual puede ser un signo de reconciliación, un modo de resolver conflictos, de aliviar tensiones, de agradecer…

c)     En los casados hay una amplia gama de contactos sexuales.  Tratándose de novios el lenguaje tiene sus límites, deben educar la sensibilidad y la sensualidad.  Si adoptan sistemáticamente formas de contacto que normalmente conducen a una fuerte excitación sexual (con orgasmo o sin él), comprometen el sano desarrollo de la comunicación y por eso mismo es éticamente inaceptable.  Porque en ese caso la sensualidad acaba monopolizando la relación, empobreciéndola y desvirtuándola.  Habría que preguntarse si se manifiestan el amor o tratan de saciar la avidez sexual… De ahí que en los enamorados tiene que haber un esfuerzo serio de autodominio y de respeto al otro.  La actitud interior es decisiva.
También se han de tener en cuenta las diferencias psicológicas entre varón y mujer, Eustace Chesser, un médico inglés reconocido por su apertura y su larga experiencia con la juventud, relata el caso de Juan joven que, después de mucha resistencia, para no perder al muchacho, cedió en tener su primera relación sexual: se entregó.  Profundamente chocada comenzó a llorar, mientras que él comenzó a fumar tranquilamente un cigarrillo como si nada hubiera pasado…, y todavía le pareció mal que ella llorara.  Son muy distintas las condiciones biopsicológicas.

3.4.9.2. La sexualidad humana afecta profundamente las relaciones interpersonales

a)     El animal se acopla sexualmente a nivel genital, pero, carente de autoconciencia, forma bloque con el entorno, ignora al compañero “en cuanto otro”, en cuando distinto de su “yo”, de ese yo que no tiene.  El hombre, en cambio, es una estructura abierta en su doble aspecto de indigencia y de oblatividad.

En el hombre la sexualidad trasciende lo puramente genital, colorea el psiquismo y las relaciones interpersonales con un matiz masculino o femenino, favorece la apertura al mundo de tú, hace que la persona tome conciencia de su esencial referencia “los otros”.

Además tiende naturalmente a la construcción de un “proyecto de vida en común”.

La sexualidad no pervertida permite que se descubra el carácter personal de todo individuo humano, que es “otro yo”, un sujeto, un fin-en-sí, que nunca puede ser tratado como objeto.  La sexualidad es un factor de personalización. Esto no es pura especulación abstracta.  Un estudio tan cientificista como el “informe Hit” llega a la conclusión de que el aspecto más positivo y más valioso del comportamiento sexual humano, es lo que significa este gesto como expresión de amor, de entrega, de ternura.

b)    Dentro de la Antropología del Antiguo Testamento, el bíblico “hacerse una sola carne” significaba no sólo la simple unión física, sino la entrega total de dos personas.
c)     En la relación de pareja lo principal no es lo biológico, lo genital y sus actos; tampoco la emotividad despertada por los valores de atracción sino el rol de una persona a otra, significado, expresado y acrecentado por la sexualidad.
d)    La ética cristiana está indiscutiblemente centrada en el amor: “toda la ley” se resume en esta sola palabra.  El cristiano tiene que potenciar todo lo que significa altruismo, generosidad y entrega, y debe oponerse a todo lo que signifique cerrazón y egoísmo.